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El pequeño gran patriotismo


Se inició un nuevo septiembre en nuestra vidas. Mes de ramadas, música huasa y reunión familiar. Este mes será especial pues se inscriben los candidatos a gobernarnos los próximos cuatro años; representantes populares que elegiremos en diciembre. Es una buena ocasión para volver a pensar en lo que está siempre en juego en la política: la mejor forma de servir a nuestro pueblo, a nuestra naturaleza, a nuestra tierra, a nuestra patria.



Hogar es el lugar donde se nos espera. Y patria es ahí donde se está libre y bien. El patriotismo es aquel sentimiento de amor por el país en el que se nació y/o se fue acogido. Ese sentimiento impulsa al ciudadano a la re-unión con la patria. Incluso impulsa a sacrificar legítimos intereses personales y particulares en aras del Bien Común, el de la patria. Cuando los dirigentes y el pueblo realizan sus más altos fines sentimos orgullo. Cuando los traicionamos o desertamos, sentimos vergüenza. Cuando estamos fuera del país, sentimos nostalgia por la patria.



¿De dónde sale este sentimiento? Creemos que del hecho que el patriotismo nace de un hecho milagroso, el nacimiento, y está relacionado con otro hecho misterioso, la muerte. En el nacimiento, pues es en virtud de él que recibimos dones centrales para nuestra vida: parientes, padres y familia, raza, lengua, religión, herencia, historia, cultura, tradición, comunidad… y nacionalidad. Llegamos desnudos al mundo, pero inmediatamente comenzamos a ser vestidos. Por ende la identidad nacional y el sentimiento que lo acoge – el patriotismo – no es un accidente o una cuestión de elección. Es algo dado, no voluntario en origen, y que podemos sí libremente renovar, cambiar o liquidar.



La muerte es otro elemento esencial de la vida humana y que se liga con el todos aquellos amores que le dan sentido a ésta. Entre ellos, el patriotismo. Pues somos seres natales y mortales. Sabemos que vamos a morir. Todo es transitorio y efímero. La tragedia del individualismo es ésta: todo acaba con la muerte individual. Pero cuando buscamos trascenderla nos damos cuenta que nos debemos donar a los grandes amores que son nuestros hijos y los frutos del trabajo humano que nos sobrevivirán. El arquitecto deja estampado su nombre en el edificio que diseñó. El alcalde pone su nombre en la plaza que inauguró. El poeta escribe palabras inmortales para lo cual publica un libro. El patriota sabe que su vida y muerte tendrán sentido si se dona a su comunidad.



Pobre de nosotros si no hay patriotas entre nosotros. Personas cuyo amor por su país, por su naturaleza, historia y pueblo lo invitan a los pequeños deberes del ciudadano y a los grandes sacrificios cívicos.



Lo anterior es tan cierto que la reciente reflexión de la filosofía política europea apunta en la dirección de fomentar la virtud del patriotismo. En efecto, Mauricio Viroli en diálogo con Norberto Bobbio ha señalado que: «Es cierto, la virtud cívica no es para mí la voluntad de inmolarse por la patria. Se trata de una virtud para hombres y mujeres que quieren vivir con dignidad y, sabiendo que no se puede vivir dignamente en una comunidad corrupta, hacen lo que pueden y cuando pueden para servir a la libertad común: ejercen su profesión a conciencia, sin obtener ventajas ilícitas ni aprovecharse de la necesidad o debilidad de los demás; su vida familiar se basa en el respeto mutuo, de modo que su casa se parece más a una pequeña república que a una monarquía o una congregación de desconocidos unida por el interés o la televisión; cumplen sus deberes cívicos, pero no son dóciles; son capaces de movilizarse con el fin de impedir que se apruebe una ley injusta o presionar a los gobernantes para que afronten los problemas de interés común; participan en asociaciones de distinta clase (profesionales, deportivas, culturales, políticas y religiosas); siguen los acontecimientos de la política nacional e internacional; quieren comprender y no ser guiados o adoctrinados, y desean conocer y discutir la historia de la república, así como reflexionar sobre la memoria histórica».



Debemos pues pensar en el pequeño gran patriotismo de cada día. Ese amor por la patria que se transforma en virtud republicana. Debemos indignarnos ante las prevaricaciones, discriminaciones, corrupción, arrogancia y vulgaridad. Debemos promover calles seguras, parques bellos, plazas bellas, monumentos respetados, escuelas dignas y hospitales de calidad. Debemos exigir a nuestros líderes que estén a la altura de sus circunstancias y deberes.



El pequeño patriotismo de cada día es un sentimiento esencial para la buena vida en sociedad. Por ello, en este mes que se inicia y en el que comenzaremos a renovar a los representantes del pueblo, no nos haría mal pensar en qué tipo de ciudadano soy, aspiro a ser y que le pido a quien quiere ser nuestro representante.



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Sergio Micco Aguayo es abogado y cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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