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Manual urgente para cenadores


Ya rugen las votaciones, como cantó nuestra insigne Violeta Parra, y cunden por todas partes, cada noche sin falta y a lo argo y ancho de Chile, las cenas para reunir fondos en pro de las desabastecidas faltriqueras de los postulantes a adornar nuestro Parlamento.



Si usted es un ciudadano completamente anónimo y asocial, y además es enemigo jurado de las más modernas tecnologías de la comunicación, en teoría no corre riesgo serio alguno de ser convocado. Pero debo advertirle que para que dicho peligro siempre latente esté efectivamente conjurado y usted pueda cantar victoria y respirar tranquilo, deberá cumplir de forma cabal y copulativa con cada uno de los siguientes requisitos: no tener amigos, conocidos cercanos, compadres o en general, ninguna clase de relaciones con personas ajenas a su círculo familiar más estrecho; no poseer vínculos anteriores (que puedan ser rastreados) o membresías actuales de ninguna clase en organizaciones políticas, sociales o de cualquier otro tipo; carecer de teléfono celular o de red fija, y no poseer, por ningún motivo, dirección de correo electrónico personal o institucional.



Si usted cumple con estos requisitos, y además esta completamente seguro de que su nombre y dirección no figuran en ningún listado, pues entonces le informo que es altamente probable que usted no sea convocado a ninguna cena o «manifestación», como se les llamaba antiguamente a tales convivencias. En tal caso la lectura de esta columna debiera carecer de todo interés para usted. Salvo que por propia voluntad y para su personal regocijo, quiera imponerse de las desventuras de ciudadanos menos afortunados, quienes como podrá adivinar, no encontrarán sobre la tierra recurso que los ponga a salvo de la pavorosa amenaza que se cierne sobre sus billeteras, cuentas corrientes, tarjetas de crédito y débito.



Por el contrario, si usted para su desventura incumple cualquiera de los requisitos más arriba consignados, lamento decirle que puede contar con que no está a salvo, y que lo más probable es que lo inviten a una, varias o muchas cenas en lo que resta de aquí al mes de diciembre. Por lo que siendo realista y anticipándose a los hechos, más le vale que adopte las providencias del caso, se informe de que se trata este asunto si acaso es primerizo, actualice y sistematice sus conocimientos si ya tiene experiencia acumulada, o se proponga actuar en el marco del evento como un profesional experto en estas actividades. Especialmente si calcula que su asistencia y especialmente el correspondiente óbolo que habrá de invertir, le pueden acarrear algún hipotético beneficio futuro.



1.- Del valor de la tarjeta que han dispuesto para usted: Por regla general, existen tarjetas de «invitación» de diversos valores para un mismo evento, las que normalmente fluctúan entre los 10.000 y los 100.000 pesos, o un poco más. Yo mismo tuve una vez ante mis ojos aterrorizados una de 250.000, que me habían transferido por error o por alguna clase de venganza, y le advierto que incluso se tienen noticias de tarifas aún más altas, pero son excepcionales. Por lo que mucho me complace informarle, para su consuelo, que es altamente improbable que semejante desgracia caiga sobre usted, su familia y descendientes. Considere con cuidado el tipo de tarjeta que le han conferido, puesto que el detalle del valor no está para nada exento de significado, incluso político. No olvide que fue alguien, o quizá un comité organizador, el que resolvió el valor que le harían pagar, y que sus razones tendrían. Generalmente existe una correlación directa entre dicho valor y lo que se supone alcanza el poder adquisitivo de la víctima, o lo que no es lo mismo, pero casi igual, respecto a la ubicación precisa del «donante» en el ranking de figuras públicas. También se suelen hacer conexiones entre la cifra que se le pide que pague y la hipotética obligatoriedad del compromiso moral o práctico del invitado para asistir. O más propiamente, para ponerse con los billetes requeridos, aunque al final usted se quede en su casa pretextando cualquier cosa. Pero créame, hay casos calificados en los que no solo importa su dinero, sino también y a la par su presencia física efectiva. Considere además en el ítem del desembolso pecuniario, que es probable que los organizadores hayan tramado que la invitación se haga extensiva a su señora esposa, a su señor esposo o acompañante, según sea el caso. Y saque sus cuentas teniendo en mente que sería poco estético que, por ejemplo, usted cancele 100 lucas por su propia entrada y tan solo 10 por la de su pareja. ¿Me explico? Por último, no se crea ni por un minuto que el valor pagado, por alto que sea, le da derecho a consideraciones especiales a la hora de los quiubos. Se está usando mucho el no armar mesas especiales para autoridades políticas o gubernamentales, así es que vaya preparado para sentarse en cualquier parte y no necesariamente en la mesa del homenajeado, o ni siquiera cerca de la misma.



2.- Llegue temprano y retírese a una hora prudente: Es conveniente llegar al lugar del evento entre 10 y 15 minutos después de la hora señalada. Puede contar con que otros más entusiastas, aunque más inexpertos o hambrientos, ya estarán instalados y no dejarán de tomar nota de su llegada. Además, tendrá ocasión de elegir donde y con quienes compartir la velada, e incluso cambiar de opinión y de sitio, si se da el caso, oteando desde su lugar estratégicamente seleccionado la mesa principal, de modo de ver y ser visto. Llegar demasiado tarde entraña riesgos no menores. Como verse obligado ubicarse «a la suerte de la olla», lo que puede significar sentarse en una mesa alejada del centro neurálgico de la actividad y, lo que es mucho peor, en compañía no deseada de los infaltables lateros. Esos que tratarán de aprovechar su cercanía para pedirle cosas, plantearle sus propias tesis sobre asuntos peliagudos, y todo esto por dos o tres horas consecutivas sin escapatoria posible. Retírese tal como llegó, es decir vistosamente, y no sin antes despedirse del homenajeado de manera ostensible y amistosa. Reprima su entusiasmo, en caso de que haya brotado a calor de un vino de calidad discutible, y no haga ni tal de quedarse hasta el final. Piense que ello podría afectar sensiblemente el valor inapreciable valor de su asistencia al ágape.



3.- Muévase, circule, circule: No olvide que usted no vino a comer, sino a otras cosas más sustantivas. Tenga siempre muy claro que por el precio que le han conminado a pagar habría comido de lujo en el mejor restaurante de la plaza, y no precisamente un lomo con papas mayo o duquesa como el que tiene al frente Así es que dedíquese en cuerpo y alma a lo suyo, que no es otra cosa que trabajar para el siempre caprichoso futuro. Muévase, circule por las mesas, aproveche de reverdecer viejas amistades y repita una y otra vez palabras o frases tales como: «llamémonos»; «gusto de verte»; «juntémonos a almorzar en la semana»; «tenemos que hablar»o «sigamos conversando», etc.



4.- No deje que los fotógrafos lo embauquen: Tenga en cuenta que los individuos cámara en ristre que pululan por las manifestaciones, con toda certeza, no son precisamente reporteros gráficos de importantes medios de comunicación. Así es que olvídese de aparecer en las páginas sociales de revistas en papel cuché en los diarios del día domingo, si acaso tiene la peregrina idea de acceder a sus insistentes requerimientos. Le cuento que se trata de unos rifleros que se mueven alrededor de las polillas cobrando por adelantado por una fotografía que muy probablemente usted no verá revelada mientras viva. Por más que el «profesional» haya anotado prolijamente tu nombre y dirección, o le haya entregado una tarjeta personal con una dirección y fecha para retirar «el trabajo».



5.- No pregunte, pretenda que sabe todo: Con toda seguridad usted se va encontrar con personas que no ve desde hace tiempo, y le recomiendo que reflexione sobre las razones por las cuales esto debe haber ocurrido, y tenga presente las conclusiones de tal introspección. Pero no haga ni tal de preguntarle a alguna persona con la que tropiece entre las mesas «dónde estás» o algo parecido, lo que en el lenguaje de señas de la política se interpreta como «qué cargo tienes, y dónde». A estas alturas del partido se supone que usted debiera saber eso perfectamente, o al menos así lo asumirá su interlocutor. Considere que en caso contrario se sentirá ninguneado por la pregunta. Imagínese la cara que pondría ante semejante interrogante alguien como José Miguel Insulza o Nicolás Eyzaguirre, por decir algo. No se lo perdonarían ni a usted ni a sus descendientes hasta la cuarta generación inclusive. Sea delicado, presuma que sabe todo, aunque no se acuerde ni del nombre de la persona que tiene al frente y acaba de abrazar afectuosamente. Y por las dudas, frente a casos calificados, dele su tarjeta y pídale la suya.



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Carlos Parker Almonacid es cientista político.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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