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El Evo en Chile


Lo que brilla con luz propia nada lo puede apagar,
su brillo iluminará la oscuridad de otras costas.
(Pablo Milanés)




El reciente y significativo triunfo presidencial de líder indígena Evo Morales me hizo retrotraerme a enero del 2004 cuando a través de Fundación Oceana quisimos invitarlo a participar en el seminario «Océanos, América de Sur y desarrollo sustentable», hecho que despertó y generó un ambiente hostil, xenófobo y de casi nula disposición al intercambio de ideas, que era la intención central del evento propiciado por el director de la Oficina para América Latina, Marcel Claude.



En aquella oportunidad los mismos líderes actuales de los partidos políticos chilenos -lo que demuestra que la clase política en Chile no ha renovado sus caras, aunque algunos quieren creer lo contrario- desplegaron toda clase de argumentos para transformar una instancia de debate, de diálogo y de reflexión, junto a quien ya evidenciaba su camino hacia el Palacio Quemado, en la visita de un enemigo de la patria y de un agente del narcotráfico mundial.



Basta con revisar los diarios de esos días para encontrar a recientes candidatos parlamentarios y presidenciales haciendo gala de un chauvinismo que se suponía privativo de otras naciones a las que nuestras autoridades suelen mirar con distancia, por no decir con desprecio. Se declaró al boliviano persona non grata, se lo trató de traficante de drogas, se dijo que era «antichileno», de querer una guerra con Chile y algunas cosas más. En la exposición de estas hermosas expresiones y la búsqueda de generar un ambiente de tensión, destacaron entre otros, el entonces alcalde Santiago Joaquín Lavín, el senador socialista Ricardo Nuñez, el presidente del PPD Víctor Barrueto, los diputados Jorge Tarud, Iván Moreira e Iván Paredes.



Incluso el diario La Tercera publicó unas semanas más tarde que el propio Presidente de la República, Ricardo Lagos llamó personalmente a Gonzalo Martner, entonces presidente del PS y expositor del seminario de Oceana para pedirle que no se reuniera con Morales, lo que obligó a nuestra organización a pedirle que suspendiera su visita y advertirle al dirigente cocalero sobre el clima que se había generado en Chile. Cabe también recordar que tan sólo los líderes de la izquierda extra parlamentaria vieron con buenos ojos la visita del líder boliviano y que Sebastián Piñera se mostrara siempre abierto a conversar, dialogar o debatir con Morales, más allá de sus discrepancias de ideas.



Por eso puede parecer sorprendente que ahora que Evo Morales es el presidente electo de Bolivia, los que ayer rompían vestiduras y se olvidaron de sus «valores progresistas», de su espíritu de diálogo, de la búsqueda del entendimiento regional y que sólo expresaron su nacionalismo más ramplón, saluden ese triunfo.



Sobre todo porque Morales no ha cambiado un ápice, sigue siendo el mismo tipo inteligente, agudo y sagaz, que en sus ideas para gobernar Bolivia ya incluía el año 2004 importantes elementos de desarrollo sustentable, aspectos que siempre resultan tan peligrosos para asegurar el bolsillo de unos pocos. Y Morales también sigue siendo el mismo que en una sola frase es capaz de desnudar lo que siente y expresar lo que a muchos les sigue complicando: «La meta de las trasnacionales y de los gobiernos de turno no es suprimir la coca ni el negocio ilegal del narcotráfico, sino tener el control del jugoso mercado de las drogas, el petróleo y los otros recursos naturales, el agua y la biodiversidad de los territorios. Para eso, necesitan acabar con todo el sector de los productores de coca, que por el grado de organización que tiene, representa un importante obstáculo a sus planes de colonización».



No hay nada peor para un país que caer en algo que tanto crítica en los demás, por eso aquel caluroso verano del 2004, cuando la clase política local mostró un show patético y lamentable, Morales logró su primer gran triunfo en estas tierras donde siempre nos ufanamos de cordura y tolerancia.



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Jordi Berenguer. Periodista Oceana, Oficina para América Latina y Antártica.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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