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Desaceleración en la economía mundial


La economía mundial se está enfriando nuevamente. El crecimiento mundial de los últimos tres años fue algo superior al 4 por ciento anual. Ahora, el crecimiento se está reduciendo, y no es improbable que hacia el próximo año la economía mundial se encuentre en receso. El origen de esta tendencia está en la economía de los EE.UU. Pero los efectos habrán de sentirse en todo el mundo.



Curiosamente, a nivel oficial no parece haber mayor preocupación al respecto. Muchos suponen que las economías del resto del mundo podrán descolgarse de los efectos recesivos norteamericanos. Incluso circulan versiones respecto a los efectos virtuosos de una recesión estadounidense, que obligaría a esa nación a disminuir sus graves déficit externos y aumentar sus ahorros internos.



Entre quienes han alertado que esto no es más que una ilusión está Stephen Roach del Morgan Stanley. Para él, no hay locomotora económica capaz de sustituir la demanda mundial que se perderá con la recesión en EE.UU.



Nada se puede esperar de la Unión Europea. Sintomáticamente, un reciente, y quizás muy pasajero, repunte del 0.9 por ciento de la economía de Alemania ha desatado una ola cercana al júbilo. De mantenerse ese ritmo, la economía alemana podría crecer apenas un 2.0 por ciento durante 2006. En toda la UE, la persistencia de altos déficits fiscales, el alto índice de endeudamiento privado, el aumento de las tasas de interés y de la presión inflacionaria, junto a la revalorización del euro, ofrecen poca posibilidad de un repunte más generalizado y sostenido.



En cuanto a Japón, los datos de Roach indican que para cubrir la brecha dejada por la disminución en 1 por ciento de la demanda interna EE.UU, ese país tendría que aumentar la suya en 3 por ciento. Pero también el yen se ha ido fortaleciendo, y Japón, cada vez más, siente los efectos de los altos precios del petróleo. Si sumamos a eso el tremendo déficit fiscal, con tasas de interés en alza, se requeriría magia para dinamizar el aumento de la demanda interna.



China y la India tampoco son candidatos a sustituir la eventual brecha de los EE.UU., sino más bien a ser sus víctimas igual que el resto de la economía global. Suponer que China podría aumentar su crecimiento más allá del 11-12 por ciento actual, sería pecar de ingenuo. Para hacerlo, tendría que trasladar la demanda externa hacia la demanda interna. Probablemente, la pérdida de mercados externos desataría una guerra de precios internos, con consecuencias funestas para una economía plagada de exceso de capacidades de producción, precios monopólicos, y un sistema financiero fuertemente subsidiado por el estado. Arriesgarse a inflar más la economía, podría ser el suicidio definitivo tanto para el Gobierno como para el Partido Comunista que lo controla, no sólo a nivel central, sino especialmente regional.



Por su todavía pequeño peso en la economía global, como debido a sus políticas proteccionistas, de la India tampoco se puede esperar mucho. Y obviamente tampoco de América Latina, fuertemente dependiente de las exportaciones tanto hacia EE.UU. como hacia los países de Asia. Estas economías necesariamente sufrirán directamente los efectos de una disminución de la actividad económica en los EE.UU.



A este panorama bastante oscuro, debe agregarse la advertencia que Nouriel Roubini y muchos otros vienen repitiendo ya hace largo tiempo. Se trata del hecho de que con la recesión en ciernes, termina un ciclo de crecimiento económico de EE.UU. basado en ingresos personales que no provienen de los ingresos del trabajo, sino del aumento de la riqueza de los hogares gracias al boom inmobiliario. Si después del desastre bursátil de comienzos del milenio, ahora se agrega la caída de los precios de los inmuebles, la gran masa de consumidores fuertemente endeudados quedará expuesta a otro desastre. A la pérdida de una buena parte de sus derechos de pensiones, se sumará ahora la pérdida de las viviendas que empeñaron cuando sus precios eran altos.



En este marco, el margen de acción de las políticas económicas tradicionales se reduce prácticamente a cero. Para enfrentar la crisis bursátil del comienzo del milenio y, especialmente, contrarrestar los efectos del 11/09, a lo largo y ancho del mundo se abrieron las compuertas de la liquidez monetaria. Ello llevó a un incremento explosivo de las deudas internas en la mayoría de los países. Los aumentos de los energéticos y las materias primas han podido ser absorbidos sin shocks recesivos gracias al espectacular aumento de los flujos de capitales internacionales. Las reservas monetarias internacionales, en los últimos tres años, aumentaron como nunca antes en la historia. A esta expansión monetaria ahora podrán suceder fuertes pérdidas en los mercados de valores financieros, acompañadas de pérdidas cambiarias de las naciones acreedoras mundiales.



Todo indica, pues, que la economía mundial podría quedar acorralada entre una trampa de liquidez y otra de endeudamiento masivo de los consumidores, con crecientes excedentes de capacidad instalada y un océano de papeles financieros expuestos a pérdidas. Contrariamente a lo que muchos esperan, ello podría reanimar el proteccionismo y las luchas internacionales de precios. Hasta ahora, nadie se ha atrevido ni siquiera a pensar en las recetas para enfrentarlas.







Alexander Schubert. Economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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