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China y Chile: Algo más que un simple TLC


El Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Chile y la República Popular China, recientemente promulgado por la presidenta Michelle Bachelet, constituye, pese a las evidentes asimetrías, un eslabón más dentro de una larga cadena de relaciones políticas cooperativas entre ambos países, y cuya puesta en marcha no necesariamente representa una panacea o una amenaza, en términos económicos; sino que más bien responde a consideraciones de tipo estratégico de largo aliento. La distancia física, cultural y hasta ideológica, no ha sido obstáculo para que en el despliegue de sus respectivas políticas exteriores, Chile y China hayan coincidido de manera importante a través del tiempo.



En diciembre de 1970, Chile se convirtió en el primer país sudamericano en establecer relaciones diplomáticas con el gigante asiático, desafiando claramente la política internacional de bloques imperante en aquella época. Como un matutino señaló en esa oportunidad: «La exclusión de China continental imposibilitaba a Chile para formular una política exterior genuinamente global y cerraba el acceso a un mercado de vastas proporciones». Este acontecimiento se producía dos años antes de la histórica visita del presidente Nixon a Beijing, y en circunstancias de que el gran aliado de Chile en el campo socialista era la Unión Soviética. Dicho paso llegó a ser tan crucial, que Santiago no dudó en mantener sus vínculos con Beijing una vez sobrevenido el golpe militar del general Augusto Pinochet. Al fin y al cabo, China jamás suscribió las denuncias por violación a los derechos humanos formuladas contra la dictadura, mientras que numerosos seguidores de ésta establecían una casi eufemística distinción entre el régimen chino y el régimen soviético, al que calificaban de «poder expansionista». En el caso de China, su acercamiento hacia Chile no podía ser más coherente, ya que formaba parte de su estrategia antisoviética que la llevó años más tarde a establecer relaciones formales con el mismo Estados Unidos.



Sin embargo, la existencia de este temprano reconocimiento político, que incluye el apoyo chileno a la posición china sobre los problemas de Taiwán y Tíbet, no trajo aparejado un progreso sustantivo inmediato en el plano de la cooperación económica. La situación experimentó un cambio radical a fines de la década de los años 80, periodo en el que los trágicos sucesos de la plaza Tiananmen en China y el principio de la transición en Chile, puso a ambos países frente al comienzo de una nueva etapa de su historia, en donde la reinserción en el sistema internacional jugaría un rol de primera magnitud. En medio de las incertidumbres sobre el panorama futuro, la visita del entonces presidente chino Yang Shangkun a Santiago, como parte de su gira por Latinoamérica en 1990, sirvió para que Chile iniciara una activa política económica hacia el Asia Pacífico, que se tradujo años más tarde en su ingreso al Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) y en su decidido apoyo a China para que este país se incorporara a la Organización Mundial de Comercio (OMC). La materialización de este evento en el año 2001, implicó una suerte de trampolín sin retorno en el camino hacia la firma de un TLC bilateral.



En otro plano, Chile y China se vieron enfrentados a situaciones semejantes con motivo de la ocupación estadounidense en Irak y las resolvieron casi de manera idéntica, cuestión que vuelve a poner de manifiesto alguno de sus puntos de convergencia en la esfera internacional, como la defensa del multilateralismo o la necesaria reforma de las Naciones Unidas (ONU). Al interior del Consejo de Seguridad de este organismo, ambos países mantuvieron posiciones equidistantes tanto de los que estaban a favor de la invasión de Irak como de los que estaban en contra. Sin embargo, sus vínculos con Estados Unidos los ponían en una situación difícil ante el inminente ataque norteamericano al régimen de Sadam Hussein. Chile llevaba a cabo negociaciones para un TLC con Washington; mientras China buscaba posicionarse como una potencia madura y responsable a nivel global, aunque no incondicional a los Estados Unidos. El anunciado veto de Francia y Rusia a cualquier resolución que apoyara explícitamente una invasión, obligó a la Casa Blanca a basarse en un dictamen anterior para validar su proceder, evitando de paso, que tanto Chile como China encararan una decisión que más tarde podría tornarse lamentable.



TLC sin anteojeras



En un contexto internacional de globalización económica, la firma de un TLC entre Chile y China, constituye un paso lógico en la estrategia de desarrollo de ambos países. China se autopercibe a sí misma, en 20 o 30 años más, como una potencia mundial, al nivel de los Estados Unidos o Europa, de modo que para lograr ese objetivo no sólo debe mirar hacia su área de influencia natural: el sudeste asiático; sino que también a Latinoamérica y a Africa, regiones ricas en materias primas y potenciales mercados para la venta de sus productos. Para Chile, esta sostenida emergencia de China como un poder global no ha pasado desapercibida, al punto de que Beijing se ha convertido en el segundo socio comercial del país, después de los Estados Unidos. Las cifras resultan evidentes en ese sentido. Sólo en el primer semestre del 2006, el comercio bilateral entre ambos países alcanzó una cifra acumulada de 3 mil 613.9 millones de dólares, con una balanza comercial ampliamente favorable hacia Chile.



Consistente con esta realidad, y dada las limitaciones de la economía local, resulta explicable el insistente discurso en torno a que Chile debe trabajar para convertirse en una puerta de entrada (o de salida) en la región, para las economías del Asia Pacífico. Y de ahí, igualmente, el interés chileno en liderar un nuevo eje de integración latinoamericana, mediante su reciente reingreso a la CAN, como su reticencia a abandonar el Mercosur; espacio cuyos principales promotores, particularmente Brasil, y ahora último Venezuela, son mucho más prioritarios para China de lo que es hoy Chile. Es más, en momentos en que las iniciativas para concretar el ALCA han entrado en un fase de estancamiento profundo, el retroceso de los vínculos de Estados Unidos con la región han dejado espacio libre para esta lenta incursión de China, que lejos de desafiar en el corto plazo la supremacía geopolítica de Washington, apuntan a sostener el elevado ritmo de crecimiento de ese país.



No obstante, cabe detenerse brevemente en algunos mitos que la actual asociación genera en diversos sectores locales. El primero, quizás el más recurrente y optimista, es el que habla de que, a raíz de este acuerdo, para Chile se abre un mercado de 1300 millones de personas, sin considerar que la población china con un poder adquisitivo real está por debajo de los 300 millones, distribuidos muy heterogéneamente en las costas sur y nororiental del territorio, y en donde las oportunidades de negocios están radicadas en las grandes empresas, más bien que en las pymes. A ello se suma los divergentes marcos regulatorios, las excesivas barreras burocráticas y los distintos criterios impositivos, que dificultan cualquier intento de inversión allí. El otro mito está relacionado con la posible inundación de productos chinos que pudiera sufrir el mercado chileno ante la ausencia de aranceles entre ambos países. Algo bastante improbable debido al reducido nivel de barreras comerciales que Chile ya posee desde mucho antes de la firma de este acuerdo. Incluso, en el caso particular de ciertos productos sensibles, como algunos del rubro textil, existen salvaguardias específicas que imperan no sólo en Chile, sino que en la mayor parte de las economías latinoamericanas.



En definitiva, al contrario del rol que puede llegar a jugar China en la política exterior de Chile, las posibilidades de que Santiago se transforme en un socio decisivo para Beijing, desde el punto de vista global, son, por no decir nulas, escasas. Sin embargo, siendo América Latina todavía un lugar donde los inversores prevén menores beneficios y una mayor inseguridad que en otros sitios, la estabilidad y competitividad chilena han llevado a que el país se transforme en un socio importante y confiable para China, en el marco de la denominada cooperación Sur-Sur. La evidente asimetría pues, ha dejado espacio para una complementariedad relativa. Está por verse, si ésta se hace efectiva más allá del terreno estrictamente económico.



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Cristián Maldonado. Periodista. Magíster en Estudios Internacionales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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