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El fugitivo


Una de estas noches de frío reparé en un sujeto acurrucado en una frazada pulguienta, con una caja de vino al lado, en la esquina de Rosas y Riquelme. Me acerqué a ver su cara, porque pensé con horror que podría tratarse del ex general Raúl Iturriaga Neumann, el héroe de la resistencia anticomunista de Chile.



Hay que ser valiente para pasar a una dura clandestinidad en este otoño feroz que nos deparó la naturaleza. Imagino a Iturriaga enfrentando las lluvias, los vientos y el acecho de los pumas en alguno de los pedacitos de bosque húmedo templado que nos quedan, temiendo ser sorprendido en cualquier momento por alguno de los espías del régimen. O durmiendo en colchones infestados de chinches, tras comer agradecido una sopita aguada en las casas generosas que el pueblo (la gente) siempre abre a los perseguidos de la Resistencia.



Canturreo inconcientemente una cueca que ya se difunde como pólvora entre las personas de buena voluntad:
Puede ser un obispo,
puede y no puede,
puede ser sólo el viento
sobre la nieve:
sobre la nieve, sí,
la luz no se apaga,
que viene galopando, Raúl Iturriaga.



De ser atrapado por los esbirros del gobierno, Iturriaga arriesga los horrores del Penal Cordillera, cuya piscina recién abrirá nuevamente en diciembre. Ä„Seis meses! De ser reducido a las estrecheces del minúsculo bar de oficiales, obligado a comunicarse con el mundo externo apenas con teléfono fijo, celular, banda ancha y televisión por cable. Y a salir sólo de vez en cuando, con su amigo Alvaro Corbalán.



Él es la esperanza del pueblo (la gente) que clama justicia frente a los atropellos. Admiro su refinada astucia, al decirle al tonto del juez que ponía sobre la mesa su honor militar para que no lo mandara preso con la policía. Y la tremenda audacia de salir de su propia casa, con unas maletas y en su auto, rumbo a las sombras de la clandestinidad.



También me conmovió esta semana la heroica solidaridad de sus camaradas de armas, que en rueda de prensa recordaron con qué hidalguía nuestro Ejército alguna vez salvó al país de desalmados como Salvador Allende. Por ese acto de dignidad elemental los oficiales retirados fueron agredidos por turbas violentas, organizadas por extremistas profesionales, que les gritaron insultos irrepetibles en la calle. Pero -ja ja- ellos, acudiendo a sus conocimientos militares, efectuaron un repliegue táctico hacia una zapatería, donde se camuflaron hábilmente entre tacos aguja y zapatillas Nike.



En su hora de gloria, el propio Iturriaga se arriesgó a agresiones humillantes, que incluían hasta escupos, cuando le ponía la capucha a los extremistas que pasaban al cuarto de torturas. Hasta fue insultado alguna vez por algún malagradecido que se salvó de que le pusieran una bolsa plástica en la cabeza.



Pero aún tenemos Patria. Temí en algún momento que el comandante en jefe del Ejército envileciera a la institución una vez más diciendo bobadas como que sus servicios de inteligencia andan buscando a Iturriaga, que lo repudian, que rechazan a los militares en retiro. No, nada de eso. El general Izurieta se declaró, astuto él, «complicado», y aunque recibió a los familiares de los extremistas desaparecidos, puso una cara de piedra que nos tranquilizó a todos. Gracias, mi general, lamento haber dudado de usted.



Los del régimen no atinan. El ministro de Relaciones Exteriores subrogante, por ejemplo, Alberto van Klaveren, dijo que la fuga de Súper Iturriaga «no tiene ninguna relevancia» para la imagen de Chile en el exterior. ¿Cómo no? Ya el mundo sabe que aquí la resistencia antimarxista existe y no se rinde, que hay uno, cien, miles de Iturriagas listos para cagarse en el sistema judicial, en la policía y en el gobierno.



Alejandro Kirk es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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