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Barack Obama, en la huella de Nat Turner


Me acabo de enterar de que Barack significa «afortunado» en árabe y hebreo . Este nombre semita, sí, de ismaelitas y judíos, designa a un mulato de padre negro keniano y madre blanca «born in the USA», los progenitores de Obama, quien podría convertirse en el primer presidente no blanco de Estados Unidos.



Leo en estos días los análisis, las encuestas, y las especulaciones sobre si este abogado graduado en Harvard y defensor de los desposeídos, podría derrotar a Hillary Rodam Clinton en las primarias demócratas, y luego en noviembre a quien resulte el nominado del viejo Partido Republicano (PR).



Los estadounidenses son en ocasiones seres curiosos, pues el PR se formó en la década de 1850 para terminar con la esclavitud, mientras los «demócratas» de la época, atrincherados en el Sur, defendían lo que en EEUU se ha llamado «la institución peculiar». Hace un siglo y medio (1861-1865) los estadounidenses se desangraron en una Guerra Civil que costó 600 mil vidas. El Norte defendía la unidad de la nación y el capitalismo, bajo los lemas «hombres libres», «trabajo libre» y «tierra libre». Mientras que los esclavistas de los estados tabacaleros y algodoneros que vivían de los esclavos negros, decidieron separarse, romper la nación, para continuar con su sistema económico y su mundo esclavista/feudal.



Ya sabemos que Abe, como llaman sus compatriotas a Abraham Lincoln, lideró a los republicanos en la Guerra de Secesión, hasta que derrotaron a los barones de un régimen ignominioso. Abe pagó con su vida esta proeza: fue asesinado a poco andar de ser reelegido en 1864.



Al leer la historia de EEUU, sobre todo su época de esclavitud, lo que llama la atención es que muy pocos negros se rebelaron abiertamente contra la opresión. Es cierto que la resistencia adquiría otras facetas: trabajo lento en los campos de tabaco y algodón; romper las herramientas; fugarse clandestinamente en el Tren de la Libertad hacia los estados del Norte y Canadá, ayudados por los abolicionistas; y sobre todo, mantener una cultura reprimida que hablaba la lengua y tocaba los tambores de África.



Pero hubo un hombre que lideró la más importante insurrección contra la esclavitud. Se llamaba Nat Turner, y dirigió a un grupo de alzados en Virginia en 1831. Se creía un elegido, un Mesías, era un loco-cuerdo que invitó a sus hermanos a derrotar el abuso blanco. Fueron pocos quienes lo siguieron, pero se trataba de hombres decididos. Arrasaron unas pocas plantaciones sin miramientos, dejando cadáveres al paso. Fueron pronto derrotados, Nat fue capturado y sometido a juicio. Le nombraron un abogado en un proceso amañado y este líder de la cruzada le dijo: «¿No fue Cristo crucificado?». A Nat lo mató la «justicia» blanca por insurrecto y asesino, pero el Sur ya nunca sería el mismo. Las leyes contra los negros esclavos se tornaron más duras, los poderosos «demócratas» se pusieron en alerta. Pero la ola antiesclavista ya no se detendría: tres décadas después estallaría la Guerra Civil, y el denominado Ante-Bellum South, el Sur previo a la contienda, dejaría para siempre de existir.



No obstante, pese a los esfuerzos de Lincoln el racismo no acabó. En verdad, Abe era partidario de la libertad para los afroamericanos, mas pensaba que blancos y negros no podían convivir como iguales, y lo mejor era que los ex esclavos se fueran a África, específicamente a Liberia. Los negros libertos se negaron a esa idea irreal e insensata, pero la discriminación aún se mantiene, re-actualizada y extendida hoy a los latinoamericanos y musulmanes.



Más allá de las nuevas formas de segregación, no debemos olvidar que desde Nat Turner ha corrido mucha agua río abajo. El nuevo punto crucial fue la lucha por los Derechos Civiles, que les costó la vida a Martin Luther King y Malcolm X, y algunos dicen que hasta al propio John F. Kennedy, el primer presidente católico de EEUU, otro «diferente», a pesar de ser un privilegiado de la Costa Este.



Y ahora aparece Barack Obama, del Partido Demócrata, una organización política reciclada, sobre todo desde F. D. Roosevelt, quien impulsó el llamado Nuevo Trato y cambió temporalmente la Constitución, siendo elegido cuatro veces presidente entre 1932 y 1945. Sí, ahora emerge Obama, con un mensaje inclusivo, consecuentemente antiguerra de Irak -a diferencia de Hillary Rodam Clinton-, prometiendo el cambio tan esperado, y desalojar al establishment de Washington D.C.



Entiendo que haya escépticos de izquierda acerca de Obama, por pertenecer a un partido de credenciales históricas dudosas -no olvidemos además la guerra de Vietnam-, o ciertas personas críticas por sus ideas religiosas -como Christopher Hitchens-, quien nos cuenta que este candidato demócrata mestizo pertenece a la Trinity United Church of Christ en Chicago, una congregación que se llama a sí misma «desvergonzadamente negra y cristiana sin disculpas», y que se refiere a los negros como el «pueblo elegido» . Y no comparto la apología que hace de Obama y de EEUU Mario Vargas Llosa , pero siento que el senador por Illinois representa una esperanza. La que ha entusiasmado a jóvenes, independientes y liberals: los izquierdistas moderados o simplemente progresistas, como se entiende en EEUU. La esperanza de quien es heredero de una larga cruzada, la de sus hermanos traídos como esclavos a América hace ya más de cuatro siglos. Los ancestros directos de Nat Turner.



Si cabezas calientes y retrógradas llegaran a matar a Barack Obama, como dicen algunos pesimistas -no olvidemos que un pesimista es un optimista informado-, y existiera el Más Allá, no me cabe duda que el alucinado y lúcido Nat de la Virginia tabacalera lo recibiría, lo abrazaría y le susurraría al oído: «Was not Christ crucified



Yo quiero vivo a Obama hasta el final, en la Casa Blanca, y que nos demuestre que el postergado «sueño americano» y el «crisol de razas» comenzarán a ser realidad.



Por ti, Nat, y por todos nuestros pueblos.





*Jorge Scherman, escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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