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La liberación de Ingrid Betancourt

Las Farc estiman en más de 100 mil los muertos desde 1964 hasta hoy debido a masacres, desapariciones forzosas y ejecuciones extrajudiciales, perpetradas por el Estado colombiano y sus órganos además de los paramilitares; es decir, las fuerzas rebeldes tendrían una justificación moral inmensa. Es esa superioridad moral la que la mayoría de la opinión pública mundial les retiró.


Por Rodrigo Larraín*



El fin del secuestro de Ingrid Betancourt y las características de su rescate han causado dos grandes efectos: una natural alegría en la mayoría de las personas y una sombra de dudas y desconfianza en los menos. Se ha tratado de defender a las Farc minimizando el acontecimiento proponiendo algunas hipótesis en ese sentido: que en verdad se pagó por la libertad de Ingrid, que las guerrillas iban a liberar a los prisioneros, o bien, que la Cruz Roja Internacional se prestó para un engaño de proporciones; en realidad son tan alambicadas estas hipótesis que parece que efectivamente se trató de una operación de inteligencia militar exitosa. Porque nadie imagina que iban a liberar a los secuestrados norteamericanos por nada.



Sin embargo, muchos de los que se alegran, implícitamente rebajan la categoría del hecho recordando que aún tenemos miles de secuestrados de los cuales no se conoce su paradero -los detenidos desaparecidos- dando entender que, como esto ha sido común en las dictaduras derechistas, las Farc habrían adquirido también el derecho a secuestrar y a encarcelar arbitrariamente.



Pero la gran pregunta pendiente es por qué un grupo cree tener justificación para secuestrar a personas inocentes. Luego de las aberraciones causadas por la doctrina de la seguridad nacional en América Latina se trata de una pregunta ineludible. Las Farc estiman en más de 100 mil los muertos desde 1964 hasta hoy debido a masacres, desapariciones forzosas y ejecuciones extrajudiciales, perpetradas por el Estado colombiano y sus órganos además de los paramilitares; es decir, las fuerzas rebeldes tendrían una justificación moral inmensa. Es esa superioridad moral la que la mayoría de la opinión pública mundial les retiró. Nótese que argumentaron siempre que la prisión de Betancourt era un operativo legítimo de la Farc-Ep, desarrollado en medio de la guerra civil que se libra en Colombia entre las fuerzas populares insurgentes y el Estado colombiano. Las Farc trabajaron por obtener el estatuto de fuerza combatiente con el respectivo reconocimiento internacional y de los organismos y tratados que regulan la guerra entre países. La complicidad con el narcotráfico, el secuestro de personas no combatientes, el reclutamiento forzoso de menores, entre otros hechos, les quitó toda legitimidad.



Desde otro punto de vista es posible plantear otra interrogante: de si la acción revolucionaria tiene límites morales de alguna clase. Revisemos algunos hechos brevemente. La revolución rusa fue resultado, entre otras causas, de la desmoralización de los soldados de un ejército que no entendieron qué tenían que ver sus vidas con la guerra: o sea, fue un sentimiento antibélico el detonante; la lucha fue entendida en todos los enfrentamientos posteriores como combate entre beligerantes con exclusión de inocentes no comprometidos directamente: Solamente en el stalinismo, pasado el momento fundacional, se hizo uso de la brutalidad como herramienta política y se persiguió a grupos, a la manera de los nazis, por considerárselos culpables o a lo menos sospechosos. Pero la crítica al régimen soviético de corte stalinista no se hizo esperar y fue denunciado públicamente. Y la izquierda volvió a su cauce humanista y pacífico dejando la lucha violenta para los casos excepcionales, sobre todo como resistencia.



La renovación de la izquierda que significó la aparición de la izquierda revolucionaria, con su ruptura con el reformismo, la incorporación de nuevos pensadores provenientes del marxismo occidental, la incorporación de nuevos actores de la vanguardia revolucionaria -como los roles desempeñados por estudiantes, los creyentes comprometidos con los pobres, los sin casa, los pueblos originario, entre otros, retomó la violencia desde una perspectiva moral. Muchos de estos grupos fueron guerrilleros urbanos o foquistas; pero absolutamente todos excluyeron causar daño a quienes no estaban involucrados en combate.



Sendero Luminoso de Perú y la fase última de las Farc rompieron esta regla. Al final ya no eran grupos revolucionarios. Chávez hace dos semanas declaró que las Farc no tenían ninguna razón para existir, Fidel Castro, a quien nadie podría acusar de amigo de Álvaro Uribe, manifestó su alegría por la liberación de Ingrid Betancourt y recuerda que «que varios analistas políticos militantes de partidos de la izquierda latinoamericana, tuvimos la valentía hace un año, de criticar públicamente en los diferentes medios a las Farc instándolos a la liberación de los secuestrados, porque la verdadera guerrilla y el Ché, jamás habrían estado de acuerdo con una ‘guerrilla’ que tuviera 800 civiles secuestrados». En la página web Cubadebate, señala que «por un elemental sentimiento de humanidad, nos alegró la noticia de que Ingrid Betancourt, tres ciudadanos norteamericanos y otros cautivos habían sido liberados. Nunca debieron ser secuestrados los civiles, ni mantenidos como prisioneros los militares en las condiciones de la selva. Eran hechos objetivamente crueles».



Las expresiones de Fidel Castro ponen a la vista una cuestión de interés para cualquiera que tenga o sueñe algún proyecto político de izquierda, nada puede justificar la crueldad como camino hacia un mundo mejor, es antimoderno, irracional y contrario al más elemental de los derechos humanos.



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*Rodrigo Larraín es Sociólogo, académico U. Central

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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