Publicidad

¿Cambio de gabinete o de política exterior?

Así, mientras para la política interna el cambio de gabinete parece un ajuste de color de una Presidenta en el peak de su popularidad, en el exterior será leído como un ajuste mayor, pues se concentra en todos los ejes de la política exterior, incluida la embajada en Estados Unidos.


Es común argumentar que un ajuste ministerial no cambia la política de un gobierno. Pero cuando conjuntamente se va el canciller y el ministro de Defensa y cambia la vocería, no se puede negar que algo pasa en el eje fundamental de la política exterior, y que el gobierno desea hacer el énfasis.

Si no fue pensado así sería lamentable. Sobre todo porque están en pleno desarrollo los resultados de la primera reunión de ministros de Defensa de UNASUR, realizada esta semana en Santiago, mecanismo que no ha sido fácil para sus impulsores y va a contrapelo de la política hemisférica sostenida por los Estados Unidos. No hay que olvidar que implica un foro militar sin este último país y tiene a Venezuela como parte integrante.

A ello se deben agregar los ecos políticos del viaje a Cuba de la Presidenta de la República, y el apoyo de Fidel Castro a Bolivia en el tema marítimo, viaje cuya agenda estuvo plagada de errores de apreciaciones e imágenes enteramente atribuibles al  entorno presidencial.

Finalmente, para quedarnos exclusivamente con aspectos de la coyuntura,  está el aumento del tono verbal agudo en las relaciones con el Perú, vinculado al diferendo fronterizo radicado judicialmente en La Haya, y que no tiene en Chile una actitud contracíclica que lo desactive o atenúe. Y respecto del cual el Canciller saliente siempre fue, para bien y para mal, un actor relevante.

Por cierto, no se puede sostener que haya una crisis o que el cambio de gabinete que afecta a Relaciones Exteriores y Defensa se deba a una necesidad evidente de reforzar el sector. Por lo mismo, queda la sensación de algo poco reflexionado, de una suerte de irritabilidad burocrática en ámbitos del gobierno y no de una intencionalidad política.

Es un hecho que la política de imágenes coherentes no es el fuerte en el gobierno de Michelle Bachelet, aunque sí lo es, y con buenos resultados, el fortalecimiento de su imagen personal. Lo que se demuestra en las adhesiones ciudadanas, en las que la Presidenta tiene un porcentaje muy alto y notablemente mayor de popularidad y aceptación que el del resto del gobierno.

Esto viene a confirmar una tendencia preocupante para el desarrollo democrático, basado en instituciones republicanas, que se ha manifestado fuerte en los dos últimos gobiernos, cual es el desplazamiento hacia un ejercicio de gobierno de responsabilidad y gestualidad unipersonal, sin mayor vínculo a la fuerza política que lo articula ni a su coherencia como administración.

Ello es un tema a seguir de cerca, pues no es exclusivamente el resultado de la voluntad o los aciertos o desaciertos de un gobernante, sino de la maduración de una institucionalidad constitucional de origen claramente autoritario y personalista, como aquella que proviene de la Constitución de 1980 que aún nos rige.

Así, mientras para la política interna el cambio de gabinete parece un ajuste de color de una Presidenta en el peak de su popularidad, en el exterior será leído como un ajuste mayor, pues se concentra en todos los ejes de la política exterior, incluida la embajada en Estados Unidos. Y posiblemente como una concentración y personalización de la política exterior de Chile directamente en La Moneda.

Publicidad

Tendencias