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¿Se secan los océanos?

Aumenta la percepción pública que la campaña de Frei ha perdido la frescura de los primeros meses, generando una imagen de continuidad burocrática dominada desde las sedes de los partidos por las mismas caras y sus redes clientelares en el Estado.


Mientras Eduardo Frei fue un candidato presidencial que competía desde fuera del círculo actual de poder de la Concertación, creció vertiginosamente. Apenas fue ungido como candidato único del oficialismo, en una operación que tuvo más de disciplinamiento que de acuerdo político, quedó entrampado en la formalidad de los viejos ritos concertacionistas y se estancó. 

Es plausible que el error de no haber seguido su intuición inicial, y  aceptar, cada vez más, las imposiciones que le hacen los partidos y sus estrategas de campaña, lo tengan en una difícil situación electoral que puede agravarse. Pues, contrariamente a lo que estos creen, aumenta la percepción pública que la campaña de Frei ha perdido la frescura de los primeros meses, generando una imagen de continuidad  burocrática dominada desde las sedes de los partidos por las mismas caras  y sus redes clientelares en el Estado.

Una prueba de ello es que sigue el ritmo que marca la Presidenta, en un afán compulsivo por investirse de su popularidad, lo que parece excesivo pues parte sustantiva de ella no es política sino personal.

Otra prueba es que el esfuerzo programático de los Océanos Azules ha sido permanentemente desvalorizado y bombardeado por los partidos, pese a que es uno de los hechos más innovadores dentro de la Concertación en los últimos años para allegar savia nueva a sus filas.

La sospecha en este último caso es que a los dirigentes partidarios no les importan las ideas que emanan de esa esfera de trabajo electoral, en la  que por lo demás participan numerosos militantes de los partidos, sino que tienen problemas por la probabilidad que emerja una nueva red de poder político ajena a la que ellos actualmente monopolizan.

Si bien las dificultades que ha debido enfrentar el candidato oficialista en las últimas semanas pueden traer viento de cola para Sebastián Piñera, se descarta el triunfo de éste en la primera vuelta, y Frei todavía mantiene una ventaja sobre Marco Enríquez-Ominami.  

Lo novedoso de la coyuntura es que por primera vez desde 1990 el país se acerca, con las diferencias del caso, a la conformación de un escenario de tres tercios políticos, los que, despejada la incógnita de la primera vuelta, se rearmarán en alianzas electorales para el ballotage.

Tener los vínculos políticos y la credibilidad personal para ser aceptado como interlocutor o intermediador político por los otros, o no quedar desplazado en  – o por causa de- ese escenario, parece ser hoy la principal preocupación de muchos dirigentes de la Concertación. De ahí nace parte importante de las exigencias a Frei, incluida esa defensa irrestricta del pasado, un tanto añeja y que los viejos estrategas le han impuesto.

Es indudable que el país se mueve aceleradamente hacia un escenario de cambio, muy diferente al estático diseñado por los cerebros de la Concertación.

Para la Concertación, pese a la poca nitidez que aún tiene la coyuntura, debiera resultar claro que son los Océanos Azules la instancia de mayor frescura para una acción innovadora en materia política. Pero los partidos han monopolizado el control de la campaña, dejándolos en una situación tan out sider, que los instala más próximos a la fuerza política que se ha generado en torno a Marco Enríquez-Ominami que a la Concertación misma.

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