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Cuando los reyes se inquietan

Sebastián Bowen
Por : Sebastián Bowen Director ejecutivo Déficit Cero.
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OFELIA: El rey se levanta.

HAMLET: ¿Qué? ¿Le atemoriza un fuego aparente?

GERTRUDIS: ¿Qué tenéis Señor?

Escena XIV, Hamlet, William Shakespeare.

El arte apela a la subjetividad, juega en el campo de la estética, no necesariamente de la ética ni la verdad. Tiene un sentido original en la mente del artista y luego cuando alguien se lo otorga, a veces empalma con eso que llamamos el sentido común. De ahí también su profunda humanidad.

Lo objetivo jamás es la intención del arte. Podrá inspirarlo, dotarlo de contenido, interpretarlo si se quiere, pero el arte no emite opiniones ni juicios explícitos, la obra será una expresión del creador que remueve conciencias en direcciones tan variadas como los espectadores.

Por ello es difícil juzgar al arte cuando cada uno escucha y mira lo que quiere. El arte va en búsqueda de la belleza, el placer en sus más distintas facetas, y como bien sabemos, la belleza no es objetiva.

[cita]El arte juega con la subjetividad, no es el arte quien desafía al Presidente ni le falta el respeto, sino quienes lo interpretan así. Por ello el juicio a la obra será castigado por quienes gustan de ella, en este caso, la gran mayoría de Chile.[/cita]

“En cosa de gustos no hay nada escrito” versa el refrán, pero entonces me pregunto ¿qué sucede cuando la obra le gustó a todo el pueblo, menos al rey? Es ese el momento en que el arte se vuelve subversivo. Se viste de subjetividad y libertad humana de expresión para cumplir una de las funciones que tiene en una sociedad: desafiar al poder, solo plausible cuando el poder se ofende y la autoridad formal del cargo versus el carisma informal del artista se confrontan en el juicio público de la obra.

En esta confrontación existen dos salidas: o se le censura (en ocasiones muy dramáticamente apelando a la coacción física o la muerte para el artista, en sociedades más razonables como la nuestra será por medio de la influencia solapada); o se pone a prueba en un debate simbólico la autoridad de quien ostenta el cargo. De ser la primera, el rey asume un costo en la popularidad a cambio de despertar respeto, y a veces temor; de ser la segunda, la autoridad sabe que puede decaer, no la popularidad, sino el respeto al título que porta si no se realiza de manera correcta la jugada (en este sentido nuestra ex Presidenta daba cátedra).

La comedia es sin duda una forma de arte, la imitación caricaturesca un subconjunto de ella, la imitación de Kramer al presidente una expresión más de la misma. Si bien el gobierno en ningún momento ha planteado oficialmente un disgusto con la imitación (y en esto hay que ser objetivos), la sensación en la opinión pública es otra, sobre todo por trascendidos de medios cercanos al gobierno y por voceros del oficialismo. Sebastián Piñera no tiene el carisma (por ahora lo único que podría otorgarle autoridad informal) para enfrentarse en el lenguaje informal exitosamente, creo que nadie se lo pide, de ahí mi incomprensión por intentar una y otra vez “caer bien”. En esta ocasión, la opinión pública quedará con la visión de que el gobierno optó por la primera alternativa: influir con su poder para censurar de alguna manera la famosa imitación, lo cual traerá hoy día un costo de popularidad siempre importante para un gobierno que comienza.

El arte juega con la subjetividad, no es el arte quien desafía al Presidente ni le falta el respeto, sino quienes lo interpretan así. Por ello el juicio a la obra será castigado por quienes gustan de ella, en este caso, la gran mayoría de Chile. El gobierno no tiene más salida que dejar que se haga y sumarse al baile, sabiendo que puede nunca acabar, o ejercer presión para que esa obra no se vea más. Lamentablemente optaron por la segunda, pues el hecho es que Kramer probablemente no imitará de nuevo al Presidente.

Sin embargo, a raíz de este episodio, termino pensando que el arte no tendría sentido en la historia si no inquietara a los reyes, y por mucho que se le acalle, contra el sentido común es difícil competir, siendo el peligro de la terquedad el pasar de rey a bufón de la corte. Por tanto, como dijo Hamlet luego de presentar su obra donde develaba al asesino de su padre…

“…Si el Rey no gusta de la Comedia, será sin duda porque… Porque no le gusta. Vaya un poco de música!”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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