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Conflicto Imaginario en un País Imaginario


Nicanor Parra escribió un poema en que el adjetivo «imaginario» se repetía después de casi todos los sustantivos. No sé cuál pueda ser el mérito poético de eso, pero es bastante aplicable al Chile actual. Porque la noticia del día es un «conflicto mapuche» que no existe, es decir, es imaginario. Pues si fuera conflicto, estaríamos llenos de ellos. Si usted le pregunta a cualquier chileno si le gustaría que le regalaran un fundo en el sur, le puedo asegurar que le responderá afirmativamente. A mí, por lo menos, me encantaría que me lo regalaran, pero no se me ocurriría decir que si no me lo dan hay un «conflicto». Espero no llegar nunca a tal grado de presunción. Y yo creo que si se probara que lanzando bombas incendiarias, quemando cosechas, camiones, buses, galpones y casas o disparándoles a los carabineros las personas pueden obtener que les regalen fundos, habría con toda seguridad un gran auge de todos esos actos delictivos.

Y si ante la sucesión de tales hechos terroristas se aplica la Ley Antiterrorista, estamos ante una situación lógica y perfectamente esperable, no ante un «conflicto». Pues cuando alguien delinque no genera un «conflicto» de alcance social ni tampoco uno que enfrente a la raza a que pertenece con el resto de la sociedad. Simplemente genera una acción de autodefensa social normal, de castigo de los delitos. Eso es lo que distingue a los estados de derecho de los grupos que viven bajo la Ley de la Selva, donde el que delinque no sólo queda impune sino que somete por el terror a los demás.

Pero acá de lo único que se habla, casi, es del «conflicto mapuche». ¡Si los mapuches no están en conflicto con nadie! Sólo unos pocos de ellos se han dado cuenta de que si cometen actos terroristas para apoderarse de tierras ajenas obtienen una generosa recompensa. En cambio, los que son víctimas de la violencia y sí están en una situación conflictiva, porque son atacados sin justificación y no se les protege debidamente, no merecen titulares y a veces ni siquiera hacen noticia. Cuando esta situación alcanzó límites vergonzosos, comenzó a actuar la justicia, a instancias de unas autoridades muy renuentes, porque antes de eso poco o ningún caso hacía aquella de las denuncias y querellas de los particulares afectados.

Además, los mapuches como tales, que son chilenos como cualesquiera de nosotros, que podemos tener sangre hispana, inglesa, alemana, árabe o, para el caso, rusa, no tienen conflicto alguno en el país ni con él, porque tienen los mismos derechos y deberes de todos los chilenos. Luego, no existe un «conflicto mapuche», porque los de esa sangre tienen los mismos derechos y deberes de todos. Y, sin embargo, todos los titulares contienen las palabras «conflicto mapuche». Lo que sucede es que algunos delincuentes que han incurrido en actos de terrorismo y que han sufrido la justa persecución de la justicia, se han declarado en huelga de hambre, porque saben que la autoridad es débil y cae en los juegos de palabras que siempre el extremismo revolucionario ha usado con tanta habiilidad en su propio beneficio ante los gobiernos, los políticos y los jueces débiles. Por eso los que mataban o herían personas en atentados de raíz política eran denominados hace años «jóvenes idealistas». Por eso cuando se daba muerte a jefes de las FARC chilenas, en lugar de entenderlo, como sucede cuando se da muerte a los cabecillas de la guerrilla colombiana, acá se hablaba de crímenes atroces, de «lesa humanidad», contra respetables «profesionales». Los extremistas se habían apropiado del lenguaje.

Los adversarios de la sociedad libre, democrática y civilizada quieren de nuevo obligarnos a hablar en el idioma de ellos, para, de esa manera, terminar en que la sociedad haga lo que ellos quieren. Y eso lo han logrado. Han creado un «conflicto mapuche» imaginario, han desfigurado los hechos y las palabras y ahora, la autoridad débil y transigente, que ha adoptado el idioma de quienes son los enemigos naturales de la democracia civilizada, se apresta a sentar el peor de los precedentes: brindar la impunidad a los delincuentes, a lo cual se seguirá lo que ya sabemos, premiádolos con beneficios patrimoniales.

Por supuesto, las consecuencias volverán a ser las mismas, pero esta vez aumentadas. Si la anterior impunidad llevó a decenas de atentados en el sur, la nueva impunidad y el premio a la violencia llevarán a que se cuenten por centenares o miles.

Lamentablemente, lo que comienza con la creación de un «conflicto mapuche» imaginario, va conducir a una situación de ilegalidad y violencia todavía mucho más extendida que la actual y, lo que es peor, no imaginaria, sino perfecta y trágicamente real.

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