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La breve existencia del «chilean way»

Fanny Pollarolo
Por : Fanny Pollarolo Médico psiquiatra. Ex diputada del PS.
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Con algo de sencillez y autocrítica, deberían revisar lo que fue esa eufórica visión del período en que quisimos dar al mundo lecciones de eficiencia, reconociendo que son los valores humanistas los que debieran constituir los verdaderos guías de un efectivo, modesto y realista chilean way.


Quienes han querido aparecer ante el mundo como ejemplo de eficiencia en la resolución de los problemas, hoy aparecen incapaces de asumir los reproches de retraso e ineficiencia  en la reconstrucción del desastre sufrido el 27 de febrero pasado. Más sorprendente resulta que hayan pretendido justificarse en  problemas aún pendientes del terremoto ocurrido en nuestra nortina Tocopilla, desconociendo que lo que corresponde a quien levanta la consigna de “hacer bien las cosas”, es  asumir la realidad y reconocer los propios errores por muy desagradable que resulte ser criticado por ello.

Vuelve entonces a la memoria el otrora  famoso chilean way, creado por el gobierno  en un momento muy distinto al que hoy debe encarar. Mirado a la distancia nos hace pensar  que aquello fue un breve periodo de  delirio narcisistico, experimentado por  quienes veían y mostraban solo  lo que  querían ver y mostrar, porque era lo agradable y satisfactorio para el ego, aunque ello significara tener una visión disociada de la realidad chilena  que parecía desconocer  el trágico desastre del 27 de febrero.

[cita]Con algo de sencillez y  autocrítica, deberían revisar lo que fue esa  eufórica visión del período en  que quisimos dar al mundo  lecciones de eficiencia,  reconociendo que son  los valores humanistas los que debieran constituir los verdaderos guías de un efectivo, modesto  y realista chilean way.[/cita]

Pero la tragedia de la mina San José, resuelta exitosamente, va quedando atrás, y la dura realidad de quienes sufren en nuestro sur comienza a imponerse  haciéndose visible gracias al reclamo de quienes lo viven diariamente. Porque ya estamos cerca de cumplir 9 meses de ocurrida la tragedia y ahí están los campamentos, que por mucho que se les denomine aldeas, siguen siendo lugares de emergencia intolerables de imaginar que deberán mantenerse por un  próximo invierno. Así ocurre por ejemplo en el campamento de Dichato cuyas 450 familias viven en mediaguas  tan pegadas una a la otra que no pueden ampliarse  ni permiten tener la más mínima privacidad. También en los campamentos de Constitución donde aún no hay un programa  en marcha ya que  ni siquiera están definidos los terrenos donde se construirán las viviendas sociales. Y así viven nuestros compatriotas, con  duelos que se agravan al mantenerse condiciones indignas de superviviencia y también porque se encuentran desprovistos del derecho básico a estar informados  y a participar.

Es que en desastres de esta magnitud los daños y las necesidades no se limitan a lo material, resultando indispensable considerar también el factor humano y las condiciones necesarias para su protección y recuperación. Y en ello las fallas e ineficiencias del gobierno son muchas y graves.

La mayor parte de nuestras comunidades afectadas constituyen comunidades que viven un duelo colectivo y cuyos miembros, en su mayoría, siguen presentando señales de estrés. El terremoto aún está presente; imágenes dolorosas vuelven a la memoria y se repiten pesadillas con el horror vivido, lo que evidencia que no bastaba con las respuestas de contención y apoyo emocional de los primeros meses, requiriéndose reforzar los equipos locales de salud y hacer llegar hasta ellos  los  anunciados recursos que ha aportado la Unión Europea para dar  apoyo psicosocial en los campamentos. Recursos que, según nos han informado,  aún no llegan a su destino.

La ausencia de coordinación entre autoridades y  comunidad ha sido también un serio error de este gobierno, pero sin duda que lo más grave radica en desconocer las recomendaciones de los expertos mundiales, quienes afirman la necesidad de valorar el papel de las  comunidades y sus organizaciones, las que  deben concebirse  como actores principales en las decisiones que se toman y que les afecta directamente. Dicho enfoque es visto como un factor decisivo en el bienestar psíquico y la prevención de secuelas psicológicas, constituyéndose así no solo en el ejercicio del derecho a la participación y la plena ciudadanía, sino también en  un decisivo factor de salud mental. Lo lamentable es que a pesar de tratarse de un enfoque activamente recomendado por las agencias internacionales especialistas en desastres, la realidad muestra que  aun es algo ajeno y desconocido para las autoridades de gobierno.

Lo anterior debiera ser suficiente para que, en una actitud de modestia, el gobierno modifique su actuar  dejando  de culpabilizar a otros, reconociendo sus fallas y   disponiéndose a corregirlas incorporando las recomendaciones que nos entrega la experiencia mundial. De manera especial se debe reconocer  que en democracia y más aún tratándose de una situación de desastre, es la dimensión humana la más relevante, y son las personas y  la comunidad organizada quien no sólo debe ser escuchada sino también reconocida como el principal actor de la reconstrucción de un pueblo de cuya historia forman parte.

Al mismo tiempo, con algo de sencillez y  autocrítica, deberían revisar lo que fue esa  eufórica visión del período en  que quisimos dar al mundo  lecciones de eficiencia,  reconociendo que son  los valores humanistas los que debieran constituir los verdaderos guías de un efectivo, modesto  y realista chilean way.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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