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El curioso caso de la Coca

José Luis Ugarte
Por : José Luis Ugarte Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
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Es que a la UDI le importan más las lealtades, por infames que estas sean –como con Pinochet- que los valores y deberes que dice defender y que, para peor, suele exigir al resto de los mortales, comúnmente con todo tipo de altisonancias –al modo Moreira o Longuiera-.


La Coca –como tiernamente la ha llamado el senador Novoa- ha cometido, con encomiable disciplina, y uno tras otro, los pasos del manual de la torpeza política:

Primero y lo más básico, cometer una irregularidad del porte de una catedral, mintiendo a sus jefes –nada menos que Piñera-, para beneficiar a unos pobladores por sobre otros. Todos estos chilenos pobres, entregados no al funcionamiento regular de las instituciones, sino al capricho e ingenio político de la intendenta;

Segundo,  creyendo que eso de ser del sector que manda este país, le daba carta ancha para decir impunemente cualquier cosa, se puso a contar con aires de diversión (“es que los de Santiago no conocen como son las cosas por acá”) la ejecución de tales irregularidades;

Tercero,  negar el problema diciendo que todo era regular y que era común hacerlo de este modo;

Cuarto,  echarle la culpa al publico (“abuelitas de ochenta años que no entienden lo que escuchan”, sólo le falto decir que eran pobres);

[cita]La “Coca”, vamos a ser serios, tiene la enorme suerte de ser protegida por el pequeño grupo de poder que, gracias a la Constitución que redactó su ideólogo –el Sr. Guzman-, ha ejercido un poder desproporcionado que, en condiciones de una democracia normal, jamás habrían ostentado.[/cita]

Quinto, sacar el clásico as bajo de la manga del político en problemas: la culpa es de otro (todo se hizo con la anuencia del Ministerio de Vivienda);

Cuando la echen –cosa que irremediablemente ocurrirá- de seguro escucharemos la última parte de tan patética sucesión: todo se debió a una maquinación política (“fue una oscura conspiración para privar a los penquistas de mi eficiente gestión” será más o menos lo que nos dirá).

Se trata del curioso caso de la Coca.

Defendida con uñas y dientes por la UDI, que se niega a ver a su otrora estrella convertida en un cadáver político que camina.

Es que a la UDI le importan más las lealtades, por infames que estas sean –como con Pinochet- que los valores y deberes que dice defender y que, para peor, suele exigir al resto de los mortales, comúnmente con todo tipo de altisonancias –al modo Moreira o Longuiera-.

Es la marca registrada de los conservadores. En público y para el resto, todo tipo de exigencias y restricciones, en privado, y para los nuestros, todo tipo de excusas, justificaciones y comprensiones –como con la Coca precisamente-.

Pero todo tiene un límite y ese es el ridículo. Y hay que reconocer que nada es tan ridículo como lo de Novoa. “No hay que meterse en la parte administrativa”, dijo sagazmente, porque esto es un problema político, que se habría zanjado fácilmente con el apoyo político del Gobierno.

O sea eso que las primeras hojas de los manuales de sicología llaman “la negación de la realidad”.

Ofende, por decir lo menos, el intelecto medio del chileno tener que escuchar tamaño despropósito, por muy verano que sea.

Según la estrategia sicológica de Novoa, lo que debió haber hecho Piñera es decir lo siguiente:

“El gobierno de Chile declara que la Coca no ha  cometido irregularidad alguna” (parte uno: negación del problema) y “afirma que esta es una oscura operación política del Sr. Navarro” (parte dos: salir para adelante).

Si no fuera porque dan ganas de reír, deberíamos llorar.

La “Coca”, vamos a ser serios, tiene la enorme suerte de ser protegida por el pequeño grupo de poder que, gracias a la Constitución que redactó su ideólogo –el Sr. Guzman-, ha ejercido un poder desproporcionado que, en condiciones de una democracia normal, jamás habrían ostentado.

Tiene la suerte, además, de no ser una trabajadora de sus propios amigos.

Estos, en el ámbito privado –donde sus amigos son siempre los dueños- no sólo no la hubieran llamado “la Coca”, sino que hace rato la habrían puesto en la fila del seguro de cesantía.

Un trabajador que le miente y engaña a su empleador y que, de paso, lo mete, vamos a decirlo en buen chileno, en tremendo problema, puede ser despedido por varias razones desde  la falta de probidad hasta el  incumplimiento grave de las obligaciones del contrato.

Por suerte para ella, no es su caso.

Es la Coca.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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