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El demócrata blando

José Luis Ugarte
Por : José Luis Ugarte Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
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Completamente entregado a los tecnócratas, con ardor de doncella si se trata de economistas neoliberales, nos quiere hacer creer que hay problemas técnicos que requieren sólo de iluminados para decidir. Cree con fe de devoto en las editoriales de los diarios empresariales y sus trivialidades.


No es fácil de descubrir. Suele hablar con tono seguro y ademanes rimbombantes sobre la democracia. Parece saber algo que el resto no. Comúnmente adopta un tono adulto y escéptico: las manifestaciones cívicas –incluidas las protestas-  son inútiles, y en general todo lo que provenga de la participación ciudadana.

El demócrata blando es, antes que todo, un demócrata. Siempre que uno entienda la democracia como él la entiende: un simple mecanismo de elección de autoridades. Y el voto como único momento de participación ciudadana. La democracia concebida, según Bobbio, como un simple mecanismo de “contar cabezas”, no de escucharlas.

Ahora, las protestas nos dan una oportunidad para descubrirlo. Y ello, porque este demócrata blando suele en estos momentos exhibir un discurso estándar:

“La democracia consiste en votar y elegir a los representantes, no en protestar”.

Esta es la más común de sus razones. La única forma de participar en democracia, nos dice, es votar. Los jóvenes inscríbanse, voten y con eso quédense en sus casas, y ya pueden decir con orgullo que han participado.

[cita] No cree que haya gente genuinamente interesada en el medioambiente, en los trabajadores o en la educación. Supone –como le ha ocurrido en su propia vida- que siempre hay manipulación. Casi siempre está detrás, piensa, el Partido Comunista, cuando niño incluso creyó que el viejo del saco era una de ellos.[/cita]

Se le olvida un pequeño detalle a nuestro demócrata: el votante sigue siendo ciudadano los cuatro años restantes y dado que esta es una sociedad pluralista, es posible que quiera discrepar de “su representante”.  Me imagino, por ejemplo, que los votantes homosexuales de Piñera hoy estarán queriendo decirle algo a “su representante”.

Que hay representantes infieles, es lo que no entiende este demócrata estrecho.

La democracia es votar, pero muchas cosas más, especialmente hacer ver a esos representantes que los ciudadanos han cambiado de opinión o que no están haciendo bien su trabajo.

Y esa participación no electoral, una de cuya manifestación más visible es la protesta, se encuentra especialmente justificada en Chile por una razón evidente: un sistema electoral donde la voluntad de los electores queda gravemente distorsionada –y que fue diseñado por la dictadura  expresamente para ese resultado-,   que da como resultado que un tercio de los chilenos logra que su opinión pese igual que la del resto.

“Hay problemas técnicos que no se pueden discutir en la calle, o en la democracia  de tipo participativo”.

Este es el blando por excelencia. Completamente entregado a los tecnócratas, con ardor de doncella si se trata de economistas neoliberales, nos quiere hacer creer que hay problemas técnicos que requieren sólo de  iluminados para decidir. Cree con fe de devoto en las editoriales de los diarios empresariales y sus trivialidades –como el de La Tercera sobre el “populismo” del posnatal – .

Esta razón es una falacia muy extendida, de gran aceptación también en épocas de la Concertación. Esconde y falsea algo obvio: casi todos los problemas técnicos tienen una dimensión política donde el ciudadano le corresponde opinar y debatir.

Qué duda cabe que hay problemas puramente técnicos. Como la geofísica o la física cuántica. Pero  el punto de donde se instala una central que arruinará buena parte del entorno, es un problema político. Y el tipo de salud que queremos no es un problema para  técnicos de las Isapres, sino político y distributivo. Y asimismo, el modelo previsional o el modelo de educación.

“Los que protestan son manipulados desde la izquierda”.

Este argumento exige una inteligencia menor, y a veces, su ausencia total. A nuestro demócrata blando años de manipulación silenciosa de los medios de prensa conservadores y empresariales le ha dejado una huella en el cerebro: le impide creer que alguien puede hacer algo por ideas –que no sea el lucro- sin ser manipulado. Confía tan poco en su propia autonomía, que se le hace imposible que alguien no esté bajo el control de otros.

No cree que haya gente genuinamente interesada en el medioambiente, en los trabajadores o en la educación. Supone –como le ha ocurrido en su propia vida- que siempre hay manipulación. Casi siempre está detrás, piensa, el Partido Comunista, cuando niño incluso creyó que el viejo del saco era una de ellos.

En ese sentido, se puede ser demócrata blando por convicción –creer efectivamente que votar lo es todo- o por ignorancia – el sistema escolar chileno y su raquítica “educación cívica” los produce en masa-.

Ahora, el verdadero peligro es el blando aparente, que en rigor no tiene nada de blando. Detrás de su discurso esconde su real interés, que es fuerte y férreo: le gustaría que todos asumamos lo que a él le conviene, esto es, que el voto es la única vez en que la voz del ciudadano importa.  Y no más.

Así, silenciados los personajes secundarios,  la escena queda reservada para los que él considera son los verdaderos protagonistas de la política: los empresarios,  los técnicos al servicio de los anteriores y los propios políticos.

Cada vez que el ciudadano quiera volver a participar, recuperando algo del poder que originalmente le pertenecía, el falso demócrata blando le responderá con sencillez que aplasta, que no se queje, que se calle, que ya fue escuchado.

El voto en manos de este demócrata se ha convertido en todo una paradoja para el ciudadano de la calle: se ha convertido en el precio de su silencio. Ni más ni menos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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