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La reforma tributaria que se viene de todos modos

Sergio Micco
Por : Sergio Micco Abogado y Director del INDH. Doctor en Filosofía de la U. de Chile,
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Si la democracia sigue avanzando como se nota en las calles de Chile y las clases medias siguen creciendo, la reforma tributaria se hará un imperativo político para toda coalición que quiera seguir gobernando en democracia y mantener equilibrada su economía.


El Comité Político del actual gobierno, reunido en La Moneda el pasado lunes 1 de agosto, intentó cerrar la puerta a la necesidad de realizar una reforma tributaria. La jefa de la bancada de senadores de Renovación Nacional, Lily Pérez, en el programa televisivo Estado Nacional la había defendido.

Una semana después, el Ministro de Economía, el UDI  Pablo Longueira, en el programa Tolerancia Cero, había reconocido su necesidad para financiar la reforma educativa. Sin embargo, ese 1 de agosto, todas las autoridades que pudieron, la negaron. Mucho hablaron y todos lo hicieron en vano. Pues resistirse a lo inevitable sólo resta autoridad y no detiene nada. El alza de impuestos a las empresas se deberá realizar más temprano que tarde. Este gobierno no está actuando con sabiduría.

La  experiencia de las democracias desarrolladas demuestra que los gobiernos conservadores, inteligentes y no intransigentes, supieron entregar parte de la riqueza de los grandes antes que se la arrebataran los pequeños. Es lo que se conoce en economía como la paradoja de “Robin Hood”. Entre más rico es el país, más aumentan las políticas sociales desde los ricos hacia las clases medias y pobres.

[cita]Si la democracia sigue avanzando como se nota en las calles de Chile y las clases medias siguen creciendo, la reforma tributaria se hará un imperativo político para toda coalición que quiera seguir gobernando en democracia y mantener equilibrada su economía.[/cita]

Para un gobierno que no se ha caracterizado por su asertividad y coordinación sorprendió su cerrado y uniforme rechazo, en cosa de horas, a la mentada reforma tributaria. Ese día lunes 1º de agosto, en “los siete minutos finales” del encuentro del Comité Político, Felipe  Larraín expuso a los presentes que «no parece ser necesaria» una reforma tributaria. Luego el vocero de La Moneda,  Andrés Chadwick, aseguró que, “por ahora, nada”.

El presidente de Renovación Nacional, senador Carlos Larraín, agregó que  “como presidente de partido, digo responsablemente que no voy a impulsar ninguna reforma tributaria; al contrario, queremos confirmar las reglas vigentes». Para que no quedaran dudas, el senador  Juan Antonio Coloma, Presidente de la UDI,  remachó sosteniendo que no hay una reforma en curso pues  «no es necesaria en este momento». Tras la decisión el Ministro de Hacienda se trasladó inmediatamente a sus dependencias para reunirse con la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC). El Mercurio informó que “fuentes empresariales afirmaron ayer, tras la cita con Larraín, que el ministro fue categórico en señalar que ‘no se necesita una reforma tributaria».  Claro como el agua de las buenas intenciones y oscuro como el fango del desacierto político.

Los dichos son claros, pero sus efectos serán nulos. ¿Por qué? Aventuremos una primera razón que es política y se asienta en la historia de Europa Occidental y del propio Estados Unidos. Entre más avanzan las democracias,  más crecen las  economías y más clases medias generan, lo que hace que la presión sobre el Estado no deja de aumentar. Y eso preocupa a los neoliberales que el lunes en cuestión cerraron filas. Estos reclaman, con justicia, que la democracia respeta las libertades, entre las cuales se incluye el derecho a la libre disposición de la  propiedad privada.

Por otra parte, sin las libertades públicas y economía libre, no hay democracia. Hasta aquí todo perfecto. Sin embargo, como nos lo recuerda el cientista político Giovanni Sartori, el liberalismo no siempre se ha entendido bien con la democracia. Tocqueville consideraba, en su primer volumen de la Democracia en América, publicado en 1835, que la democracia y el liberalismo son adversarios. Tocqueville, teniendo presente en su mente francesa el ideal de Rousseau, identifica estrechamente democracia e igualdad, por lo que subraya las implicancias antiliberales de la primera. En 1840, su contrariedad hacia la democracia aumenta aún más. Ello ocurre por la perspectiva amenazadora de la “democracia francesa”, muy cercana a los principios socialistas e igualitarios de Saint-Simon y Fourier. Sólo en 1848, ante el evidente temor del triunfo revolucionario del socialismo, Tocqueville busca el reencuentro con su adversario menor: el ideal democrático. Proclama la democracia liberal que respeta la igualdad sin sacrificar la libertad. Y para que ambos valores no entraran en pugna, el Estado francés de hoy sería monstruoso para el Tocqueville de ayer.

¿Por qué el Estado crece bajo las democracias aumentando la presión tributaria? ¿Por avance del comunismo? No, por extensión de la democracia. Los griegos ya sabían que la democracia es el gobierno de los iguales, la isonomía. La democracia  busca hacer realidad la justicia distributiva y el proyecto igualitario. Así el Estado de bienestar moderno surge estrechamente relacionado con el desarrollo de la democracia. En ella, la gente puede reunirse, organizarse, para dejar oír su voz y elegir sus representantes.

Norberto Bobbio lo escribe con claridad y ahorra la necesidad de extendernos más. “Cuando los titulares de los derechos políticos eran sólo los propietarios, resultaba natural que la mayor solicitud dirigida al poder político fuese la de proteger la libertad de la propiedad y de los contratos. Desde el momento en que los derechos políticos se extendieron a los desheredados de la fortuna y a los analfabetos, resultaba completamente natural que a los gobernantes –que, sobre todo, se proclamaban, y en cierto sentido lo eran, representantes del pueblo- se les pidiera trabajo, medidas para aquéllos que no pueden trabajar, escuela gratuitas y sucesivamente, ¿por qué no?, casas baratas, asistencia médica, etc”.

Para rendir un discreto homenaje a los tiempos que vivimos, no queremos agotar la argumentación a filósofos y cientistas políticos. Recurramos a los economistas. Joseph María Colomer señala que mientras más rico es un país, mayor es la demanda por bienes públicos de calidad como salud, educación e infraestructura productiva. En particular, el profesor de economía de la Universidad de California Peter Lindert, ha señalado que entre más aumenta la voz política de los pobres y clases medias, mayores son las demandas sobre la cobertura de las políticas sociales y su financiamiento. Así se amplía la base de los sistemas tributarios para sostener el esfuerzo fiscal requerido por políticas sociales en salud, educación, vivienda, trabajo y seguridad social. Esta democratización del esfuerzo contributivo no sólo genera más integración social, sino que bienestar económico pues personas en mejores condiciones aumentan en  ahorro, trabajo y exposición al riesgo.

Raya para la suma, si la democracia sigue avanzando como se nota en las calles de Chile y las clases medias siguen creciendo, la reforma tributaria se hará un imperativo político para toda coalición que quiera seguir gobernando en democracia y mantener equilibrada su economía. Una alternativa a ello es la solución norteamericana de resistirse a ampliar los tributos a los ricos, mantener el esfuerzo militar y reducir la inversión social. Esta ecuación sólo produce déficit.

Otra alternativa fue la latinoamericana de los años cincuenta y sesenta. Ante la enorme presión redistributiva y la incapacidad de los gobiernos de realizar reformas tributarias adecuadas la solución fue aumentar los salarios mediante la emisión inorgánica de billetes. Por cierto, entre la inflación y el déficit mejor es una economía equilibrada que para mantener la paz social y la productividad económica no duda en aumentar la inversión social y productiva a manos del Estado. Y eso nos lleva a lo que tan ilusamente se descartó el lunes pasado: la reforma tributaria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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