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Seguridad y Defensa: educación para la complejidad

Mladen Yopo y Sergio Prince
Por : Mladen Yopo y Sergio Prince Mladen Yopo H. es Subdirector ANEPE. Sergio Prince es Phd. en Filosofía.
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Es necesario desencapsular la seguridad y la defensa y mirarla desde una perspectiva sistémica que integre lo cívico –militar- policial en la perspectiva de generar un fortalecimiento de las capacidades nacionales para enfrentar desafíos múltiples, complejos y dinámicos, por ciento manteniendo las Fuerzas Armadas y de Orden como eje principal y subordinado al poder político.


Hoy estamos acostumbrados a ver titulares en los diarios del siguiente tenor: “Los ejércitos de Centroamérica se refuerzan para la lucha contra el narcotráfico”, “capturan sumergible con droga”, “Brasil estudia instalar un sistema satelital para el control fronterizo”, “Chile es escenario del primer simulacro de ataque bioterroristas”, “Preocupa al CIDH militares en la calles de México”, “Perú  extiende el estado de emergencia en el VRAE”, “Los estragos que deja en EE.UU. el huracán Irene», “Aumentan a 527 los muertos por las inundaciones en Tailandia”, “ONU afirma que represión en Siria ha dejado más de 3.500 muertos”, “Próximos meses son cruciales para hambruna en África”, “El 40% de las grandes urbes chinas superan el límite chino de contaminación”, etc.

Estos temas a pesar de ser tan diversos tienen el denominador común de afectar intereses y capacidades nacionales hasta, en algunos casos, la propia seguridad del Estado a partir de los cambios experimentados en el escenario internacional con el proceso de globalización, la revolución científico-tecnológica y los propios cambios político-sociales que se han producido en las últimas décadas.

La complejidad de los desafíos en seguridad del siglo XXI, desde el cambio climático hasta el terrorismo, no sólo están haciendo más difuso la posibilidad de tener un anclaje más claro y diferenciado de los conceptos de defensa y seguridad (hay un campo gris difícil de despejar por las complejidades, capacidades y efectos de las amenazas), sino que han hecho traspasar la defensa y la seguridad desde una dimensión meramente territorial-identitaria (soberanía) hacia un espacio de carácter más complejo, dinámico y global, que redimensiona (amplía) la seguridad en los anclajes humano, democrático y multidimensional.

[cita]Es necesario desencapsular la seguridad y la defensa y mirarla desde una perspectiva sistémica que integre lo cívico –militar- policial en la perspectiva de generar un fortalecimiento de las capacidades nacionales para enfrentar desafíos múltiples, complejos y dinámicos, por ciento manteniendo las Fuerzas Armadas y de Orden como eje principal y subordinado al poder político.[/cita]

En el marco de un sinnúmero de iniciativas para dar respuestas a estos nuevos desafíos, hay dos particularmente importantes. La primera fue el Informe de Desarrollo Humano del PNUD de 1994, que cuestionó la estrechez del concepto de seguridad al privilegiarse la protección del territorio y de los intereses nacionales en desmedro de la vida y desarrollo humano. Esta, además de incentivar una visión complementaria entre la seguridad humana y la estatal, propuso siete nuevas esferas de amenaza que afectan los intereses de los países y de sus habitantes: la económica en referencia al empleo e ingresos básicos; la alimentaria a partir de la necesidad de contar con acceso físico y económico a los alimentos; la salud en relación a las enfermedades parasitarias e infecciosas en los países pobres y accidentes y cáncer en los más desarrollados; la ambiental por la degradación del medio; la personal por la violencia en el seno del Estado o en los conflictos interestatales; la comunidad en relación a la relevancia de la socialización y el derecho una identidad cultural; y, la política en vista de la consagración de los derechos humanos fundamentales.

Este cuadro de enfoque integrado se complementó con una concepción globalizadora (la seguridad de las personas en todo el mundo está interrelacionada) y la responsabilidad de proteger que releva el informe del 2001 (responsabilidad de prevenir, de reaccionar y de reconstruir) incluso empleando la fuerza como “ultima ratio”. En la esencia de este concepto y en el marco del capítulo séptimo de la Carta de Naciones Unidas, por ejemplo, se ancla el envío de tropas chilenas a Haití en el 2004.

La segunda es la Conferencia Especial sobre Seguridad de la OEA del 2003 y que dió origen a la “Declaración sobre Seguridad de las Américas”, donde se establece una naturaleza multidimensional al asumir que junto a las amenazas tradicionales, existen un conjunto de amenazas emergentes. Entre ellas, se distinguieron las duras (terrorismo, delincuencia organizada transnacional, las drogas, corrupción, lavado de activos, tráfico ilícito de armas), las de origen social (migraciones masivas, exclusión y extrema pobreza), las de origen étnico-nacional-religioso (guerras intraestatales, las persecuciones y matanzas de grupos minoritarios), de la naturaleza y la salud (desastres de origen natural o por causa humana, deterioro del medioambiente, enfermedades como el VIH/SIDA), del crimen organizado como la trata de personas, de la información y las comunicaciones (ataques cibernéticos), del transporte y almacenamiento de productos peligrosos (derrames nucleares, químicos y biológicos), tráficos de armas de destrucción masiva. Es decir, un conjunto heterogéneo de amenazas que, si bien no inciden directa y/o inmediatamente en la soberanía ni en el territorio de un Estado específico, constituyen un riesgo a la integridad moral y física de sus instituciones y habitantes pudiendo afectar posteriormente los intereses primarios de los países.

Antes esta nuevo escenario, por ejemplo, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), desde su fundación en Helsinki (1975) y su decálogo de diez principios inscritos en el derecho internacional, la cooperación y las medidas de confianza mutua, recogió tempranamente esta necesidad al transitar hacia una visión más integral de la seguridad graficada en tres “dimensiones”: político-militar, económica y medioambiental, y humana.

En la dimensión político-militar de la seguridad, la OSCE adopta un enfoque amplio centrándose en el control de armamento, gestión de fronteras, lucha contra el terrorismo, prevención de conflictos, reforma militar y asuntos policiales. Asimismo la Organización se esfuerza por fortalecer la seguridad militar fomentando una mayor apertura, transparencia y cooperación.

En el ámbito económico-ambiental, se ve la prosperidad económica como una de las piedras angulares y, por lo mismo, promueve la cooperación económica y la buena gestión pública. Así mismo, asumen que los cambios medioambientales pueden constituir una grave amenaza para la seguridad humana y, por lo mismo, colaboran con los Estados participantes para asegurar la correcta gestión de desechos peligrosos, fomentar una mentalidad ecológica y promover la cooperación en materia de recursos naturales compartidos.

Por último, también se asumió que un mantenimiento de la seguridad sólo es posible si se respetan los derechos humanos y las libertades fundamentales. La labor que desempeña la OSCE en este ámbito abarca la lucha contra la trata de personas, la democratización, los procesos electorales, la igualdad de género, los derechos humanos, la libertad de prensa, los derechos de las minorías, el Estado de derecho, así como la tolerancia y la no discriminación. Los programas educativos constituyen también una parte integral de la labor de la Organización en la prevención de conflictos y su posterior rehabilitación.

Al estar la seguridad de las personas y los Estados en todo el mundo interrelacionada, los países deben estar dispuesto a asumir responsabilidades en la conformación del escenario internacional de modo de dotar de gobernanza a la globalización y ayudar a consagrar los llamados bienes públicos universales (derechos humanos, protección ambiental, paz y seguridad, etc.), objetivos que constituyen el principal desafío a solventar por el conjunto de la sociedad internacional democrática. Es decir, la existencia de amenazas provenientes de fuentes históricas y de aquellas nuevas ligadas a las llamadas “guerras asimétricas”, entonces, requieren de respuesta multilaterales-cooperativas,  multidimensionales pero por sobretodo virtuosas de los avances de las cualidades humanas y sus derechos.

En el ámbito educativo estos nuevos desafío implican fomentar aprendizajes para la complejidad y el cambio permanente. Esto impone partir reconociendo que sólo a través de la intersección de diferentes disciplinas de la seguridad y la defensa (la transdisciplinariedad), de cruces y nuevos anclajes entre campos, seremos capaces de posibilitar múltiples visiones simultáneas de lo militar, político, económico, de lo social – identitario y del medioambiente. Estos campos disciplinarios constituyen estructuras que, al interaccionar entre sí, producen relaciones no sólo técnicas, sino también y más importante de intersección entre las disciplinas del sistema que conforman el currículo de estudios en seguridad y defensa.

Para alcanzar y focalizar la complejidad, superando la fragmentación disciplinaria que puede darse en estas esferas, hay que avanzar más allá de la sumatoria de campos, proponiendo modalidades de acción conjunta que expongan las cuestiones. Los campos disciplinarios precisan incorporar la crítica lógica al mismo tiempo que la perspectiva pragmática. Cada disciplina que forma parte del corpus de estudios de seguridad y defensa tiene acceso a una faceta del objeto de estudio. Por eso, es necesario ayudar a la formación de profesionales que sean capaces de integrar dos o más campos disciplinarios simultáneamente. De esta forma, para poder superar paradigmas lineales, incluso el de multidisciplinariedad, es necesario producir la circulación de los investigadores por los diferentes discursos de la seguridad y la defensa en la perspectiva de provocar cruces y nuevos anclajes entre campos capaces de posibilitar múltiples visiones simultáneas.

Además, considerando que hoy existen nuevas formulaciones teóricas sobre el tema de seguridad, que los nuevos conceptos elaborados  por la teoría tienen su correlato empírico y la necesidad de hacer los currículos flexibles y adaptados al cambio, es necesario desencapsular la seguridad y la defensa y mirarla desde una perspectiva sistémica que integre lo cívico –militar- policial en la perspectiva de generar un fortalecimiento de las capacidades nacionales para enfrentar desafíos múltiples, complejos y dinámicos, por ciento manteniendo las Fuerzas Armadas y de Orden como eje principal y subordinado al poder político, pero que den al resto de la sociedad atributos comprehensivos y cooperativos en pro de dar respuestas adecuadas a estas amenazas y desafíos.

Un currículo transdisciplinario que apunte a la metacognición de “aprender a pensar y pensar para aprender y emprender”, requiere que se potencien algunas competencias genéricas para el aprendizaje permanente, para el manejo de información, para el manejo de situaciones, para la convivencia y para la vida en sociedad. En el Tuning Latinoamérica estas competencias se operacionalizan en las capacidades de abstracción, análisis y síntesis; de cconocimientos sobre el área de estudio y la profesión; de aplicar los conocimientos en la práctica; de comunicación oral y escrita; de comunicación en un segundo idioma; en el uso de las tecnologías de la información y de la comunicación; de investigación; de aprender y actualizarse permanentemente para buscar, procesar y analizar información procedente de fuentes diversas; crítica y autocrítica para actuar en nuevas situaciones; creatividad para identificar, plantear y resolver problemas; para tomar decisiones; de trabajo en equipo;  de motivar y conducir hacia metas comunes, de responsabilidad social y compromiso ciudadano; de valoración y respeto por la diversidad y multiculturalidad; de compromiso ético, entre otras.

Esto lleva a promover un modelo de formación constructivista que ponga al sujeto proactivamente en el centro de su formación y fortalezca las competencias genéricas y profesionales que se enmarcan dentro del ser, saber y del saber hacer y emprender de un especialista en esta área. Es decir, un proceso de aprendizaje que no sólo lleve a la posibilidad de un nuevo conocimiento, sino que por sobretodo la posibilidad de construirlo y adquirir una nueva competencia que le permita generalizar y aplicar lo ya conocido a una nueva situación. El perfil de egreso de una educación para la complejidad en seguridad y defensa, entonces tiene que apuntar fuertemente a la capacidad de análisis y síntesis, en razonamiento crítico en la toma de decisiones y en capacidad de adaptación a nuevas situaciones, pero por sobretodo a estar abierto a “aprender a pensar y pensar para aprender y emprender”.

Responder a una repotenciada agenda de amenazas (viejas y nuevas) requiere, entonces, obligatoriamente de un capital humano formado para la complejidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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