Publicidad

Fernando Barros o el último de los mohicanos

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
Ver Más

Con valentía y sin esa tendencia al cálculo tan propia de la derecha, Barros no dudó tampoco en criticar al Gobierno y a ciertos dirigentes políticos por privilegiar “el pragmatismo a la defensa de valores y principios que comparten quienes lo respaldaron para acceder al poder”.


Oí la exposición de Fernando Barros en la Enade y unos días después la leí con atención. No sé si fue por lo que dijo o por encontrar a quien se atreviera a hacerlo, pero hubiera aplaudido eufórica si no me quedara todavía algo de pudor. Después de veinte años de socialismo a la vena y de dos con un Gobierno de identidad desconocida, oír un discurso de derecha es saludable.

Descubrir que existe uno capaz de referirse al pasado con gratitud y sin complejo, y que no cae en la trampa de repetir el “nunca más” mientras la izquierda no hace amago de plegarse a la letanía… alivia; más aún cuando gran parte de la derecha acepta impertérrita que se le acuse de legitimar la violencia como método de acción política o de justificar el uso de cualquier medio para conseguir un fin. Barros es de los pocos que todavía exige- como condición mínima del mea culpa– que se haga una lectura justa de la historia y una aplicación imparcial del derecho; y yo, al menos, me pliego a esa exigencia.

[cita]Con valentía y sin esa tendencia al cálculo tan propia de la derecha, Barros no dudó tampoco en criticar al Gobierno y a ciertos dirigentes políticos por privilegiar “el pragmatismo a la defensa de valores y principios que comparten quienes lo respaldaron para acceder al poder”.[/cita]

Refrescante también fue oír un discurso que tuviera la osadía de no mostrar “empatía” con el movimiento estudiantil. A diferencia de la mayoría que le concede al movimiento el mérito de “haber puesto el tema de la educación en la agenda”, Barros no tuvo problema en hacer notar que el apellido estudiantil no garantiza que las demandas del movimiento se orienten a conseguir una mejora en la educación. Con claridad y sin eufemismos, hizo notar que tanto en la forma como en el fondo, las peticiones de lo estudiantes apuntan mucho más a un cambio de modelo que a la solución del problema educacional. Y si es un pecado no simpatizar con un movimiento de esa naturaleza, me acuso de haber incurrido en él desde el primer momento.

Con valentía y sin esa tendencia al cálculo tan propia de la derecha, Barros no dudó tampoco en criticar al Gobierno y a ciertos dirigentes políticos por privilegiar “el pragmatismo a la defensa de valores y principios que comparten quienes lo respaldaron para acceder al poder”. El abogado personal del Presidente dijo -en público- que “en oportunidades nos dan ganas de hacer un test de ADN ideológico a políticos y gobernantes”, expresando así un malestar que compartimos muchos de los que votamos por Piñera.

Tampoco con el empresariado fue condescendiente. Expresiones como: “¿Qué clase de elite económica y social es aquella que se resiste a asumir sus responsabilidades para con el destino entero de la nación?” no fueron precisamente un piropo. Y el llamado al mundo empresarial, que “tiene la obligación de hacer ver, por ejemplo, el aporte de la empresa a nuestro país, la legitimidad moral de una retribución por el esfuerzo, el derecho a educar a nuestros hijos en establecimientos privados”, fue de su parte una invitación a salir de la comodidad y de la indiferencia.

En fin, el discurso de Barros fue un buen discurso, con ideas de derecha pero expresado con el arrojo de la izquierda. Tan bueno, que no quise quedarme a oír el de Piñera para no perder el entusiasmo…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias