Intenso el debate sobre Chile, Argentina y Las Malvinas. Por un lado, el ex canciller Juan Gabriel Valdés plantea la necesidad que se difunda entre los chilenos “como una causa propia” el reclamo argentino de soberanía sobre las Islas Malvinas, que disputa a Gran Bretaña. Dicha postura nos insta a que Chile apoye en términos militantes, decididos y públicos la llamada “causa argentina”, dándole la espalda a Inglaterra, un aliado extraregional histórico chileno. Por otro lado, observamos al embajador del Reino Unido, Jon Benjamin, no solo hacer una defensa cerrada del posicionamiento inglés sobre el sujeto, sino que además avanza de manera indirecta la solución final al problema: una consulta ciudadana vinculante a los habitantes de la isla (kelpers). Son ellos los que debería indicar si desean seguir estando bajo soberanía inglesa, una desvinculación total hacia la madre patria o asociarse a Argentina.
A diferencia de ambas posturas, considero que Chile debe optar por una intermedia. Ni apoyar la causa trasandina, pero tampoco rechazarla. Chile no debe estar no con ni contra Argentina. Los intereses permanentes de Chile le dictan usufructuar diplomáticamente de ambas posturas antagónicas.
Chile necesita cristalizar la emergente “amistad” trasandina en los ámbitos políticos, político-estratégicos y militares. Sabemos, y ellos también, que el posicionamiento geoestratégico chileno es delicado, más aún hoy cuando observamos que las fuentes de riesgo y amenazas están detenidas en el norte y que los años a venir podrían traernos escenarios de la mayor complejidad desde dicha zona. Chile necesita “pacificar” su frente oriental, pero hacerlo de manera permanente. La diplomacia chilena debe hacer entender a la Casa Rosada que es de su interés permanente y estructural cristalizar relaciones de paz, armonía y de intercambio de “favores” mutuos. Incluso deberíamos preguntarnos si, a final de cuentas, la solución final del “problema anglo-argentino” es o no del interés de Chile.
El Reino Unido ha constituido, a lo largo del tiempo, un aliado extraregional de gran relevancia para Chile. Lo fue, no lo olvidemos, cuando la Dictadura trasandina vio en Chile una válvula de ajuste para su ilegitimidad interna. Si no hubieren sido los británicos, hoy el escenario chileno-argentino sería similar al que tenemos con Perú en el norte. Chile, necesita de “aliados extraregionales”, no en cuanto al mantenimiento de relaciones “carnales”, como aquellas que busco la Administración de Raúl Menem, con los estados Unidos de Clinton, sino que relaciones basadas en un respeto mutuo, en un intercambio privilegiado de naturaleza económica, pero sobre todo en un apoyo político y diplomático ante un escenario regional y vecinal de suyo complejo.
Chile debe adoptar una “política de ambigüedad” en torno al tema de las Falklands o Malvinas. Un apoyo irrestricto, cierto, a las demandas trasandinas, en específico desde un punto de vista de la retórica, pero dejando en plena libertad de acción a las entidades privadas que permiten a dicha entidad isleña mantenerse respirando. Dicho apoyo es vital a fin de no aislar al país del entorno regional, pero no debemos caer en la retorica populista de corte internacionalista en cuanto a hacer nuestra una causa que nos es lejana, pero que sobre todo, pone en juego la seguridad diplomática del país.
La “política de ambigüedad” debe ser capaz de indicar, a los argentinos, que si bien Chile solidariza con sus demandas, dicha postura no implica que desarrollaremos una hostilidad política con el Reino Unido. La ambigüedad implica que Chile entiende el posicionamiento trasandino, pero que no lo hace suyo. Chile no está por “multilateralizar” la pretensión argentina, sino que mantenerla dentro de los canales bilaterales anglo-argentinos. Chile debe adoptar la misma postura que exige de sus pares en el marco de las pretensiones bolivianas y peruanas. Ni más ni menos.
No es ni debe ser del interés de Chile que su alineamiento con la “causa” argentina la aleje de aquella de un aliado mayor extraregional como el Reino Unido. La volatilidad del escenario sudamericano nos enseña que jamás debemos poner todos los huevos “diplomáticos, políticos o militares” en una sola y única canasta.