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La plata de los políticos

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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En tiempos de epidermis sensibles y redes sociales que duermen con el dedo en el gatillo –me incluyo- se hace difícil digerir una noticia como ésta. La primera imagen que se nos viene a la mente es un político tomando piña colada en el Caribe a costa de nuestros impuestos. Los senadores debieran ser empáticos en este sentido. Pero los líderes de opinión también tienen un deber de rigurosidad.


Impresentable. Vergonzoso. Escandaloso. Adjetivos –de los suaves- que la ciudadanía repite al referirse al aumento de dos millones de pesos que recibirán los senadores por concepto de asignaciones a partir del mes de mayo.

En efecto, visto desde la superficie el titular suena mal. Muy mal. Políticos ya desprestigiados miembros de una institución ya cuestionada legislando en provecho propio. Si en estos últimos años nos hemos indignado por todo tipo de abusos no hay que extrañarse de la reacción de nuestros compatriotas: ¿Cuántos trabajadores pueden, como lo hacen los parlamentarios, decidir unilateralmente sus condiciones laborales? ¿Qué parte de “el grado de desigualdad es inaceptable” no entendieron los honorables que forman parte del 1% más rico del país?

Sin embargo, los titulares en letra de liquidación muchas veces esconden las complejidades de un problema. En este caso la plata extra no entra al bolsillo de cada senador sino que se entrega en forma de asignación para mejorar el trabajo de la Cámara Alta. Y nadie en su sano juicio se opone a tener mejores leyes. Por lo demás, este incremento es apenas una leve señal que apunta a equilibrar la asimétrica relación entre las limitadas capacidades del Poder Legislativo y los gigantescos recursos que dispone el Poder Ejecutivo.

[cita]Aún así sabemos que si el Estado no asume la responsabilidad de igualar la cancha en esta materia, la política queda reducida a un juego de ricos. Como lo era antes de aprobarse la primera dieta parlamentaria Como lo era en tiempos del voto censitario. Por algo el senador “nombrado” Carlos Larraín llegó a sostener que sus pares deberían trabajar gratis. Claro, su fortuna personal le permitiría participar de la discusión política casi como un hobbie.[/cita]

Probablemente no es la mejor manera de moderar el excesivo presidencialismo chileno, pero al menos empuja en la dirección correcta. El hecho que varios diputados se muestren sorprendidos e irritados es un botón de muestra: esta asignación venía contemplada en la Ley de Presupuesto… lo que quiere decir que algunos siguen aprobando leyes sin alcanzar a leerlas, menos analizarlas.

Defender la asignación en comento es claramente impopular. Tan impopular como reclamar que la actividad política en general sea financiada con recursos públicos. Aún así sabemos que si el Estado no asume la responsabilidad de igualar la cancha en esta materia, la política queda reducida a un juego de ricos. Como lo era antes de aprobarse la primera dieta parlamentaria Como lo era en tiempos del voto censitario. Por algo el senador “nombrado” Carlos Larraín llegó a sostener que sus pares deberían trabajar gratis. Claro, su fortuna personal le permitiría participar de la discusión política casi como un hobbie.

La política es por esencia el espacio donde los iguales discuten sobre los asuntos comunes, así como el mercado se define por la desigualdad de sus actores. Como recordaba Michael Walzer, tenemos un problema cuando permitimos que las desigualdades que nos parecen aceptables en un campo de la vida humana –el económico- terminen traspasándose a un ámbito en el cual nos parecen inaceptables –el político.

Dicho lo anterior, y en el ánimo de mirar la película completa, la jugada del Senado admite muchos reparos. ¿Cómo se le garantiza a los representados que sus representantes van a utilizar esos pesos adicionales en subir el nivel de la representación? ¿Están sometidos los beneficiarios a algún régimen de rendición de cuentas y/o transparencia? ¿Qué les impide gastar en actividades,  productos o capitales que tengan como único fin la preservación del escaño propio? ¿No se hacen más fuertes los incumbentes cuando disponen de recursos que desnivelan aun más el terreno respecto de sus retadores?  Es ligeramente probable que la bronca de los diputados tenga mucho que ver con esto: muchos quieren llegar al Senado y se les hace más difícil desbancar a señores de billetera gorda y generosa.

En tiempos de epidermis sensibles y redes sociales que duermen con el dedo en el gatillo –me incluyo- se hace difícil digerir una noticia como ésta. La primera imagen que se nos viene a la mente es un político tomando piña colada en el Caribe a costa de nuestros impuestos. Los senadores debieran ser empáticos en este sentido. Pero los líderes de opinión también tienen un deber de rigurosidad. Teniendo en cuenta que no todos los congresistas disfrutan de la asesoría de centros de estudios o institutos y que estamos lejos del sistema de staffs profesionales que existen en otras latitudes –modelo que deberíamos imitar- la idea de robustecer el financiamiento público de la actividad parlamentaria es, en principio, una buena idea.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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