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Un provinciano «celeste» en la 403

Esteban Valenzuela Van Treek
Por : Esteban Valenzuela Van Treek Ministro de Agricultura.
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Yo me callé unos segundos y espeté: O’Higgins comerá Chuncho. Allí vinieron las pifias, un empujón de las liceanas (casi comprendí la iracundia del alcalde Sabag) y un viaje de antología con la gente sonriendo, mientras el Huaso terminaba su improvisada lira: Que se asuste el Chuncho/ Ni en la cuatrocientos tres/ La “U” se sacará el stress/ O’Higgins comerá Chuncho….A nadie le hizo mucha gracia la paya, pero la sonrisa se dibujó enfilando por Plaza Italia.


Esta vez sentí la hosquedad más allá de lo normal, incluso tres pifias y un empujón. Todo porque me puse un gorro celeste donde se lee con orgullo: “O’Higgins. El Capo de Provincia”. Santiago está aún en penumbras a las 7.10 AM, son los días del solsticio de invierno y el lucero del alba es esquivo en la ciudad de color mate y bruma macilente.

Ya he completado 40 mañanas de subir al bus articulado 403 en Plaza Ñuñoa, para bajarme en la Alameda y en la Norte-Sur, frente a Radio Agricultura y enfilar rumbo a la Universidad Alberto Hurtado, cruzando a mi oficina por la adoquinada Cienfuegos, calle que aún conserva las huellas del viejo tranvía. Curiosamente mi ventana da a un pasaje donde vivió Vicente Huidobro (O’Higgins en la final es algo surrealista, un creacionismo anómalo, tras 57 años de asimétrica lucha), y desde el cual también se observa la antigua casona que fue la sede de Colo Colo por muchos años, donde un lagarto esculpido le da un tono gaudiano. Pienso que para la celeste era más fácil el equipo albo, ya que se jugaba el segundo partido en Rancagua, y así se omitía toparse con la Universidad de Chile en su cúspide histórica, comparable al Ballet Azul de los 60. Pero como dijo mi hijo Gregorio que tiene afanes de comentarista deportivo/sociológico: hay que ganarle al mejor para ser campeón y derrotar al centralismo.

[cita]Yo me callé unos segundos y espeté: O’Higgins comerá Chuncho. Allí vinieron las pifias, un empujón de las liceanas (casi comprendí la iracundia del alcalde Sabag) y un viaje de antología con la gente sonriendo, mientras el Huaso terminaba su improvisada lira: Que se asuste el Chuncho/ Ni en la cuatrocientos tres/ La “U” se sacará el stress/ O’Higgins comerá Chuncho….A nadie le hizo mucha gracia la paya, pero la sonrisa se dibujó enfilando por Plaza Italia.[/cita]

Peregrina idea en el país más centralista de América, aunque la historia dice que en los últimos treinta años lo logró Unión San Felipe, Everton, Wanderes y Cobreloa, con la complicidad de los cobredólares y la altura. La celeste seis veces muy cerca: a fines de los 60 con Mario Desiderio, el mismísimo 73 con la mala pata de un Colo Colo inspirado, el 79-80 vicecampeones dos veces con el fútbol calculista de Santibáñez y la genialidad de una generación (Leyes, Serrano, Droguett, Gatica, Valenzuela, Neira, Quiroz, el huaso Vargas…), el 86, el 93 con Pellegrini (la camada del Coca Mendoza, Tapia, Rodrigo Pérez, Clarence Acuña)…y el 2006 cuando Selman hizo el robo histórico, anulando dos goles legítimos ante Audax (después reconocería que fue su peor arbitraje), lo que dejó a los rancagüinos fuera de la final con el Colo Colo estrella de Matías, el mejor de América.

Lo anterior es historia y los campeonatos se ganan, no se merecen, como dice Daniel Sánchez cada vez que en los patios interiores de la ciudad histórica se especula y se llora sobre lo que pudo ser y no fue por el destino desdichado.

La vida nos metió en la boca del lobo: Ñuñoa es como la capital de la “U”, todos se visten de azul marino, como románticos viajeros, de un color melancólico, gritan en las calles y llenan los bares con sus gritos, desde Las Lanzas hasta la Destilería, donde escuchamos a un poeta invitado por el Instituto Chileno-Guatemalteco de Cultura, mientras el segundo piso se movía como terremoto; la U jugaba uno de sus partidos por la Libertadores.

La clasificación a la final me envalentonó, tras ganarle a la Unión Española, equipo al cual en mis años de niño en el Clan Celestín le gritábamos debajo del caballo, recordando el salto de O’Higgins sobre la trinchera realista al huir de la devastada ciudad en octubre de 1814… Una diatriba menor y sofisticada al escuchar los gritos contemporáneos.

La mañana del lunes me subí con mi gorro celeste y el libro Morir en Occidente de Philippe Ariès. El viaje de 35 minutos se hace breve si uno encuentra un rincón donde leer libros de bolsillo. En estos 40 días viviendo en Santiago, después de dos años y medio entre los mayas, y con dos décadas en la natal Rancagua, la capital se hace más aguantable absorbiéndose en una Guía etnográfica de Bolivia, El Bestiario de Borges, el niño detective de la notable novela juvenil de Sergio Gómez (que le robé a mis sobrinos por su letra grande, ideal para la micro y un tío cada vez más sordo y corto de vista).

También releía La Política de Aristóteles, escuchando murmullos a mi lado, como el notable diálogo entre un chileno con una coreana chilensis, ya que decía a cada rato cachai o no cachai. El joven, estudiante de derecho, le insistía en que los cambios se hacían desde lo macro, y ella, alumna de trabajo social en sintonía con los tiempos, le argumentaba a favor de las transformaciones desde lo micro para así modificar lo macro. Me dieron ganas de decirles que había cosas inmutables y otras cambiables, que Aristóteles pedía virtud, pero era realista para proponer gobiernos mixtos y estudiar las constituciones… Hubiera sido una desubicación total; en la época del fin de la autoridad, dar cátedra en una micro con gorro provinciano. Además, fue mérito de las protestas estudiantiles rescatar el debate y el espacio público para discutir, incluyendo la 403.

Sin duda Santiago ha ido cambiando para bien en algunas cosas; se nota la híperinversión en oferta cultural, transporte y vías urbanas renovadas con ciclovías e iluminación lumpérica (así Diamela Eltit llama a la luz fuerte que quiere controlar al ciudadano). En unos carteles se lee que las próximas extensiones del metro son tres mil millones de dólares, en el país que aún debate el puente a Chiloé, el túnel con Argentina que debiera ser por Las Leñas (más corto y barato), y que no tiene tren rápido hasta Temuco (dicen que sólo costaría mil millones uno de mediana velocidad a 200 km por hora). Pienso en el poeta Zurita que llamaba a ensanchar… y realargar Chile. El centralismo no cesa, pero al menos, se ve más cosmopolita con la morenidad y peruanidad que enriquecen la vida de la urbe traga-traga.

Las expresiones del stress son brutales desde la micro 403. Un día de furia, un grupo de jóvenes le patearon la puerta al chofer porque este en el semáforo con Jorge Washington no les quiso abrir la puerta, a diez metros del paradero. Ese mismo día quedé atónito cuando un viejita se paró de su asiento y le fue a decir: Viejo c… paraí cuando querís. Así comprendí lo que va diciendo el paisaje el 2012 de la ciudad capital: cada vez más farmacias, más gimnasios, más clubes de yoga, reiki, masajes y terapias alternativas. Lo visto daría para un tratado que podría llamarse “Crónicas movedizas de Santiago por la visión sesgada de un provinciano resentido”, o “Guiños privados sobre un bus público del Santiaguino realmente existente”. Como el Viaje por Pudahuel y La Bandera de Sol y Lluvia, o la Nelly y el Nelson del Payo Grondona, o llueve en Valdivia, de Schwenke y Nilo, donde la muerte nos mordió esta misma semana con la infausta muerte de Schwenke atropellado en la ciudad loca.

Felizmente ocurrió lo extraordinario. Se subió esta mañana fría el Huaso Manuel, que con su guitarra ya tres veces me lo he topado en la 403, cantando las típicas canciones de Tito Fernández.  Yo en verdad no sé si se llama Manuel, pero así le llamo, y no es invento el personaje. Me dijo que venía de la Reina Alta y yo me acordé de la Carpa de Violeta Parra y el intento agobiante de hacer música popular chilena en la ciudad seria y sorda, sin lírica y demasiada épica. El Huaso cantó la típica canción del huaso pillo que conquista a una dama. Por segunda vez me puse a aplaudir, dejando al centenar de pasajeros incómodos, pero luego unos secundarios, hombres y féminas, obviamente hinchas de la “U” se pusieron divertidos: les vamos a ganar huasos…., van a conocer a Papi…y otras sandeces. Entonces, le pregunté al Huaso Manuel si sabía payar. Dijo que sí. Alcé la voz y anuncié que le daría un pie forzado octosílabo al Huaso para que rimara. Los muchachos rieron. Yo me callé unos segundos y espeté: O’Higgins comerá Chuncho. Allí vinieron las pifias, un empujón de las liceanas (casi comprendí la iracundia del alcalde Sabag) y un viaje de antología con la gente sonriendo, mientras el Huaso terminaba su improvisada lira: Que se asuste el Chuncho/ Ni en la cuatrocientos tres/ La “U” se sacará el stress/ O’Higgins comerá Chuncho….A nadie le hizo mucha gracia la paya, pero la sonrisa se dibujó enfilando por Plaza Italia, zona de celebraciones que, por esta imaginaria vez, podría cambiarse a la Plaza de los Héroes de una ciudad provinciana.

Lo único gratis de la ciudad es soñar, caminar, usar en el día el gorro de la rareza que cada cual es, y encontrarse con un amigo invisible; al menos, en la 403, antes de bajarse frente al Paseo Ahumada, el Huaso Manuel me dijo: “soy de Requinoa, esta vez ganamos la primera estrella”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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