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Editorial: La elite política con fatiga de material EDITORIAL

Editorial: La elite política con fatiga de material

En Chile hace rato la política parece actuar fuera de la realidad. El conflicto mapuche, en su esencia de problema, no es diferente de lo que ocurre con la educación superior o la fe pública en los escándalos del retail. Madura y se convierte en problema por inacción e incapacidad de la elite, antes que por su complejidad misma.


El año que termina deja la extraña sensación que el Estado de Chile no solamente se quedó atrapado en el siglo pasado, sino que su elite política terminó por colapsar y hoy no está a la altura de las circunstancias. No es únicamente el gobierno y el aparato administrativo que se notan erráticos e incoherentes en muchos temas. Es la forma misma de hacer política, percibir los problemas y encarar las soluciones la que no tiene solidez.

La mayor parte de los temas que hoy maduran con virulencia social o política ya estuvieron presentes hace años. La educación, la promiscuidad entre negocios y política, la debilidad en la representación de la ciudadanía, la desigualdad. Pero fueron chispazos que no incendiaron ni la pradera ni la imaginación de los gobernantes.

La subcontratación, las crisis en salud y previsión social, la violencia y segregación en barrios peligrosos de la ciudad o, incluso las lesiones a la fe pública e instituciones como el Banco Central o el SII, por nombrar algunas, fueron tratadas como simples anomalías, y no como síntomas de algo mayor. Ello incluye los temas de corrupción y la incompetencia de las policías o la debilidad del Ministerio Público.

[cita]Es el momento de nuevas propuestas y nuevos rostros. Pero nadie habla de construir y muy pocos de renovar. Ello está fuera de la lógica con que se manejan los actores propietarios del guión. Ante cada siniestro administrativo o político —que no son pocos— el gobierno anuncia una ley y la oposición se remite a la elección presidencial. Así maduró y terminó el 2012, como si las primarias dentro de las coaliciones fueran lo más importante para el país.[/cita]

Había una explicación y un motivo importante: crecimiento económico. Este estuvo creciendo ininterrumpidamente y el péndulo político se fijó, de manera natural, del lado de los satisfechos. Ayudó el viento de cola de una transición exitosa a la democracia.

El electorado, controlado y controlable, permitió paz social y  estabilidad política, dos ingredientes sustantivos de un país serio que desea desarrollarse.

Al frente del proceso hubo una elite política que construyó una imagen corporativa de sí misma verdaderamente imponente, y que todavía la viste. País ordenado y eficiente, con sólidas estructuras institucionales. Un ejemplo. Si las cosas funcionan, es el corolario, no hay por qué cambiarlas, y a los que gobiernan tampoco.

Sin embargo las sociedades no funcionan así. Al mismo tiempo, con una aceleración producto de una acumulación de tensiones que de pronto se liberan, se empezó a disolver la política y el valor de la representación se trasladó a los movimientos sociales. Aunque estos sean informes y sin capacidad de red o poder político organizado.

Y entonces quedó en evidencia una expansión salvaje de la modernidad, con un quiebre enorme de la confianza y muchos abusos en todo sentido, cuyas situaciones paradigmáticas fueron el escándalo de La Polar y la crisis del sistema de acreditación de universidades.

Es el momento de nuevas propuestas y nuevos rostros. Pero nadie habla de construir y muy pocos de renovar. Ello está fuera de la lógica con que se manejan los actores propietarios del guión. Ante cada siniestro administrativo o político —que no son pocos— el gobierno anuncia una ley y la oposición se remite a la elección presidencial. Así maduró y terminó el 2012, como si las primarias dentro de las coaliciones fueran lo más importante para el país.

Desde siempre se ha construido un cúmulo importante de pensamiento y teoría social sobre el cambio. Lo que nadie ha podido construir es una métrica del malestar social que permita evaluar el peso específico de la carga sobre la estructura que la soporta. Cualquier cálculo basado exclusivamente en estadísticas económicas, desigualdades de clase, crisis valóricas o promesas electorales es una aproximación con un amplio margen de error. Eso fue en parte el resultado de las elecciones municipales.

Por lo mismo, no actuar o no tratar de influir en los procesos adoptando decisiones políticas y de gobierno sobre instrumentos y metas, parece un acto excéntrico o definitivamente fuera de la realidad.

En Chile hace rato la política parece actuar fuera de la realidad.  El conflicto mapuche, en su esencia de problema, no es diferente de lo que ocurre con la educación superior o la fe pública en los escándalos del retail. Madura y se convierte en problema por inacción e incapacidad de la elite, antes que por su complejidad misma.

La elite política nacional aparece superada por los acontecimientos y solo trata de administrar esperando otro momento. ¿Cuál? Al parecer no tiene capacidad —y no quiere— dar un golpe de timón que permita cambiar el curso de los acontecimientos. Se resiste a entender que el péndulo social viene de vuelta con extrema rapidez, recargado de regionalismo y movimientos sociales, con demandas cuya acumulación de masa y complejidad, ni el Estado ni la política pueden satisfacer sin un cambio fuerte de las actuales reglas del juego.

En ese péndulo vienen montadas las nuevas generaciones políticas y ciudadanas. Ellas tienen poco o nada de la vieja parsimonia que hizo la transición a la democracia y el 2013 es un año electoral complejo que ya tiene dos fantasmas: la tensión con Perú y el populismo electoral. Mucho cascabel para tan poco gato.

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