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Chile y la Argentina: ¿hacia una crisis mapuche?

Rolando Hanglin
Por : Rolando Hanglin Periodista. Columnista de La Nación de Buenos Aires.
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En Chile y la Argentina, los que manipulan el mito del genocidio mapuche están jugando con fuego. Los mapuches no son otros que los araucanos de la historia, aquellos que con Lautaro y Caupolicán le impusieron una frontera a la España Imperial. Gente aguerrida, con una mística especial: 900.000 viven en Chile y 150.000 en nuestro país.


*En la edición correspondiente al 30 de diciembre de 2012, el lector Javier Bulló escribió a LA NACION: «He visitado el Parque Nacional de Lihuel Calel, en la Provincia de la Pampa, y allí se explica que la economía de los pueblos originarios de la región se basaba en los malones»

Empecemos por el principio. ¿Qué era un malón, también conocido como invasión entre el año 1500 y el año 1885, en el territorio denominado genéricamente «las pampas», abarcando desde la cordillera de los Andes hasta el Río de la Plata, en la franja central de la República Argentina?

Un malón consistía en un ataque masivo de la caballería india. Los guerreros o conas podían ser un reducido batallón de diez hombres o una tropa gigantesca de cinco o diez mil lanceros. Estaban encabezados por sus ulmén o jefes de guerra y, en segundo plano, los lugartenientes, capitanejos o caciquillos. Entre estos hombres se entreveraban también muchos blancos, cristianos o huincas, que convivían con los indios a raíz de distintos conflictos con la sociedad «blanca». Algunos eran prófugos, otros delincuentes, otros perseguidos políticos como el famoso coronel puntano Manuel Baigorria, que fue cacique ranquel y tuvo familia entre la paisanada, del mismo modo que los tres hermanos Sáa, antepasados de los actuales políticos puntanos, Alberto y Adolfo Rodríguez Saá.

El malón estaba protagonizado, pues, por un grupo de guerreros a caballo, armados de lanza tacuara con su moharra de fierro, cada uno de los cuales llevaba una tropilla propia, de espléndidos caballos. En el momento del asalto, el guerrero saltaba al lomo de su pingo mejor, el caballo de combate. Y así entraba a los pueblos, lanza en mano. Los hombres eran asesinados mediante lanzazos y golpes de bola. Las mujeres jóvenes, sin mayor alternativa, eran secuestradas. Su destino era servir de esclavas de cama de algún cacique o guerrero prominente. Los niños eran robados para servir de esclavos o (hay que decir la verdad) para criarlos como hijos. Viejos y viejas eran rápidamente sacrificados. Mientras tanto, la chusma (grupo de aborígenes no combatientes, es decir jovencitas, muchachos o niños y otros) colaboraban arreando el ganado.

[cita]En Chile y la Argentina, los que manipulan el mito del genocidio mapuche están jugando con fuego. Los mapuches no son otros que los araucanos de la historia, aquellos que con Lautaro y Caupolicán le impusieron una frontera a la España Imperial. Gente aguerrida, con una mística especial: 900.000 viven en Chile y 150.000 en nuestro país.[/cita]

Mientras se prendía fuego a las casas, grandes tropas de vacunos y yeguarizos (hasta 50 mil cabezas) eran conducidos por el camino de los chilenos, histórica rastrillada que atravesaba la pampa y conformaba un sendero de 100 metros de ancho, hundido a 50 cm. de profundidad, con la huella de innumerables pisadas y el «rastrillar» de miles de lanzas, ya que los indios llevaban su arma principal amarrada a la muñeca, y la arrastraban por los médanos y los guadales del camino hasta la isla de Choele-Choel y los parajes de invernada del Neuquén , donde aquella hacienda robada hacía su última escala antes de pasar a Chile, donde a veces era «exportada» (¡) por barcos británicos del Pacífico. En el camino quedaban (obvio) miles de paisanos argentinos asesinados, sus casas quemadas, y sus mujeres e hijas violadas o secuestradas para siempre.

Esto es lo que era un malón. Que se anunciaba con el grito terrorífico de los guerreros, aquel ulular golpeándose la boca con la palma de la mano, y el «ya-ya-yaaaaaa» que aún hoy saben pronunciar los niños araucanos de la Patagonia, jugando a la guerra.

Así fueron los malones de Salto, Rojas, Bahía Blanca, Dolores, Río Cuarto. Así está relatado en la historia, a lo largo de 300 años de guerra étnica.

¿Puede describirse al malón como una actividad económica? No. Básicamente, se trataba de una acción armada contra la población civil indefensa, que incluía homicidio, robo de hacienda, incendio de propiedades, secuestro de personas y otros crímenes. Las acciones de este tipo han merecido, a lo largo de la historia y en todas las naciones, los castigos más severos.

También vale decir que, para poner fin a los malones, el Ejército Argentino se tomó no menos de 60 años (desde 1820 a 1880) recurriendo por fin a la táctica del «malón contra malón», es decir atacando a los caciques en sus propias tolderías, incendiando viviendas y diezmando familias. Hay una amplia crítica histórica, política y moral sobre estos hechos. Que, por otra parte, no fueron un capricho privado del General Julio Roca sino una Campaña de ocupación definitiva del territorio, ordenada por el presidente Avellaneda a partir de una ley del Congreso. No se enfrentaron, en esta contienda, dos bandos, sino muchos, pues hubo alianzas, rupturas y guerrillas variadas. Actuaron los indios amigos como Coliqueo, Pincén y Catriel, los indios chilenos instalados en Salinas Grandes como Calfucurá y luego sus hijos Reuquecurá y Namuncurá (a la cabeza de la Confederación Indígena, un embrión de Estado) y otras parcialidades. Los llamados «indios gauchos» (sin jefatura) y numerosas partidas de cristianos entre prófugos, delincuentes, marginales, rebeldes, refugiados políticos como el ya mencionado Baigorria («Condor Petiso» entre los ranqueles) que fue un verdadero cacique blanco en las tolderías.

Cabe decir también que los aborígenes americanos defendían la tierra en que habían nacido, y donde fueron rudamente atacados por los españoles -primero- y los argentinos y chilenos después de 1810. En general, no reconocían el concepto de propiedad privada, Estado o territorio nacional. En cambio, los araucanos de Chile sí se consideraban titulares de una región definida, la Araucanía, y la defendieron con singular temple militar, hasta el punto de que el Imperio Español terminó reconociéndoles una frontera, la del río Bío-Bío.

Cuando se produce la independencia de la Argentina y Chile, numerosas indiadas pasan la cordillera y se instalan en la Argentina, no sin pedir autorización a los gobiernos (al parecer Calfucurá la solicitó de Rosas) entre otros motivos porque habían combatido por el bando español y temían la revancha de los patriotas. En nuestro país, los araucanos penetran desde el Siglo XVIII y muy acentuadamente a partir de 1830, cuando Calfucurá ataca a la tribu de los vorogas argentinos, cuyos jefes son degollados y su población anexada.

Puede decirse que todas las agrupaciones, conocidas en aquel tiempo como indiadas, constituían un mestizaje de razas y lenguas: se adquirían mujeres por compra, pacto, rapto o secuestro, tanto indias como cristianas, y los guerreros de una comunidad pasaban a otra si no se hallaban a gusto. Las distintas etnias conocidas como tehuelches, serranos, puelches, querandíes, fueron sometidas por jefaturas araucanas y prevaleció en las pampas la lengua chilena. Este proceso se conoce como Araucanización de la Pampa. La Argentina enfrentó una guerra larga y sangrienta contra el malón, hasta que en 1879 se produce la Campaña al Desierto de Roca. Los indios argentinos no fueron exterminados ni mucho menos, sino integrados como ciudadanos de nuestro país. Los irreductibles, encarcelados en Martín García o dispersados hacia el Sur y la Cordillera, donde no había hacienda que robar ni pueblos que incendiar.

En aquella guerra, imperó por ambos bandos la ley del degüello: no se tomaban prisioneros sino que se ejecutaba sumariamente a todos los vencidos. Al final, sin embargo, grandes jefes históricos como Pincén, Epumer, Namuncurá e Inacayal fueron encarcelados en Martín García. Es decir que se respetaron sus vidas. Pasada la conflagración, se los liberó.

La República Argentina atravesó un gravísimo problema de supervivencia en la Guerra al Malón (título del libro del comandante Manuel Prado, que relata lo sucedido con todos sus matices) y lo superó recién en la década de 1880, cuando se estabiliza la Organización Nacional.

Todo esto viene a cuento de lo sucedido la semana pasada en Chile. Una horda supuestamente mapuche, integrada por 20 hombres encapuchados, atacó la hacienda del Sr. Werner Luchsinger y su esposa, la señora Vivian MacKay. Los dos gringos fueron asesinados. Luego se incendió la cabaña, donde más tarde encontrarían los dos cadáveres.

Dada la composición demográfica de la Patagonia argentina (numerosos inmigrantes de Escocia, Gales, Irlanda y Alemania) tememos que se pueda incubar un fenómeno paralelo a ambos lados de los Andes. Hay personajes que le dicen a los criollos: ¨¡Negro, esta tierra es tuya! Sacá a los gringos, poneles un piquete para que paguen peaje antes de pasar la tranquera, ocupale las casas…! ¡Que se vuelvan a Europa!». Los que reciben este mensaje, en la Argentina, normalmente son nietos de chilenos, pero fermenta en su alma la idea de que «el extranjero» los ha despojado de algo propio. Y todo este asunto genera odio, envidia, sentimientos de revancha, violencia.

En Chile y la Argentina, los que manipulan el mito del genocidio mapuche están jugando con fuego. Los mapuches no son otros que los araucanos de la historia, aquellos que con Lautaro y Caupolicán le impusieron una frontera a la España Imperial. Gente aguerrida, con una mística especial: 900.000 viven en Chile y 150.000 en nuestro país.

Atención: vivimos en repúblicas criollas, regidas por constituciones democráticas que consagran la propiedad privada. Si alguien tiene algo que reclamar, debe presentarse al juez competente con la documentación histórica, jurídica, periodística, etnográfica, que lo acredite respecto de alguna zona o predio.

En Chile se habla de la intervención del grupo argentino Quebracho, que no nos consta. En la fecha del doble homicidio (Luchsinger) se conmemoraba el quinto aniversario de la muerte del estudiante mapuche Matías Catrileo, que aparentemente fue abatido por carabineros en una finca privada, también perteneciente a la familia Luchsinger.

«A mi prima Vivian MacKay la quemaron viva. Si llegan a mi casa, los voy a disparar a todo dar. Los voy a balear a todos. No les tengo ningún miedo», amenaza Alan Cooper, vecino y pariente de las víctimas. El ministro de Interior, don Andres Chadwick, dice: «Enfrentamos a un enemigo fuerte, poderoso y organizado». Ya existe una Asociación de Víctimas de la Violencia Rural en Araucanía. La Confederación de Dueños de Camiones de Chile se declara en estado de alerta porque sus cargueros deben atravesar la «zona roja» del conflicto. Palabras del presidente Piñera: «Esta lucha no es contra un pueblo en especial y menos contra el pueblo mapuche. Es una lucha contra una minoría de delincuentes, terroristas y violentistas».

Chilenos y argentinos deben analizar este asunto con extremo cuidado. Hay una historia que enseña cómo pueden descarrilarse las cosas. Lo que menos necesitamos es otra guerra étnica.

* Publicado en La Nación de Buenos Aires

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