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Y Resultó que el Almuerzo Gratis No Existía


Había hasta hace poco un negocio muy competitivo y que favorecía mucho a los consumidores pobres, que era el de las tarjetas de crédito. Era competitivo porque todas las tiendas podían emitir tarjetas. Favorecía a los pobres porque podían elegir la más conveniente. El consumidor rico que quiere comprar algo llama por teléfono a la tienda, se lo van a dejar a la casa y lo carga a su cuenta corriente o lo paga al contado. El pobre, por definición, no tiene plata, y entonces saca una tarjeta y con ella va a la tienda y compra sin pagar, hasta que le comienzan a llegar cobros mensuales con los que convive toda su existencia, pero a cambio de eso llena su casa y su persona de todas las cosas que necesitaba y que antes sólo tenían los ricos. Nombre del fenómeno: «Boom del consumo».

Todo funcionaba muy bien y la clase pobre pasó así a ser clase media, la clase media pasó a ser C1 y Chile «cambió de pelo», hasta que se metió el Estado. Pero, como decía ese gran estadista y gobernante llamado Ronald Reagan, «el Estado no soluciona los problemas; el Estado ES el problema». Y entonces, en este caso, creó un problema.

Las tarjetas para los pobres funcionaban bien porque éstos pagaban. Y si no pagaban, las tiendas tenían buenos sistemas de cobranza y se resarcían subiendo las comisiones a los que pagaban. Y cuando éstos consideraban que eran muy altas, dejaban de usar la tarjeta o se cambiaban de tienda. Por supuesto, la naturaleza humana a veces interfería y cuando, en el caso de La Polar, hubo muchos que no pagaron, esa tienda lo disimuló, para no reflejarlo en sus balances, e hizo como que los deudores habían repactado y conseguido mayor plazo, lo cual no era verdad, hasta que la burbuja estalló. Se dijo que los consumidores habían sido abusados, pero los consumidores se quedaron con mercadería que no pagaron y la tienda simuló que no estaban en mora, con lo cual los únicos abusados resultaron ser los accionistas de La Polar, que vieron reducida su inversión a la décima parte. Pues, como el almuerzo gratis no existe, alguien tuvo que pagar la cuenta de los que se llevaron plasmas sin pagarlos. Finalmente, la Nueva Polar arregló con todos, incluidos los que se llevaron plasmas sin pagar, y ahora están pagándolos. Y el sistema volvió a funcionar bien.

Hasta que se metió el Estado y dijo que era un abuso el aumento de comisiones de las tarjetas acordado tácitamente con los consumidores, siendo que la aprobación tácita estababa consagrada desde el siglo pasado en el Código de Comercio como perfectamente válida.

Entonces resulta que ahora tanto los bancos como el retail ya no pueden fijar libremente los precios del crédito que otorgan y han entrado a revisar todo el negocio. Es que el Estado («el problema») se metió. Ayer en «La Segunda», página 19, aparece el Banco Santander anunciando que cerrará 20 sucursales Banefe «producto de los cambios normativos de la industria financiera, que implican reducción de márgenes en ese negocio». Traducción: el Gobierno fijó los precios y ya no conviene prestar ese servicio a los precios fijados. Las oficina Banefe atendían a clientes de menores recursos; ahora serán utilizadas para «focalizar los esfuerzos en aquellos segmentos de mayor margen y con riesgo acotado». Traduzco: ya no es negocio prestarle a gente de bajos ingresos, porque el alto riesgo que representa su menor solvencia ya no puede reflejarse en el costo del respectivo crédito. Los más pobres ya no podrán comprar a crédito.

Añade «La Segunda»: «Fuentes de la industria aseguraron que no sólo Santander está analizando su modelo de negocios de banca de consumo. También lo estarían haciendo Banco de Chile, BCI, BancoEstado, Corpbanca y BBVA». Vuelvo a traducir: «A raíz del control de precios impuesto por el SERNAC y ratificado por la Corte Suprema, ya no es conveniente prestar plata a los pobres, que se quedarán sin crédito».

Así se emprende el camino del populismo. Pues, naturalmente, si nadie les da crédito a los pobres, los políticos dispondrán que se lo dé el Estado, y a pérdida (pues ha dejado de ser un negocio rentable, con las nuevas regulaciones). Y así sucesivamente.

Cuando yo era niño, la mejor tienda de Santiago se llamaba «Gath & Chaves» y era de dueños ingleses. Había llegado al gobierno el «Frente Popular». Entonces el personal de «Gath & Chaves» se declaró en huelga ilegal. Los ingleses, ciñéndose a las leyes, despidieron a los que no iban a trabajar. El Gobierno respaldó a los huelguistas. Entonces los ingleses cerraron «Gath & Chaves», se fueron y Santiago se quedó sin su mejor tienda. El país emprendió camino «cuesta abajo en la rodada» hasta que llegó al fondo. En los ’40, ’50 y ’60 Chile iba a la zaga en todos los indicadores económicos mundiales, e incluso a la zaga del Tercer Mundo, como decía Altamirano en la TV, a comienzos de los ’70, para justificar la revolución marxista-leninista. El único récord que lográbamos era el de inflación, en que casi siempre estábamos a la cabeza, de la cual solían desplazarnos primero los bolivianos y después los argentinos. Hasta que llegamos al fondo del barranco, en 1973.

Ahora le toca a un «gobierno de centroderecha» («risas en tribunas y galerías») reemprender el camino del populismo. La liquidación del crédito y de las tarjetas para los más pobres, intervención que es obra del Estado (pues el SERNAC es del Estado y la Corte Suprema también), ha sido un hito, tal como lo fue el cierre de Gath & Chaves.

Chile quiere, de nuevo, almorzar gratis. Lo malo es que «no hay una cosa tal como un almuerzo gratis» (Milton Friedman). A él le dieron el Nobel por descubrirlo, pero acá algunos todavía no lo aprenden.

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