Publicidad

Libertad, igualdad y tiempo

Rodrigo Álvarez Quevedo
Por : Rodrigo Álvarez Quevedo Abogado de la U. Adolfo Ibáñez. Profesor de Derecho Penal, Universidad Andrés Bello. Abogado Asesor, Ministerio del Interior (2015-2018)
Ver Más


Buscando algo que ver en la tele me topé con una película empezando en HBO: In Time (2009), protagonizada por Justin Timberlake. La dejé porque el comienzo parecía prometedor. Luego, la película se fue desinflando y resultó ser apenas regular, sin embargo, la premisa era bastante interesante. Como se señala en el tráiler, la cinta se trata de que “a finales del siglo XXI, el tiempo ha reemplazado al dinero como unidad monetaria. A los 25 años, se detiene el envejecimiento y a cada persona se le da un año más de vida, a menos que rellenes el reloj”.  Así, la película se adentra en esta distopía donde todo lo que hoy se paga con dinero, se paga con tiempo. Entonces, un café cuesta 4 minutos, la micro cuesta 3 minutos, el peaje para entrar a la ciudad de los ricos cuesta 1 año, etc. La gente con poco tiempo corre para “ahorrar” y vivir más (o aprovechar en algo mejor los minutos que tiene). El tiempo se va descontando de un cronómetro que tienen en el brazo y, al llegar a cero, la persona fallece.

La metáfora es evidente y pone de manifiesto problemas que enfrentamos como sociedad. Suelen decir los economistas que el tiempo es un bien escaso; cada vez que uno hace algo deja de hacer otra cosa. En la película, los millonarios son los que tienen mucho tiempo y son inmortales; los pobres tienen con suerte un día y hacen lo posible por sobrevivir, ¿les suena familiar? La pregunta es, ¿hay diferencia entre la gravedad de la desigualdad si es que para las transacciones se usa dinero o tiempo?

En una sociedad tan desigual como la nuestra, la injusticia es brutal. Tenemos muchas razones para sostener que reducir la brecha entre ricos y pobres es urgente. Una sociedad más igualitaria reduce la violencia, hay más esperanza de vida, menos abuso de drogas, mejor educación, menos delincuencia, más innovación, etc. Pero además de todo esto, el dinero es tiempo. Una persona de bajos recursos va a tener que trabajar por lo menos 45 horas semanales para cubrir –con suerte– sus necesidades básicas; tendrá que viajar en el transporte público varias horas al día para llegar a su trabajo, etc. Una persona rica podrá trabajar menos, usará su auto propio y, seguramente, vivirá más cerca de su lugar de trabajo. En otras palabras, una persona con más recursos tendrá más tiempo, lo que puede significar (independiente de si ocurre o no) tener más horas al día para compartir con sus hijos, con su pareja, o hacer lo que quiera. Evidentemente hay ricos que trabajan la mayor parte del día, pero eso es una decisión y no una necesidad.

Es preocupantemente imperioso tener una mejor distribución de los ingresos, una ciudad menos segregada, un mejor transporte público, ir reduciendo la jornada laboral en la medida de lo posible, etc. Puede que hoy la gente no muera porque se le acabe el contador de tiempo, pero sí hay gente que muere por coger una pulmonía en una vivienda precaria que se llueve o por no tener dinero para acceder a un tratamiento. También hay muchos que pierden la carrera “meritocrática” por haber tenido una mala educación (por no tener dinero –libertad positiva –  para elegir).

El modelo económico impuesto en Chile desprecia, en sintonía con uno de sus inspiradores, Friedrich Hayek, el concepto de justicia social y distributiva. Una economía eficiente debe aceptar ciertas diferencias entre mérito personal y retribución económica, lo contrario supondría atentar contra el modelo. El Estado es subsidiario y debe ser pequeño, mientras más, mejor. La justicia es aquella que otorga el mercado. Hayek creía que el mercado no podía ser justo o injusto, pues estos criterios se aplican al actuar humano. No puede haber injusticia en algo que no depende directamente del actuar injusto de alguien en particular; tampoco puede haber injusticia en la naturaleza y el mercado es proyección de la naturaleza. Jaime Guzmán decía que “la clave en la lucha contra la pobreza reside en el mayor aumento posible del producto nacional”. Hoy, seguimos con ese paradigma y modelo y muchos festejan el crecimiento del PIB, aún así, los problemas siguen siendo los mismos: la desigualdad no parece preocupar y la pobreza no se logra disminuir. En los últimos años todo sigue igual. Según la CASEN –si es que podemos confiar en ella–  la pobreza era de un 13.7% el 2006, de 15.1 el 2009 (año de crisis) y de 14.4 el 2011. La indigencia era de 3.2% el 2006, 3.7% el 2009 y 2.8 el 2011. El Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad (cifra entre 0 y 1 siendo 0 la perfecta igualdad), era de 0.53 el 2006 y de 0.52 el 2011. O sea, en esos cinco años, la pobreza  aumentó 0.7%, la indigencia bajó 0.4% y la desigualdad se mantuvo prácticamente igual. Lo peor es que es muy probable que la misma encuesta, cuando se haga en unos meses, muestre que todo sigue casi igual.

En una parte de In Time, un personaje que tiene un billón de años le dice al protagonista: “para que algunos sean inmortales, muchos deben morir”. El héroe replica: “nadie debiera ser inmortal si alguien debe morir”. Desgraciadamente, para que haya millonarios es necesario que existan muchos pobres. Esto no puede ser un dato de la creación; no podemos contentarnos pensando que el mercado es así. No busco abogar por una economía centralizada, solo creo que nuestro sistema requiere una cirugía mayor y no simples bonos y parches curita. Que solo por nacer en cierta posición social uno tenga peor educación, deba viajar dos horas para ir a trabajar, acceda a una peor salud, pueda pasar menos tiempo con su familia, etc., no es trivial: es dramático.

Joaquín Lavín decía en Tolerancia 0 que si se le preguntara a la gente qué prefiere entre justicia o igualdad, elegirían justicia. Creo (o quiero creer) en la buena fe de Lavín, pero ¿de verdad piensa que justicia e igualdad son términos antagónicos? ¿Quiere seguir haciéndonos creer, como hicieron en la dictadura, que libertad e igualdad están en las antípodas? El premio Nobel Amartya Sen ya nos enseñó que cuando alguien vive en la miseria y apenas tiene para subsistir estamos ante un problema de justicia y libertad. No se trata de querer más igualdad porque sí, se trata de que alguien en situación de pobreza no tiene libertad (ni capacidad –de llevar una u otra vida–) para salir de la pobreza, o sea, es una injusticia. Ya sería bueno que Lavín y compañía entendieran que no queremos que todos ganen lo mismo y vivan en la misma casa roja; no queremos o justicia (y libertad) o igualdad: Queremos igualdad y libertad porque en eso consiste la justicia.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

Publicidad

Tendencias