Las lógicas de la Concertación se mantienen intactas. Cuando se trata de temas fundamentales son los mismos de siempre los que toman las decisiones, los mismos que durante 20 años fijaron su domicilio en las estrechas avenidas de la Constitución del 80.
La dialéctica juega un papel fundamental en cualquier identificación política. En ese sentido, el lugar que ocupa o que dice ocupar un actor político (desde un líder, un partido hasta una coalición) pasa primero por el reconocimiento de un otro como un adversario, como un enemigo o como una amenaza seguido por la identificación propia en base a la negación de ese otro. En una medida importante ‘Yo soy lo que mi enemigo no es.’ Y esa identificación es necesaria para construir mis planes y proyectos.
Las definiciones son más nítidas cuanto más sea la radicalidad de los tiempos ya que los opuestos son también más radicales. Pinochet construyó su discurso político e intentó que su régimen fuera identificado como el salvador del yugo marxista y del intervencionismo cubano y soviético. La unidad política y discursiva de la oposición al régimen militar se construyó, a su vez, en base a un proyecto común diseñado para derrotar a su máximo antagonista. En ese sentido, la Concertación es hija de quien fuera su mayor adversario y su identidad es en gran parte el producto de la negación de ese opuesto.
[cita]Las lógicas de la Concertación se mantienen intactas. Cuando se trata de temas fundamentales son los mismos de siempre los que toman las decisiones, los mismos que durante 20 años fijaron su domicilio en las estrechas avenidas de la Constitución del 80. [/cita]
Con los equilibrios impuestos en la Constitución del 80 (binominal-sistema de quórums) y con la (a)normalidad que supuso el retorno a la democracia los opuestos, poco a poco, fueron encontrándose, identificándose en un consenso grueso sobre las bases económicas, políticas y culturales que dieron forma al país desde fines del los 80.
Sin embargo, en la medida en que las diferencias entre unos y otros se fueron acortando, en la medida en que sus desencuentros pasaban a ser cada vez más de forma que de fondo, mientras quedaba cada vez más claro que en su ecuación el problema no era el ‘modelo’ sino como administrarlo, las identificaciones dialécticas se fueron acentuando.
Nada hay de aventurado en la afirmación que la Concertación es una alianza de centro-izquierda solo en referencia a la derecha chilena. Si un observador externo evaluara a la Concertación por sus políticas públicas (por las que hizo, pero también por las que no pudo o no supo hacer) y por sus discursos no le sería demasiado difícil concluir, en un contexto más amplio, que es (o que fue) una coalición de centro-derecha. De ahí la vieja tesis que sugiere que Chile está atrapado entre dos derechas.
Es por ello que la identificación de la Concertación y el lugar que dice o pretende ocupar en el espectro político pasa principalmente por una negación de lo que su rival político es. Quizás una de las pocas cosas que la Concertación pueda decir hoy de sí misma es que NO es la derecha, la derecha chilena. No comparte su pasado, no adhiere a sus valores o algunos de ellos, y reniega profundamente de su cultura. Y si bien eso no es mucho, para algunos es suficiente.
Pero ¿qué sucederá con la Concertación o con la Nueva Mayoría ahora que la derecha pareciera encontrarse en su situación más compleja desde el retorno a la democracia? ¿Qué ocurre cuando el espejo a través del cual me miro a diario se triza y con ello mi propia imagen se fisura? ¿Cómo se define la Concertación cuando su punto de referencia se vuelve irrelevante?
A primera vista esta pareciera ser una gran oportunidad para crear un nuevo proyecto político que alejado de la fatiga dialéctica de las últimas décadas, sea capaz de definir sus propios horizontes, de darse su propio nombre y construir su propia identidad en base a la necesidad de los tiempos y no exclusivamente en referencia a sus enemigos.
Construir y materializar ese plan requiere, sin embargo, de un tremendo esfuerzo en conjunto. Requiere de una visión compartida sobre la profundidad y la prioridad de las transformaciones que Chile necesita. Una visión que pueda movilizar y canalizar efectivamente todas las fuerzas que sean necesarias para la ejecución de ese proyecto transformador.
La pregunta es si la Concertación será capaz de resolver sus propias dialécticas internas y redefinirse en torno a un proyecto transformador ahora que cuenta con mayores espacios de libertad para hacerlo. Hasta el momento no hay indicios serios que permitan creer que las cosas vayan por ese camino. Si la Concertación no pudo ponerse de acuerdo para hacerle una pequeña finta al sistema binominal a través de las primarias parlamentarias, cuesta creer que pueda llevar adelante algún proceso de transformación estructural. Las lógicas de la Concertación se mantienen intactas. Cuando se trata de temas fundamentales son los mismos de siempre los que toman las decisiones, los mismos que durante 20 años fijaron su domicilio en las estrechas avenidas de la Constitución del 80.