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La Tortura y lo indecible: el testimonio de José Cerda

Alexis Cortés
Por : Alexis Cortés Departamento de Sociología UAH, miembro de la Comisión Experta del proceso constitucional.
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Lo que ocurrió con su cuerpo puede ser interpretado como la más cruel metáfora de lo que ocurrió con nuestro país. Pero José Cerda comprendió que enfrentar la verdad libera.


“De la tortura no se habla”. Así tituló Patricia Verdugo (2004) el libro en el que diferentes autores ligados al estudio y a la defensa de los Derechos Humanos (DDHH) discutían el fenómeno de la tortura aplicada en Chile de manera sistemática por los aparatos represivos de la Dictadura Militar a partir del caso del académico de Ciencia Política Felipe Agüero (University of Miami) quien reconoció y denunció como su torturador a su colega el profesor Emilio Meneses (PUC). En este texto colectivo, todos los autores coincidieron en que en torno al tema de la tortura existía una especie de tabú que impedía que se hablara de ella en el ámbito público hasta la denuncia realizada por Agüero. Efectivamente, sobre la tortura pesa un silencio múltiple: el de los victimarios, el de las víctimas, el del Estado y el de la sociedad.

El que los victimarios no quieran hablar de ella resulta hasta cierto punto comprensible en la medida que implicaría reconocer su responsabilidad penal en esos crímenes. En el caso del Estado, a pesar de que el Informe sobre Prisión Política y Tortura permitió que el Estado reconociese la existencia de esa práctica desde sus propios aparatos –algo que antes simplemente había sido negado–, la publicación del Informe Valech también inauguró nuevos silencios y olvidos. Tal como señaló Hillary Hiner (2009, 55) sobre la producción de los informes de Verdad y Reconciliación y el ya citado sobre tortura:

“Este proceso desenmascaró irrevocablemente la tendencia de la Concertación a conseguir justicia y verdad sólo en la medida de lo posible, por su timidez frente la confrontación directa con las fuerzas armadas (FFAA) (no dan nombres), y apego incondicional a la narrativa redentora y reconciliación de la historia contemporánea de Chile. El Informe Valech ha enfrentado críticas similares por no nombrar a los culpables, cerrar los archivos de la [Comisión de Prisión Política y Tortura] CPT para los próximos cincuenta años, y presentar una narrativa de borrón y cuenta nueva. El discurso concertacionista es, entonces, una síntesis selectiva de dispositivos producidos por los movimientos sociales durante los años setenta y ochenta, que fue reinterpretada según los parámetros políticos de los años noventa y principalmente del siglo XXI”.

Ahora bien, en el caso de las víctimas, la experiencia límite de pasar por torturas y sobrevivir a ellas representa una situación tan extrema de deshumanización que deja a los torturados sin palabras para comunicar lo vivido. La tortura como dispositivo de dolor y castigo destinado a que la víctima traicione sus convicciones entregando información sobre otros o recociendo su propia culpabilidad busca arrebatar la condición de humanidad de sus víctimas, destruirlas física y psíquicamente. Tal como ha señalado la antropóloga Veena Das (1999), la violencia extraordinaria presente en la tortura es “indecible” en la medida que levanta dudas sobre la propia vida, pues existen violaciones del cuerpo que no pueden ser verbalizadas, no pueden ser dichas, porque pertenecen (y en cierta medida hacen pertenecer a su víctima) al mundo de las cosas, de la animalidad, de lo no humano; lo que dificulta que el tiempo realice su trabajo de reinscripción, reescritura o revisión de esas memorias de la violencia.

Aunque las víctimas de la tortura sean capaces de asirse firmemente a un ideal, a una creencia o al amor a su familia para reconstruir sus vidas o incluso siendo, la mayoría de las veces, algunos de los principales activistas en la denuncia de sus torturas, es muy difícil verlos hablar de las violaciones de las que fueron víctimas. Existen casos en el que hasta su círculo más íntimo desconoce el detalle de las vejaciones de las que fueron víctimas. Sea para proteger a su familia, sea por la vergüenza que sienten o sea para no revivir la experiencia, hay una parte de su relato condenada al silencio.

Es por esas razones que el testimonio que José Cerda dio el 28 de agosto en el programa de Red Televisión, Mentiras Verdaderas, sobre las torturas que sufrió en su paso por Tejas Verdes representa un hito inestimable para la construcción de una memoria de las víctimas de la tortura. En ese programa, José Cerda entregó detalles desgarradores de las vejaciones que sufrió y que su propia familia desconocía. ¿Qué hizo posible tal testimonio y por qué en estos momentos?

Sin duda, así como en todo sobreviviente a ese tipo castigo, en José Cerda hay algo de extraordinario, algo que queda más patente al observar el modo en que enfrentó a las cámaras y a sus seres queridos para detallar sus torturas. José Cerda asumió su testimonio como un acto terapéutico y liberador, como su íntima forma de decir “nunca más”. Sin embargo, lo que hizo posible que este hombre tuviese el inmenso coraje de dar ese paso tiene que ver también con los procesos que la propia sociedad está experimentando.

Durante las últimas décadas pareció que la sociedad no estaba dispuesta a escuchar los horrores que el propio Estado practicó. Aunque sin duda las altas dosis de impunidad que han rodeado los casos de violaciones a los DDHH, han contribuido a este silenciamiento; la propia sociedad pareciera haber vedado tácitamente ciertos temas incómodos. Hoy, 40 años después del Golpe de Estado, Chile parece dispuesto a enfrentar esa historia oculta, removiendo los dispositivos de autocensura que impedían tratar esos tópicos. Si bien los testimonios, los libros, los documentales y las imágenes de la dictadura siempre estuvieron ahí (no estaban prohibidos), ahora los chilenos parecen dispuestos a encararlos. José Cerda llevó al mundo de las palabras la parte más escondida de nuestra historia, porque hoy queremos escucharlo.

Por estos días cuando el legado institucional, político y económico de la Dictadura comienza a ser cuestionado con mayor amplitud por diversos sectores de la sociedad, el testimonio de José Cerda nos recuerda el origen espurio de esa herencia. Lo que ocurrió con su cuerpo puede ser interpretado como la más cruel metáfora de lo que ocurrió con nuestro país. Pero José Cerda comprendió que enfrentar la verdad libera. Este acto personal de redención podría servir como ejemplo para que nuestra sociedad, al encarar sus verdades más sórdidas, dé un paso rumbo a su propia liberación.

(*) Texto publicado en Red Seca.cl

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