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La ridícula defensa de la dictadura

Arturo Ruiz
Por : Arturo Ruiz Arturo Ruiz Ortega es licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile y MFA en Escritura Creativa de American University. Destacan en sus publicaciones literarias la rutina Allende Ghost de “palta” Meléndez 2007 y la novela Los Pájaros Negros de 2010.
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La dictadura de Pinochet no es intelectualmente sostenible. Como bien dijo Manuel Guerrero, a nadie en el mundo se le ocurriría defender a Hitler porque hizo buenas carreteras.


Culpas, disculpas, renuencia a pedir disculpas y hasta orgullos patrióticos han surgido en esta conmemoración del golpe de Estado de 1973 que dio comienzo a una dictadura cruenta, la más cruenta que ha vivido Chile. Disculpas tibias que terminan en algo así como un “todos somos culpables” hasta la justificación del golpe por un marxismo leninismo perverso han surgido de los diversos personeros, así como la desafortunada expresión “cómplices pasivos”, desafortunada digo, porque el propio gobierno puede ser calificado entero bajo su propia expresión. Por lo demás, me parece perfectamente correcta.

Lo preocupante es que todas las opiniones se han planteado como iguales, legítimas y elaboradas con el mismo celo intelectual, lo cual, evidentemente, no es así. La dictadura chilena es condenada universalmente en los países desarrollados, Pinochet forma parte del imaginario del mal en la cultura popular del mundo. Para todo occidente es uno más de los dictadores discípulos de Hitler, pariente de Pol Pot y de Stalin independientemente de signo político.

En cuanto al signo político, el discurso de defensa de la dictadura adolece de defectos graves: primero que todo, el gobierno de Salvador Allende no fue un gobierno marxista leninista. En el Marxismo Leninismo la revolución armada se estructura alrededor de lo que se llama una vanguardia o foco revolucionario, que consiste en una élite que supuestamente conoce la dirección de la historia y que lleva a cabo un tipo de revolución en el cual dicho foco es el centro de una dictadura que reemplaza a la dictadura del proletariado.  Claramente esto no fue lo que hizo el gobierno legal y constitucional de la Unidad Popular.

En segundo lugar, la satanización del marxismo continúa como si nada, siendo que el marxismo es un enfoque válido de interpretación de la historia, la cultura e incluso del arte. Esto debido a que el marxismo ha evolucionado desde que fuera formulado por Marx. A esta satanización se une la validación del fascismo con o sin ese nombre, siendo que el fascismo sí es un sistema de creencias desacreditado, además de por las terribles razones históricas, por motivos intelectuales tales como que jamás ha buscado coherencia en su formulación: así, por ejemplo, los regímenes fascistas sirvieron solo para llevar a tiranos al poder, pero jamás cambiaron las relaciones de producción ni los regímenes de propiedad privada, siendo poco más que una excusa emocional para belicismos internos y externos que se fundamentaron en odios arbitrarios (comunistas, judíos, extranjeros). Ante esto surge la necesidad de aclarar que el marxismo —no el dogmatismo estalinista— es un enfoque intelectual válido y el fascismo no. Como prueba de ello, podemos decir que es posible encontrar a diversos teóricos marxistas trabajando y siendo estudiados en las universidades del mundo (Terry Eagleton, Slavoj Zizek, Noam Chomsky, Antonio Negri, entre otros) y no a teóricos fascistas.

En tercer lugar la doctrina de Guzmán acerca de la democracia es preocupante: la democracia no es simplemente una forma de elegir a las autoridades que pueda ser reemplazada por otra. De hecho, la sola elección no garantiza la existencia de un Estado democrático liberal. Un Estado democrático contempla la separación de poderes y el respeto irrestricto de los derechos humanos. Así, en un estado democrático no pueden existir abusos de poder tan flagrantes como en una dictadura, ni encarcelaciones sin el debido proceso, ni mucho menos detenciones arbitrarias. La subvaloración de la democracia como un mero mecanismo de elección de las autoridades conlleva el peligro cierto de que la democracia pueda ser puesta en tela de juicio en el futuro con las funestas consecuencias que ya vivimos.

La dictadura de Pinochet no es intelectualmente sostenible. Como bien dijo Manuel Guerrero, a nadie en el mundo se le ocurriría defender a Hitler porque hizo buenas carreteras. El hecho de que un debate semejante siga existiendo en Chile, ahora que la información está disponible —con la triste excepción del paradero de muchas víctimas y otros detalles infames—, indica que nuestro país carece de la madurez cívica que implica alcanzar el ansiado desarrollo al que han aspirado todos los gobiernos, porque desarrollo no significa simplemente hacer calzar los índices con ciertos números dados, sino que, sobre todo, significa sobrepasar el estadio en el que unos seres humanos valen más que otros por razones tan arbitrarias como su clase o estamento. Mientras este debate continúe, no habremos superado la periferia intelectual del mundo.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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