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La dictadura contra los pobladores

Alexis Cortés
Por : Alexis Cortés Departamento de Sociología UAH, miembro de la Comisión Experta del proceso constitucional.
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Hoy, postergados a las páginas policiales y a pesar de los notables esfuerzos de rearticulación del movimiento, los pobladores están lejos de mostrar los niveles de movilización de otrora. No obstante, el miedo y la estigmatización parecen inmutables al paso del tiempo. Así lo confirman los operativos policiales previos al 11 de septiembre.


A pocos días de cumplirse 40 años del Golpe de Estado, se han multiplicado los operativos policiales en algunas de las poblaciones populares emblemáticas. Controles policiales, sobrevuelo de helicópteros, masivos patrullajes han sido denunciados por dirigentes sociales de esas poblaciones como una forma de amedrentamiento y de reforzamiento de los estigmas sociales de un modo tal que les hace recordar lo vivido durante los años de la Dictadura Militar.

Sin duda, el movimiento de pobladores fue uno de los actores que más se movilizó previo al Golpe de Estado, constituyéndose en uno de los pilares sociales de sustentación del gobierno de Salvador Allende. Es más, para los sectores más radicalizados de la izquierda chilena, la multiplicación de tomas y campamentos en las ciudades más importantes del país representaban la concreción más decisiva de formas embrionarias de poder popular supuestamente decisivas a la hora de la polarización política nacional.

No es de extrañar, por ello, que los pobladores hayan encarnado buena parte de los mayores temores alimentados por la elite chilena que apoyó la instauración de la Dictadura Militar. Tal como fue resumido por el historiador Armando de Ramón (2007, 252):

“El más grave impacto político de los campamentos estuvo en el terror que causaron en la población urbana de clase media y clase alta. Éstos veían una especie de “alianza” entre los campamentos y los “cordones industriales” que habían derivado hacia una instancia política después de las requisiciones de empresas hechas por el gobierno de la Unidad Popular. Éstos semejaban los “soviets” por la fuerza que paulatinamente iban alcanzando y por sus declaraciones revolucionarias. No cabe duda alguna de que esta alianza de campamentos y empresas requisadas por el gobierno producía en la clase alta santiaguina mucho más terror que la reforma agraria. La realidad de la “ciudad cristiana, culta y opulenta” que vislumbra Vicuña Mackena en 1872 enfrentada a otra ciudad “bárbara, la ciudad china y la ciudad tártara”, para usar los epítetos que le prodigó aquel hombre público, se convertía ahora, para muchos, en una terrible e inmediata amenaza. Parece claro que esta amenaza fue causa muy importante para precipitar el golpe militar el día 11 de septiembre de 1973 y explica mucha de las acciones que se hicieron contra los campamentos (y poblaciones) durante el golpe mismo y en los días, meses y años que le sucedieron”.

Esto explicaría en buena medida el hecho de que el sujeto-poblador se haya convertido en uno de los blancos privilegiados de la violencia aplicada por el régimen contra el mundo social. Tal como demostró la investigación Tortura en Poblaciones del Gran Santiago (1973-1990) del Colectivo de Memoria Histórica José Domingo Cañas(2005), el territorio identificado con “la población” se transformó en un espacio de tortura y prisión política en sí, por causa de los dispositivos de represión desarrollados por la dictadura y destinados específicamente a controlar y neutralizar a este actor popular: invasiones policiales, cercos de poblaciones, detenciones masivas, secuestros y destrucción y robo de objetos personales y domésticos de los pobladores se sucedieron sistemáticamente en las poblaciones de Chile durante la Dictadura.

Tan arrasadora fue la fuerza represiva de la Dictadura sobre los pobladores que en un corto tiempo el otrora poderoso movimiento se vio reducido a su mínima expresión: sus principales dirigentes fueron encarcelados, torturados y, en algunos casos hechos desaparecer. Los campamentos instalados en el sector oriente de la ciudad de Santiago fueron erradicados a otras regiones o a la periferia sur de la ciudad, delineando los trazos segregadores que la ciudad de Santiago aún ostenta. Las poblaciones emblemáticas no sólo fueron allanadas y vigiladas permanentemente, además sobre ellas se cernía la amenaza inminente de bombardeo a partir del mismo 11 de septiembre.

Sin embargo, fue precisamente en las poblaciones donde el eco de las protestas convocadas por la oposición, a comienzo de los años 80, se escuchó con más fuerza. Las poblaciones fueron los principales focos de resistencia y descontento frente a la dictadura, así como sus pobladores los más entusiastas artífices de las Jornadas Nacionales de Protesta. Es impresionante constatar cómo un movimiento que parecía desaparecido en pocos años fue capaz de reorganizarse y renovar buena parte de su repertorio de acción colectiva. Los pobladores nutrieron brigadas muralistas que denunciaban los abusos de los que eran víctimas, crearon Comedores Populares, organizaron Ollas Comunes para combatir los efectos de la crisis económica, también crearon Colonias Populares Infantiles, Radios Comunitarias y un extraordinario número de organizaciones sociales. Las poblaciones chilenas se convirtieron en un denso tejido de organización popular. En esa tarea no sólo estuvieron presentes los partidos de la oposición sino también la Iglesia Católica, la que se convirtió en un paraguas defensivo que posibilitó la rearticulación del propio movimiento frente a la persecución que sufría cualquier otro tipo de instancia opositora.

No cabe duda que los pobladores fueron uno de los principales actores comprometidos con el fin de la Dictadura, proyecto por el que pagaron un alto costo durante los años del régimen militar. Sin embargo, con el inicio de la transición democrática las especiales condiciones impuestas por las anteriores autoridades frente a la oposición, llevaron a que ésta gobernase a partir de los estrechos márgenes que permitía la institucionalidad pinochetista, de la que la Concertación terminó convirtiéndose en administradora. La persistente presencia política de Pinochet, sobre todo en la primera década pos dictatorial, primero manteniendo el cargo de Comandante en Jefe del Ejército y posteriormente como Senador Vitalicio, configuraban un frágil escenario democrático, en el que el fantasma de un nuevo quiebre se aparecía constantemente en las cabezas de quienes pactaron la salida democrática del régimen anterior. Una consecuencia de ello fue la paulatina desmovilización de aquellos sectores que fueron la fuerza social activa del triunfo del “No” sobre la Dictadura de Pinochet, entre ellos especialmente el movimiento de pobladores.

Hoy, postergados a las páginas policiales y a pesar de los notables esfuerzos de rearticulación del movimiento, los pobladores están lejos de mostrar los niveles de movilización de otrora. No obstante, el miedo y la estigmatización parecen inmutables al paso del tiempo. Así lo confirman los operativos policiales previos al 11 de septiembre.

(*) Texto publicado en Red Seca.cl

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