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El golpe hoy y la iteración de los crímenes

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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¿Por qué el pasado surge de pronto de un modo intempestivo en el presente? La respuesta tiene ribetes casi psicoanalíticos: reprimimos el pasado como estrategia de sobrevivencia. Si todo el pasado se actualizase en el presente, este último estallaría. Pero el pasado continúa ahí, al acecho. Y en ocasiones se abre paso en el presente. ¿Qué ocasiones son éstas? Cuando nos vemos confrontados a la herida. Los 40 años, los testimonios, y las series de televisión cumplieron está función. Y especialmente, me atrevo a especular, nos vemos confrontados a la herida del modo más doloroso cuando los victimarios de entonces siguen cometiendo sus crímenes hoy.


 

Alfredo Le Pera se quedó corto con su magnifico tango acerca de los 20 años que no son nada. Si viviera –murió hace ya 78 años en el siempre fatídico Medellín– habría hallado en la conmemoración de los 40 años del golpe la comprobación empírica de su tesis acerca de la inmanencia del pasado en el presente. Y es que el pasado vive en nosotros y con nosotros. Lo llevamos a cuestas en cada uno de nuestros pasos. Es así como generaciones completas –pero afortunadamente no todas las generaciones– cargamos todavía el peso de una historia traumática en la que los roles principales los ocupa una dictadura brutal (el golpe es sólo la antesala) y una distinción entre víctimas, victimarios e indiferentes, que cruza la sociedad completa. Y esa historia surge cada vez que los victimarios de entonces siguen cometiendo sus crímenes.

Esto no implica “quedarse pegado”, cómo suelen criticar todos aquellos que creen que la llave al futuro se encuentra en la negación del pasado –y que coinciden con los que más tienen que perder al recordar–. La historia post-dictadura es la prueba empírica de lo contrario. Si bien el golpe parece hoy estar a la vuelta de la esquina, simultáneamente, en la vida cotidiana y en los recuerdos de primer y segundo orden de tantos, aunque no de todos, está muy lejos. Vivimos en la flecha del tiempo –en el doble sentido de requerir tiempo para desarrollar nuestros planes, y de aspirar a cambiar los estados del mundo del futuro–. Pero el modo más sano, individual y colectivamente, de direccionarnos al futuro es mediante un proceso crítico de discusión permanente con nuestro pasado. Después de todo, lo que surge de este proceso, es lo que somos. La “trampa en que nos han tenido durante mes y medio, hablando del pasado”, a la que alude la candidata Evelyn Matthei, es justamente una condición de posibilidad –entre otras– de ese proceso. Pasar a las nuevas generaciones la bipolaridad de la que, lamentablemente, adolece aun una parte importante de la derecha chilena, no es una estrategia moral atractiva y probablemente tampoco electoralmente exitosa. Si algo le debemos a las generaciones post-dictadura, es elaborar y transmitir elementos normativos que les permitan generar un autoentendimiento que haga improbable tales eventos traumáticos en el futuro. Y para esto, el pasado es insoslayable.

[cita] ¿Por qué el pasado surge de pronto de un modo intempestivo en el presente? La respuesta tiene ribetes casi psicoanalíticos: reprimimos el pasado como estrategia de sobrevivencia. Si todo el pasado se actualizase en el presente, este último estallaría. Pero el pasado continúa ahí, al acecho. Y en ocasiones se abre paso en el presente. ¿Qué ocasiones son éstas? Cuando nos vemos confrontados a la herida. Los 40 años, los testimonios, y las series de televisión cumplieron está función. Y especialmente, me atrevo a especular, nos vemos confrontados a la herida del modo más doloroso cuando los victimarios de entonces siguen cometiendo sus crímenes hoy.

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¿Por qué el pasado surge de pronto de un modo intempestivo en el presente? La respuesta tiene ribetes casi psicoanalíticos: reprimimos el pasado como estrategia de sobrevivencia. Si todo el pasado se actualizase en el presente, este último estallaría. Pero el pasado continúa ahí, al acecho. Y en ocasiones se abre paso en el presente. ¿Qué ocasiones son éstas? Cuando nos vemos confrontados a la herida. Los 40 años, los testimonios, y las series de televisión cumplieron está función. Y especialmente, me atrevo a especular, nos vemos confrontados a la herida del modo más doloroso cuando los victimarios de entonces siguen cometiendo sus crímenes hoy.

Estoy hablando de condenados por crímenes de lesa humanidad (es decir: crímenes que, por su naturaleza, ofenden y agravian a la humanidad en su conjunto) que son homenajeados por alcaldes en recintos municipales o por correligionarios y admiradores en el recinto penal mismo. Me estoy refiriendo a cárceles de lujo para violadores de derechos humanos. Me estoy refiriendo a todos aquellos militares y civiles que tienen información que podría llevar a reconstruir las historias de más de 2000 personas todavía desaparecidas pero que prefieren callar sistemáticamente día a día –¿o duda usted que debe haber civiles y militares, activos o en retiro, que saben más de lo que han dicho?–. En todos estos, así como otros casos, los victimarios siguen cometiendo sus crímenes en el presente.

Tiene algo de irónico. Pero que la tragedia del golpe y de la dictadura que lo siguió viva de un modo tan disruptivo en el presente tiene que ver más con los victimarios que con las víctimas. Son los primeros los que continúan revisitando sus crímenes cotidianamente, ya sea mediante homenajes, negaciones, defensas u omisiones. Sobre las razones de este actuar solo podemos especular. Se encuentran probablemente en una línea que va desde la afirmación del crimen, a la simple cobardía. Pasando, ciertamente, por falta de inteligencia y por concepciones particularistas de lealtad mal entendida. Quizás también, al menos en algunos casos, por la vergüenza (no debe ser fácil, por ejemplo, explicarle a un nieto por qué torturábamos a embarazadas). Pero en tanto los victimarios sigan cometiendo sus crímenes de acción y omisión cotidianamente, el golpe seguirá irrumpiendo disruptivamente en el presente. Lamentablemente –me atrevo a especular– esto sólo acabará con el curso natural de la biología.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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