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Piñera y los siete mexicanos

Jorge González
Por : Jorge González Ph. D. Profesor Universidad Adolfo Ibáñez (Valparaiso, Chile)
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Agréguese a lo anterior que, si se llegara a reformar el binominal o significativamente alterar el paisaje institucional y consecuentemente los incentivos y conductas de las elites políticas, incluyendo un realineamiento de las coaliciones, todos los escenarios favorecen las posibilidades de Piñera o disminuyen las de sus competidores en la derecha. Más aún, si nadie pudo contrarrestar su implacablemente bien implementada estrategia para anular el legado del gobierno militar y potenciar sus activos electorales adquiridos en oposición a este, más el apelo adicional de estos cuatro años de crecimiento económico y centrismo político: ¿es realista esperar que alguien tenga éxito en lo que tantos durante tanto tiempo no pudieron hacer, esto es, amagar al Garrincha de la política chilena?


Hace ya dos años, mientras dictaba un curso de Introducción a la Economía Política, me encontré con la particular dificultad de explicar a los alumnos las conductas del Presidente Piñera. Por razones estrictamente docentes, usé una analogía del futbol, la que dio origen a una columna que, con el título de “Fútbol y política: Piñera, el Garrincha chileno”, fue publicada a comienzos del 2012. A ese análisis hoy se le apunta como el primero en que se planteó públicamente el tema de la posible búsqueda del Presidente de su reelección en 2017 y las razones de algunas de sus decisiones. Ya plenamente establecida la pertinencia del tema, uso nuevamente la analogía para explicar la actual coyuntura política nacional y plantear escenarios post 2013. Esta vez me enfoco en lo ocurrido en el primer partido que jugó Brasil en el estadio Sausalito, Viña del Mar, en 1962, cuando Brasil venció a México y el hábil Mané (Garrincha) fue capturado en una imagen sorteando la marca infructuosa de siete jugadores y que hizo un objeto de culto la fotografía que inmortalizó esa hazaña (y al Sausalito).

El Mundial de 1962, que para los chilenos es “el Mundial”, en el resto del mundo se conoce como “el Mundial de Garrincha”. El puntero carioca, además de goleador del torneo, fue la estrella de su equipo y hombre clave en la gran superioridad con que Brasil se coronó bicampeón (Brasil había ganado el Mundial de Suecia en 1958). Con Pelé lesionado en su primera aparición (contra México), el funcionamiento del ataque descansó totalmente en Mané y el espectáculo que este brindó fue tal, que colocó instantáneamente a su equipo como favorito indiscutido para alcanzar la Copa y dio origen a la leyenda del “mejor gambeteador de la historia”. Para los entendidos, esa performance los llevó a aceptar que Brasil era imparable y que era más realista resignarse a ello.

Garrincha y los 8 mexicanos

¿Qué hace de Piñera el Garrincha de la política chilena?

Sin duda, a ello contribuyó la foto que capturó el momento en que el hábil puntero gambeteaba solo entre siete desesperados defensas y mediocampistas aztecas que intentaban amagarlo. Los recientes sucesos de la política nacional, incluyendo la reintroducción y utilización de los sucesos de 1973 y 1988 permiten replantear lo concluido en la referida columna: “¿Puede haber alguna duda de que Piñera es el Garrincha de la política chilena? ¿Y que los resultados de las elecciones de este (municipales de 2012) y el próximo año (presidenciales y parlamentarias de noviembre próximo) dependerán de sus habilidades? ¿Y las del 2017?”.

Los hechos y los jugadores

Recuérdese que la primera gambeta del Presidente en la política nacional fue en 1989, cuando, cruzando las líneas del Sí y el No, asumió como generalísimo de la campaña de la incipiente candidatura de la coalición de derecha, donde los jugadores claves eran Hernán Büchi (candidato), Cristian Larroulet (articulador en el gobierno) y Andrés Allamand (articulador en RN). A poco andar el primero abandonaría la candidatura, para luego volver y ser derrotado por Aylwin. Sin embargo, en el intertanto Piñera dejaría la fallida campaña presidencial para asumir la candidatura senatorial por la principal circunscripción del país para su sector y derrotar en esa competencia a Hermógenes Pérez de Arce, quien en la ausencia de Büchi había planteado y abandonado su propia candidatura presidencial. Larroulet se erigiría como la persona clave en la articulación intelectual del sector en las dos décadas en oposición, coronando su carrera como el Boeninger de Piñera. Similarmente, Allamand, con “travesía por el desierto” incluida, alcanzó en el gabinete de Piñera su único cargo en el ejecutivo.

[cita] Agréguese a lo anterior, que si se llegara a reformar el binominal o significativamente alterar el paisaje institucional y consecuentemente los incentivos y conductas de las elites políticas, incluyendo un realineamiento de las coaliciones, todos los escenarios favorecen las posibilidades de Piñera o disminuyen las de sus competidores en la derecha. Más aún, si nadie pudo contrarrestar su implacablemente bien implementada estrategia para anular el legado del gobierno militar y potenciar sus activos electorales adquiridos en oposición a este, más el apelo adicional de estos cuatro años de crecimiento económico y centrismo político: ¿Es realista esperar que alguien tenga éxito en lo que tantos durante tanto tiempo no pudieron hacer, esto es, amagar al Garrincha de la política chilena? [/cita]

En 1993 su competencia por la precandidatura presidencial de RN sería con Evelyn Matthei (con el apoyo de Sergio Onofre Jarpa, otro marcador de Piñera), la que terminó con el triste espectáculo de la Kyoto y el caso espionaje, en el que estaban involucrados la propia Matthei, un oficial activo del ejército, dirigentes de RN y Ricardo Claro, el influyente empresario y conocido adversario del actual Presidente. En ese año el precandidato de la UDI sería Jovino Novoa, uno de sus más persistentes detractores en ese partido y quien tampoco lograría la candidatura del sector. Piñera reaparecería el 2001 a cargo de su partido, el que venía perdiendo competitividad electoral por un lustro y el que nunca más alcanzaría la posición de privilegio en el sector, la que obtuvo la UDI en las elecciones de 1997, 1999 y 2000, al alero de Joaquín Lavín y que ha mantenido desde entonces. En 2005 inicia su ascenso a la presidencia, primero capturando sorpresivamente la precandidatura de RN, para luego derrotar a Lavín en primera vuelta, en la única elección en que los partidos de derecha han competido con dos abanderados presidenciales encabezando las listas al parlamento.

Capitalizando su performance en 2005, en el 2009 el supremo dribleador de la política nacional, obtiene sin competencia la nominación de RN y luego el apoyo de la UDI, para luego derrotar en segunda vuelta al candidato de la Concertación, en la única elección en que la derecha alcanzaría la mayoría en medio siglo. Finalmente, este año 2013, la derecha vería aparecer y desaparecer de la carrera presidencial sólo a miembros del gabinete Piñera. Tres de ellos, Laurence Golborne, Andrés Allamand y Pablo Longueira, ya están fuera de competencia, manteniéndose aún en carrera Evelyn Matthei, cuya candidatura se sindica como la principal perjudicada por los recientes acontecimientos donde al Presidente se le asume un rol principal.

Lo que explica la economía política

La economía política tal como se estudia hoy, tiene su origen en lo que se conoce como la teoría económica de la democracia, planteada por Anthony Downs hace ya medio siglo y que ha sido sustantivamente perfeccionada por Melvin Hinich y sus asociados hasta el presente, donde la denominada teoría espacial del voto recibe cada vez más atención, considerándose hoy la metodología más promisoria y empírica en el estudio de la política en democracia. Se caracteriza por asumir que los actores públicos y los electores, al igual que los empresarios y consumidores en la microeconomía, son racionales, entendiéndose por tal, que sus conductas se explican por la búsqueda de sus propios objetivos individuales, sean estos materiales o ideológicos, análogamente a la búsqueda de utilidades en la producción o de satisfacción en el consumo.

Este enfoque es plenamente complementario y conmensurable con el Nuevo Institucionalismo Económico, escuela de pensamiento que, al igual que la economía política (y la teoría espacial del voto), se nutre de la teoría de los juegos y la microeconomía moderna, particularmente en lo que significa el abandono de los supuestos de información completa o perfecta y el racionalismo estricto, adoptando metodologías cada vez más empíricas en estos desarrollos y perfeccionamientos teóricos. Ellos además han permitido hacer de la economía y las ciencias políticas dos disciplinas mutuamente conmensurables y ganar en poder explicativo, predictivo y prescriptivo.

Habiendo enseñado economía y ciencias políticas por casi cuatro décadas, he podido observar la creciente facilidad con que en Chile los alumnos aceptan la racionalidad económica (en lo privado), mientras se les hace difícil aceptarla en política (en lo público). Lo anterior es algo sorprendente, toda vez que la racionalidad en la economía política es bastante más empírica (y menos abstracta), que la de la economía neoclásica. Finalmente, debo confesar que sospecho que lo anterior está relacionado con el efecto de la ideología en nuestra forma de percibir las intenciones de otros, puesto que los alumnos tienden a aceptar como realistas las conductas “racionales e individualistas” de aquellos lejanos de sus propias percepciones, preferencias e intereses, pero no de las que comparten sus propias posiciones.

La coyuntura chilena

Los análisis de economía política siempre deben comenzar con los incentivos que enfrentan los actores en competencia, particularmente los generados por los sistemas electorales. En los países con sistemas mayoritarios esto generalmente apunta a lo que se conoce como el teorema del votante mediano, sin perjuicio de que en algunos casos, como las primarias norteamericanas, se deben contemplar modelos más complejos. En el caso chileno, se han escrutinizado suficientemente los efectos del sistema mayoritario presidencial con segunda vuelta, combinado con el sistema binominal parlamentario. En conjunto, ambos sistemas institucionales producen incentivos que inciden en el uso reiterado de la ambigüedad respecto al sistema económico imperante por parte de la coalición dominante (la ex Concertación, hoy Nueva Mayoría), así como también en el grueso de los aspectos claves en las conductas de los principales actores políticos nacionales.

La mencionada fórmula electoral, esto es, ambigüedad en lo económico, mientras coexisten y cooperan política y electoralmente los grupos flagelantes y complacientes, la que fue inaugurada por Aylwin en 1989, permitió expandir y solidificar el modelo económico, cimentando la transición más exitosa del continente y quizás del mundo. Lo anterior, mientras se obtenía el apoyo de los que estaban por el abandono del sistema implementado en los ’80, en cuatro elecciones consecutivas; fórmula política que no está exenta de costos y riesgos, pero es de toda justicia reconocer su implementación como excepcional. Más aún, para aquellos que la creyeron agotada con el desafío de ME-O y derrota de Frei en 2009, deben reconocer la disciplinada e impecable eficacia con que Bachelet la está renovando actualmente. Todo esto mientras absorbe al Partido Comunista en la Nueva Mayoría, se deshace del desafío centrista (y mercadista) de Velasco y anula a ME-O y otros competidores desde la izquierda.

Es en este contexto que tanto la elección de Piñera como su presidencia y recientes eventos se pueden apreciar en toda su magnitud. No sólo sorteó la marca implacable de los mejores y más persistentes de su sector, que desde el regreso de la democracia recurrieron a todo tipo de recursos para impedir su ascenso, sino que también obtuvo el apoyo de los más realistas (y pragmáticos) para ganar el poder y su posterior administración. Recuérdese que la mayor parte de los líderes del sector, parapetados en el Congreso y el binominal, implementaban una estrategia donde se privilegiaba la mantención del sistema económico (y otras herencias del pasado pretransición), aun a costa de renunciar a la expansión en el centro que permite obtener el poder ejecutivo. Pero Piñera los superaría y también lograría cooptar a bastantes de ellos y sumarlos a una suficientemente efectiva administración, que lo coloca en la mejor posición para ir por la primacía del sector en las competencias políticas post 2013.

Estrategia, tácticas y gambetas

¿Qué hace de Piñera el Garrincha de la política chilena? Ese era el objeto de la columna referida al comienzo de esta y donde se explicaba que las claves eran su disciplina estratégica, repertorio táctico y especial habilidad en el dribble (o gambeta). Hoy se puede plantear que, con vistas al 2017, en RN sólo Allamand, con un triunfo electoral en Santiago Poniente (y, en ausencia de este, Ossandón, con un éxito similar en el Oriente), podrían eventualmente disputarle la posición de privilegio. Recuérdese que Carlos Larraín ya anunció su retiro y con ello se barajará de nuevo el naipe para otros jugadores como Chahuán y Prokurica. En la UDI, con Novoa en retirada, salvo una espectacular reversión de la performance de Matthei, la recuperación de Longueira, una improbable arremetida del relativamente novicio Golborne o la rearticulación del apelo electoral de Lavín, el único que podrá argumentar la captura del votante mediano, y por ende la viabilidad presidencial, será Piñera.

Agréguese a lo anterior que, si se llegara a reformar el binominal o significativamente alterar el paisaje institucional y consecuentemente los incentivos y conductas de las elites políticas, incluyendo un realineamiento de las coaliciones, todos los escenarios favorecen las posibilidades de Piñera o disminuyen las de sus competidores en la derecha. Más aún, si nadie pudo contrarrestar su implacablemente bien implementada estrategia para anular el legado del gobierno militar y potenciar sus activos electorales adquiridos en oposición a este, más el apelo adicional de estos cuatro años de crecimiento económico y centrismo político: ¿es realista esperar que alguien tenga éxito en lo que tantos durante tanto tiempo no pudieron hacer, esto es, amagar al Garrincha de la política chilena?

Finalmente, cumplo con mis deberes docentes y recurro a la famosa foto para hacer notar que en la imagen no sólo hay siete mexicanos intentando amagar al mejor gambeteador de todos los tiempos, también hay un jugador en el suelo, y planteo algunas preguntas relevantes sólo para los muy estudiosos y los fans de las analogías del balompié: ¿quiénes serían los siete mexicanos?, ¿quién es el caído?, ¿es realista esperar su recuperación? Para esto y mucho más, recomiendo el estudio de la economía política, el goce con las hazañas de los hábiles, sean estos virtuosos del deporte o de la política, y la resignación ante lo inevitable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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