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De la derecha y la nostalgia por el orden dictatorial

Arturo Ruiz
Por : Arturo Ruiz Arturo Ruiz Ortega es licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile y MFA en Escritura Creativa de American University. Destacan en sus publicaciones literarias la rutina Allende Ghost de “palta” Meléndez 2007 y la novela Los Pájaros Negros de 2010.
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Hace muchísimos años, no tantos, pero parecieran una eternidad, recibí una educación en dictadura que decía que Pinochet había salvado la patria, que los comunistas –un amplio grupo que no solo incluía a los militantes de ese partido–, que eran unos vende patria y que el orden restaurado y garantizado por la dictadura, a la que en ese entonces llamábamos “gobierno militar” o “régimen autoritario”, debía prevalecer en una futura democracia.

Convencido de los errores de mi hogar, entré a militar a RN y fui dirigente secundario en el Valdivia. Mi padre consideraba a RN un partido desleal y prefería a la UDI, pero yo no tenía el temple obediente que requería esa colectividad. Después de que ganó la opción NO, Renovación Nacional comenzó su plan para tomar los espacios de poder que ofrecía el nuevo sistema y entonces caí en cuenta del principal vicio de la derecha, que consiste en ser la expresión de una clase que se considera con derecho a gobernar Chile simplemente porque sí.

En el caso sureño, el candidato a diputado por Valdivia fue un latifundista que claramente no tenía la preparación para el cargo: rara vez hablaba y no era más que un voto disciplinado que se plegaba a las órdenes de partido cuando debía votar. El resto de los candidatos también eran caudillos locales.

En Santiago, mis méritos de provincia simplemente no existían y la juventud del partido estaba comandada por apellidos como Eguiguren y Ladrón de Guevara, quienes fueron elegidos a dedocracia y no recuerdo que haya habido elecciones de la juventud más tarde. Todos eran amigos, bebían cerveza juntos y esperaban que el resto de nosotros les sirviéramos de comparsa. No había mayores actividades de capacitación, ni estudios de cuadros ni nada por el estilo para los demás, de quienes se esperaba, como máximo, que tuviéramos alguna figuración en juntas de vecinos.

Cuando a esto comenzaron a sumarse los hallazgos de osamentas en todo el país, me di cuenta de que no podía seguir participando en un partido que defendía una dictadura que de pronto resultaba ser cruenta y que se desentendía de ella después de los hallazgos, pero que, curiosamente, siempre había estado con un pie afuera del pinochetismo, como esperando el momento en que la olla se destapara.

Me sentí absolutamente engañado y para antes del 1995 ya no participaba de RN ni de ningún tipo de movimiento político, aunque hice efectiva mi renuncia formal recién el 2012, cuando volví de los Estados Unidos.

El conglomerado que hoy se hace llamar Alianza por Chile, siempre ha sido la expresión del mismo grupo sanguíneo de Chile y los nuevos rostros del partido tienen los mismos antiguos apellidos. Su crisis se debe a que no ofrece ninguna vía de participación para el ciudadano común, a no ser, claro, de comparsa, de ayudante y de sirviente, con lo cual son, más que un canal de participación para la gente, un freno para dicha participación, a la que opone la ilusión de una representación que no representa más que a los grandes intereses a los siempre ha representado.

Es por esto que creo que su desintegración es una de las mejores cosas que le puede ocurrir a Chile. Si no han sido capaces de tomar como propias nuevas banderas de lucha, como los sugirió alguno de sus personeros cuyo nombre espero que se olvide, es porque esas banderas de igualdad social, de género o de posibilidades de acceder a la educación superior no les corresponden, porque no quieren una sociedad diferente, sino una sociedad basada en un orden pétreo en la que sus sirvientes, todos nosotros, no se rebelen. En otras palabras, no representan más que la nostalgia por el orden dictatorial.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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