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Violencia, exterminio e indiferencia

Andrea Valdivieso
Por : Andrea Valdivieso Fundación Voces Católicas @vocescatolicasc
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Ha dado la vuelta al mundo, en las redes sociales, la letra arábiga “nuun”, que alude a “nassaras” o “nazarenos”, con la que yihadistas marcaron las viviendas de las familias cristianas. Muchos la utilizan en sus perfiles de Twitter y Facebook como una forma de identificación y apoyo hacia estos mártires de nuestra era. Cómo no rememorar, a propósito de este símbolo, sinónimo hoy de despojo y muerte, la amarilla estrella de David, que marcó a tantos judíos condenándolos a un destino de inimaginable crueldad.


El infierno se ha desatado para quienes tienen el infortunio de vivir en Siria e Irak y no son de la etnia ni la religión correcta. El avance de ISIS y la instauración por la fuerza del Estado Islámico, está borrando del mapa a las más ancestrales comunidades cristianas del mundo y su valioso legado cultural. Quienes son estudiosos de las Sagradas Escrituras y sus fuentes tempranas, se encuentran consternados por la destrucción de documentos históricos únicos, irrecuperables, patrimonio de la humanidad más que de una denominación religiosa.

Pero peor aún es la pérdida de vidas humanas, y el drama humanitario de decenas de miles de desplazados que lo han perdido todo. Religiosos(as) y civiles han sido despojados de sus residencias, monasterios y lugares de culto, a la vez que son asesinados. Cristianos y otras minorías como yazidís, turcomanos, armenios, shabaks y otros, son obligados a convertirse al islam y pagar un altísimo impuesto, prohibitivo para la mayoría, si no quieren ser asesinados. A muchos los asesinan de todos modos, sin darles chance. Se calcula que más de 1.500 mujeres (algunas niñas) fueron capturadas y son hoy esclavas sexuales de las milicias islámicas. No existen códigos mínimos de humanidad. Hombres, mujeres y niños, han sido vejados y asesinados de crueles maneras (crucificados, enterrados vivos, decapitados, etc.). El terror de quienes alcanzan a escapar con lo puesto hace que prefieran morir de sed y hambre en las montañas que ser capturados.

[cita]Ha dado la vuelta al mundo, en las redes sociales, la letra arábiga “nuun”, que alude a “nassaras” o “nazarenos”, con la que yihadistas marcaron las viviendas de las familias cristianas. Muchos la utilizan en sus perfiles de Twitter y Facebook como una forma de identificación y apoyo hacia estos mártires de nuestra era. Cómo no rememorar, a propósito de este símbolo, sinónimo hoy de despojo y muerte, la amarilla estrella de David, que marcó a tantos judíos condenándolos a un destino de inimaginable crueldad.[/cita]

Ha dado la vuelta al mundo, en las redes sociales, la letra arábiga “nuun”, que alude a “nassaras” o “nazarenos”, con la que yihadistas marcaron las viviendas de las familias cristianas. Muchos la utilizan en sus perfiles de Twitter y Facebook como una forma de identificación y apoyo hacia estos mártires de nuestra era. Cómo no rememorar, a propósito de este símbolo, sinónimo hoy de despojo y muerte, la amarilla estrella de David, que marcó a tantos judíos condenándolos a un destino de inimaginable crueldad. Ellos también fueron despojados de sus casas, de sus bienes, hacinados en guetos, antes de iniciar su exterminación fríamente planificada. Exterminación frente a la cual el mundo permaneció impasible por demasiado tiempo. En aquellos años, las noticias demoraban más en circular. No existía la instantaneidad de hoy. Pero sí se supo lo que ocurría y aun así la indiferencia fue la respuesta. La acción se produjo demasiado tarde para millones.

Hoy somos testigos de estas masacres como quien ve en vivo y en directo una película de terror. Dar vuelta la cabeza hacia otra visita más gratificante, seguir con nuestras vidas y negocios como siempre, dar gracias, incluso, de no hacer nacido en esas convulsionadas zonas. Hoy, como ayer, la inexplicable pasividad y resoluciones internacionales que se mueven con tiempos glaciales. ¿Llegaremos esta vez también demasiado tarde? Hace pocos días el papa Francisco suplicaba al secretario general de la ONU: “Las trágicas experiencias del siglo XXI y la más elemental comprensión de la dignidad humana, obliga a la comunidad internacional… a hacer todo lo posible para detener y prevenir otras violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas.”

Estados Unidos ha dado una señal de ayuda. Ha intervenido a favor de quienes huyen del infierno. Alguien debía hacerlo, es necesario agradecer su acción. Sin embargo, la situación afecta directamente a sus intereses económicos y la comunidad de compatriotas que vive en Irak. Además, se les critica por el rol que tuvieron en el surgimiento y auge de estos movimientos extremistas islámicos, debido a la acción militar de Norteamérica en Irak y Afganistán.

A casi 70 años de los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, aquel “nunca más” fue olvidado. No sólo ahora, no sólo por los cristianos y minorías perseguidas en Irak (los cristianos son perseguidos en 60 países del mundo, siendo el peor Corea del Norte, www.opendoorsusa.org). Recordemos el genocidio en Ruanda, en la ex Yugoslavia, en Camboya, Sudán, lo que sucede ahora en Nigeria con Boko Haram y la lista podría seguir en varias páginas. Nuestro “nunca más”, no ha sido ni es lo suficientemente fuerte, resuelto y organizado.

Cuando se desata algún genocidio, en cualquier latitud del planeta, a cualquier grupo o minoría por razones étnicas, religiosas, políticas, o cualquier otra, nuestro deber de humanidad es detenerlo. Sin demoras burocráticas, sin sacar cálculos geopolíticos. Sin escatimar recursos ni esfuerzos. No se trata de asuntos que no nos conciernen y que ocurren a miles de kilómetros. Es algo de nuestra íntima incumbencia. Ellos podrían ser nosotros. Nosotros seremos ellos algún día en un futuro lejano o no tanto, si no actuamos hoy con energía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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