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La Iglesia y aires de cambios

¿Debe la Iglesia excluir a personas que han fracasado en sus matrimonios? ¿Es justo seleccionar a quiénes sí y a quiénes no sólo por el hecho de contar con un certificado religioso? ¿Debe ser la Iglesia un lugar reservado sólo para nosotros, “los perfectos”, los casados para siempre? ¿Debe la Iglesia insistir en prohibir la comunión a separados vueltos a casar? Pienso que no.


Luis es mi amigo. Y Luis se casó hace años atrás con su mujer, esperando vivir juntos para toda la vida. Y se casó por la Iglesia, porque Luis es católico. Pero al cabo de un año, como dice la canción, todo se derrumbó y Luis se separó. Después de la caída y pasado un buen tiempo, mi amigo volvió a levantarse, se volvió a enamorar y en una ceremonia simbólica se emparejó… civilmente, claro. Y de eso ya han pasado sus años.

La cosa es que a Luis y a su mujer los invitaron a participar de una comunidad de matrimonios en un movimiento de Iglesia. Y ellos, católicos y entusiastas, aceptaron. Pero antes les pidieron sus datos personales, donde destacaba la pregunta de si estaban casados por la Iglesia. Ante la interrogante, contestaron honestamente que no, porque no podían, porque mi amigo Luis cargaba con una separación a cuestas.

Y la respuesta llegó de inmediato. No fueron seleccionados. No siguieron en competencia. No clasificaron. No dieron el ancho.

Poco importó que Luis fuera una buena persona, y su señora, una gran mujer. Tampoco importó que ambos decidieran adoptar a una niña de tres años y medio, un testimonio de valentía y entrega que pocos matrimonios podrían contar. Menos importó la vocación social de la pareja, su espíritu de servicio y la familia que juntos habían construido. Nada de eso interesó. No estaba en el formulario. Sólo era menester saber si la boda de Luis y su mujer había sido “bendecida por Dios”. Y como no, no fueron incluidos.

[cita] ¿Debe la Iglesia excluir a personas que han fracasado en sus matrimonios? ¿Es justo seleccionar a quiénes sí y a quiénes no sólo por el hecho de contar con un certificado religioso? ¿Debe ser la Iglesia un lugar reservado sólo para nosotros, “los perfectos”, los casados para siempre? ¿Debe la Iglesia insistir en prohibir la comunión a separados vueltos a casar? Pienso que no. [/cita]

Y acá es donde como católico me animo a levantar la voz. ¿Qué garantías nos otorga una pareja sólo por el hecho de haberse casado por la Iglesia? ¿Cuántas personas, amigos, conocidos, familiares, ¡nosotros mismos!, se han casado por la Iglesia sólo por cumplir con una legendaria tradición? ¿En cuántos de nosotros pesó de verdad esa decisión más allá del rito social, la fiesta y la lista de invitados? ¿Es una pareja casada por la Iglesia, más cristiana, más católica o mejor que otras que no lo son? Por supuesto que no.

Pero aun para quienes creen lo contrario, ¿debe la Iglesia excluir a personas que han fracasado en sus matrimonios? ¿Es justo seleccionar a quiénes sí y a quiénes no sólo por el hecho de contar con un certificado religioso? ¿Debe ser la Iglesia un lugar reservado sólo para nosotros, “los perfectos”, los casados para siempre? ¿Debe la Iglesia insistir en prohibir la comunión a separados vueltos a casar? Pienso que no.

Estar casado por la iglesia, asistir a misa los domingos, ayunar un viernes santo o rezar el rosario, ¡no nos hace mejores a nadie! Allá afuera, lejos de las fronteras de nuestra Iglesia, en hogares sin crucifijos, sin biblias y sin altares, ¡hay millones de hombres y mujeres mucho mejores que nosotros! ¡Hay ejemplos de vida que ya se quisiera un católico de verdad! ¡Hay fracasos e historias “manchadas” de las que tendríamos tanto que aprender! Imagino que Jesús no regaló su vida sólo para ser rifada entre unos pocos.

Para que usted sepa, por estos días se celebra en Roma el Sínodo Extraordinario sobre la Familia. Allí 191 Obispos de los cinco continentes debaten por dos semanas, hasta el 19 de octubre, sobre los grandes temas que atraviesan a las familias del mundo entero: el matrimonio, parejas de hecho, el divorcio, métodos de anticoncepción, uniones del mismo sexo, entre otros asuntos.

Algunos están por defender la doctrina y no generar cambios y otros consideran necesario revisarla a la luz de los tiempos, abriéndose por ejemplo, a la posibilidad de que separados vueltos a casar puedan comulgar.

Como laico y católico sé que este es un asunto espinudo para la Iglesia, porque hay una teología profunda que sustenta su doctrina. Sin embargo, una mirada más humana, nos invita a hacernos cargo de miles de historias, dolores y testimonios que merecen ser escuchados y revisados en un diálogo abierto y sincero. Sin miedos, sin prejuicios, sin condenas.

Están soplando vientos en Roma. Ojalá sean de cambios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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