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Educación: comprar desigualdad

Adolfo Estrella
Por : Adolfo Estrella Sociólogo y Consultor / aestrella@quiber.com / http://identidadyculturaorganizacional.blogspot.com.es/
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Las diferencias son hijas de la naturaleza, las desigualdades son hijas del poder. Hay producción social de desigualdades para ubicar a objetos y sujetos dentro de unas coordenadas de dominio.


Axioma: toda sociedad distribuye entre sus miembros poder, bienestar, seguridades, alimentos, casas, dinero, oportunidades, colegios, universidades, tarjetas de crédito, sistemas de salud, etc., a partir de la intersección entre sistemas de diferencias y sistemas de desigualdades. La lógica de la diferencia y la lógica de la desigualdad son distintas pero se confunden o, más bien, son interesadamente confundidas. La lógica de la diferencia es democrática; la lógica de la desigualdad es autoritaria: la primera apunta al bien común, la segunda al bien de unos pocos.

En las sociedades desiguales (que han sido y son la mayoría) todo objeto y todo sujeto son situados, simultáneamente, en un eje “horizontal” de diferencias y en un eje “vertical” de desigualdades. No sólo se afirma que a es distinto de b sino que a es superior o inferior a b, es decir, se atribuye valor discriminatorio a las diferencias: se las jerarquiza. Las diferencias son hijas de la naturaleza, las desigualdades son hijas del poder. Hay producción social de desigualdades para ubicar a objetos y sujetos dentro de unas coordenadas de dominio.

El eje horizontal es el eje de la riqueza social, anterior a su captura por el eje vertical. Aquí bullen las heterogeneidades, las proliferaciones, las diseminaciones aleatorias: el barullo del mundo en su estado puro. En el eje vertical las diferencias se jerarquizan, se ordenan, se mercantilizan, se traducen en privilegios y éstos, por ejemplo, en “ventajas competitivas”. Desde el eje horizontal emerge permanentemente lo nuevo, mediante la generación continua de distinciones. El eje horizontal, a través de sus abundancias y redundancias, expresa la sociodiversidad que es, mutatis mutandis, el correlato cultural y social de la biodiversidad.

El capitalismo, en sus múltiples versiones, es un gigantesco dispositivo, o más bien un sistema de dispositivos, de producción de diferencias jerarquizadas, es decir, de desigualdades. Pero, dentro de él, no todas las sociedades concretas las distribuyen de la misma manera. Algunas, la mayoría, mantienen más las distancias en el eje vertical (por ejemplo, Chile) y otras, la minoría, se esfuerzan por proteger las diferencias en el eje horizontal (por ejemplo, Noruega).

La acción política progresista consiste, debería consistir, en defender y extender el sistema de las diferencias y oponerse y reducir el sistema de las desigualdades. Debería esforzarse para la no transformación de las diferencias en jerarquías, pues la acción política liberal-conservadora hace exactamente lo contrario. En rigor, lo que traza la distinción radical entre progresismo/liberalismo-conservadurismo es la posición frente a las diferencias y desigualdades.

Defender las diferencias (las riquezas del mundo) y oponerse a las desigualdades (las miserias del mundo), es decir, ser “diferentes pero iguales” (Alain Touraine) es una máxima progresista: máxima que expresa tolerancia frente a lo distinto e intolerancia frente a lo desigual.

La permanencia en el eje de las diferencias es siempre precaria. El eje vertical, eje de los poderes, presiona siempre para convertir las diferencias en jerarquías: no sabe hacer otra cosa; es su obsesión. Las diferencias, si no son defendidas con tesón y pasión en su horizontalidad democrática, son rápidamente recodificadas como desigualdades. Por eso, los contrapoderes, presionan para que las diferencias sigan siendo sólo eso, diferencias no jerarquizables, es decir, pura sociodiversidad.

La proporción de verticalidad y horizontalidad señala, para cada sociedad, su riqueza cultural y su anchura democrática. El exceso de diversidad lleva al caos y el exceso de jerarquía lleva al autoritarismo.

La etimología, siempre sabia ella, nos dice que diferencia se relaciona con el verbo diferir que, a su vez, proviene del latín differre (llevar lejos en distintas direcciones, dispersar, ser diferente, retrasar). Ser diferente es alejarse, distanciarse de otro, retrasar momentáneamente el vínculo para, después, encontrarse en lo común. La diferencia es una “distancia” pero en el eje horizontal, que es un eje de simetría, mientras que la distancia en el eje vertical, eje de la asimetría, se llama desigualdad. Para equilibrar las energías centrífugas del exceso de diversidad y las energías centrípetas del exceso de jerarquía es necesario y posible construir lo común.

El eje vertical puede tener alturas cambiantes. Lo mismo sucede con la extensión del eje horizontal. Esas son las coordenadas de la vida social. Tanto las diferencias como las jerarquías son relativas e históricas, efectos de tensiones entre hegemonías y contrahegemonías.

[cita] Las diferencias son hijas de la naturaleza, las desigualdades son hijas del poder. Hay producción social de desigualdades para ubicar a objetos y sujetos dentro de unas coordenadas de dominio. [/cita]

La movilidad social se refiere al desplazamiento en el espacio de prácticas que delimitan ambos ejes. Cada biografía individual y colectiva combina recorridos verticales y horizontales en proporciones variables de acuerdo al sistema de posiciones existente en cada espacio y momento social.

Hay distancias sociales por diferencia y distancias sociales por desigualdad. Las primeras son distancias dialógicas, las segundas son distancias monológicas. Los diferentes pueden estar juntos con mucha mayor probabilidad de encuentro y de acuerdo que los desiguales, porque tienen, desde sus identidades diferenciales, el horizonte de lo común.

Las distancias por diferencia son distancias complementarias que anuncian la posibilidad de dicho horizonte. Lo que me falta a mí lo tienes tú (y viceversa) y lo podemos compartir. Las distancias por desigualdad son distancias competitivas: lo que tienes tú lo deseo yo (y viceversa) y lo disputamos. Las distancias por desigualdad implican relaciones o juegos de suma cero. Los conflictos entre diferentes son efecto de la voluntad de convertir las distancias por diferencia en distancias por desigualdad. Las llamadas “guerras étnicas”, por ejemplo, así lo evidencian. Las desigualdades son el instrumento del poder para derrotar lo común de lo diverso.

Diferencia y desigualdad ordenan los llamados “estratos sociales”. Las posiciones alcanzadas en los espacios de desigualdad social que acotan ambos ejes se expresan mediante la apropiación de objetos físicos y simbólicos. “Dime qué objetos consumes y te diré quién eres”, es el aforismo estrella de las taxonomías sociales. En los objetos se proyectan las identidades personales y se expresan las identificaciones y pertenencias grupales. Pero la correlación entre el sistema de los objetos y el sistema de los sujetos es, en el acelerado, digitalizado y “recombinante” capitalismo de nuestros días (Franco Berardi), cada vez más imperfecta. Para un mismo punto en el eje vertical de coordenadas pueden corresponder varios puntos en el eje horizontal. Es decir, hay muchas formas de ser pobre o de ser rico o estar en medio.

La aplicación del coeficiente de Gini en las últimas décadas, tanto en países “en vías de desarrollo” como “desarrollados” muestra el veloz crecimiento de las desigualdades de ingresos y de las precariedades asociadas a ellos. Los conceptos inclusión/exclusión social comienzan a debilitarse, dado que describen con deficiencia lo que sucede con la estratificación real. Aumenta el porcentaje de los incluidos, es cierto; de hecho, la inmensa mayoría estamos “incluidos” y su número irá en aumento. Pero los incluidos somos precarios y vulnerables. Vulnerable viene de vulnus, herida. Los vulnerables somos aquellos que tenemos la posibilidad de ser heridos. Cada vez somos más los incluidos y, simultáneamente, y por eso mismo, más los heridos por las desigualdades.

Estar incluido no dice nada de la forma en que se lo está. La inclusión ha sido, en gran medida, una inclusión en el espacio del consumo. Estar incluido es tener tarjetas de crédito. Se crean “mercados de pobres”. En Chile, está a punto de ser promulgada una nueva ley que quiere garantizar las condiciones contractuales de las trabajadoras de casa particulares mejorando las condiciones de la jornada laboral, el descanso y las remuneraciones. Un artículo en el periódico, basado en el estudio de una consultora, celebra la iniciativa porque así ellas podrán “aumentar su potencial de consumo tras el cambio normativo”.

El espacio inclusivo es un espacio débil, perecedero; no es posible respirar con alivio por lo alcanzado. Las posiciones logradas son siempre efímeras. Un mal paso en la trayectoria vital o laboral, una enfermedad devastadora que nos encuentra poco sólidos, sin redes y podemos encontrarnos en el punto de partida o aún más atrás. Desigualdades de ingresos, pero también desigualdades de seguridades. La escala de las desigualdades es una escala de inseguridades. Los que están más abajo tienen una vida más insegura que los que están más arriba. Mientras más arriba las probabilidades de comprar seguridad aumentan.

Las desigualdades son “efectos de estructura”, es decir, anteceden a la voluntad de los sujetos para producirlas. Sociedades desiguales crean sujetos desiguales y crean ideologías de la desigualdad, generalmente camufladas como ideologías de la libertad de elección. Pero los desiguales pierden capacidad de elección: sus elecciones están condicionadas por su posición en el eje de las jerarquías: mientras más abajo menos probabilidades tienen de elegir con libertad. En el fondo es una lógica censitaria tautológica: todos pueden elegir pero sólo mientras formen parte del subconjunto de los que pueden elegir. La elección de los diferentes es posible; la de los desiguales es imposible. Para elegir con, relativa, libertad hay que ser diferentes pero iguales.

Es importante distinguir entre igualdad e igualitarismo. La igualdad es, principalmente, igualdad de derechos, incluyendo el más amplio de todos: el derecho a la diferencia y el derecho a la igualdad. Igualitarismo, por el contrario, es una ideología de lo homogéneo, impositiva y autoritaria; es la caricatura de la igualdad, la imagen especular del liberalismo.

Diferencia, desigualdad y sistema educativo

El mercado es el principal mecanismo de creación de desigualdades y el neoliberalismo ha sido, durante las últimas décadas, el soporte económico e ideológico de la producción de desigualdades mediante la mercantilización, hasta el paroxismo, de todas las relaciones sociales. El neoliberalismo es la hipertrofia de la racionalidad económica. El mercado, por definición, jerarquiza las diferencias: su mecanismo de funcionamiento consiste en la valorización permanente de mercancías (incluyendo, por supuesto, la mercancía “trabajo”) y atribuir valor es jerarquizar. Jerarquizar objetos y, a través de esto, jerarquizar sujetos y viceversa. En cualquier ámbito en que opere el mercado crea desigualdades, sea en el de los automóviles, las galletas, los viajes espaciales, la salud o la educación.

Un sistema educativo regulado por el mercado engendra necesariamente valorizaciones jerarquizadas de saberes, instituciones, sujetos y objetos. La estratificación social se proyecta sobre el sistema educativo. Mientras más desigual es una sociedad más desigual es su sistema educativo. El sistema educativo, en sociedades desiguales, produce sujetos desiguales para ocupar posiciones desiguales. El fin de una educación mercantilizada es producir y distribuir saberes desiguales entre desiguales.

Lucro, copago y selección son mecanismos mediante los cuales un sistema social desigual se actualiza en uno de sus subsistemas. Ni el lucro, ni el copago ni la selección son formas o instrumentos exclusivos del sistema educativo: son expresiones contingentes, técnicas concretas en un campo específico derivadas de una lógica de “desigualación” general.

Extraer la educación del mercado es devolverle, como derecho universal, su función, noble, de ayudar a producir diferencias no jerarquizadas. Educar consiste, debería consistir, en facilitar aprendizajes horizontales entre diferentes pero iguales para generar y recoger sociodiversidad no para producir desigualdades. Cuando algunos dueños de colegios subvencionados reclaman el “derecho de las familias a elegir” están demandando un derecho perverso: el derecho a comprar desigualdad. Pero no puede existir un derecho universal que esté basado en la desigualdad y menos aún si su acceso es mediante el dinero. El derecho a la desigualdad es un absurdo ético, lógico y jurídico. Los “sostenedores” mezclan, interesadamente, el derecho a la diferencia con el derecho a la desigualdad, ocultando que éste es un derecho a adquirir privilegios, aunque sean mínimos “derechos de clase media emergente”.

Las derechas políticas y sociales pretenden naturalizar las desigualdades bajo el pretexto de la libertad de elección; con el argumento de oponerse al estatismo igualitarista se oponen a la reducción de desigualdades evidentes. Desgraciadamente, este discurso conecta con los temores e inseguridades de los “emergentes” en su dura trayectoria por encontrar su lugar en el tablero de las posiciones sociales y, sobre todo, en su desesperada batalla para diferenciarse de “los pobres”. Los emergentes a través del copago, compran seguridad al comprar desigualdad. Por este motivo es necesario enfrentarse pero con inteligencia y sensibilidad, tomando en cuenta la situación tensionada y contradictoria de estos segmentos y su necesidad de reconocimiento identitario, a esta la demanda de derechos jerarquizados y a esta compra de desigualdad. Es necesario revalorizar la diferencia y oponerse a la desigualdad en la educación y en todos los ámbitos de la vida social. Es necesario oponer igualdad a la desigualdad. “La igualdad no se opone fatalmente ni a la libertad ni a la identidad ni a la diversidad. A lo que igualdad se opone es a la desigualdad” (Agustín Squella).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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