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Chile: más allá de la Casen 2013 Opinión

Chile: más allá de la Casen 2013

Benito Baranda
Por : Benito Baranda Convencional Constituyente, Distrito 12
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Si nos salimos de los promedios y observamos lo que sucede a las personas más excluidas, comprobamos que no reciben la educación que requieren para su desarrollo, su condición de salud es muy desigual, las viviendas y los barrios no los han ayudado a una existencia más digna, y los salarios siguen siendo altamente injustos.


Hemos recibido con un optimismo mesurado las nuevas cifras de pobreza para Chile que nos aporta la Casen 2013, seguimos disminuyendo la cantidad de personas y hogares que viven bajo la línea de la pobreza económica y eso es una buena noticia.

Llevamos como país más de dos décadas de descenso en este doloroso indicador que nos enrostra cada dos años los millones de chilenos y miles de familias que sobreviven en condiciones injustas, muchas veces miserables y denigrantes, lo que resulta no sólo doloroso sino altamente vergonzoso, dado el actual Producto Interno Bruto (PIB) y la riqueza de Chile.

Además, luego de más de una década en que las organizaciones de la sociedad civil solicitamos el ajuste de la línea de pobreza, hoy se ha realizado y comenzaremos con un umbral en las próximas mediciones que es más realista. Esto también es positivo, ya que nos permite acercarnos a lo que verdaderamente experimentan las personas y familias más excluidas, obteniendo con ello los insumos principales de  los programas y políticas sociales.

La nueva línea –dado el prolongado tiempo en que se había postergado– ha implicado un ajuste de un 100% en el umbral de la pobreza para hogares unipersonales (pasando de $66.000 a $ 136.000 aprox.) y de más de un 100% en el caso de la pobreza extrema (de $ 39.000 a $ 91.000). Los resultados nos revelan que la pobreza por ingresos afecta hoy en Chile al 14.4% de la población, lo que implica una disminución de más de 7% en relación al 2011; de estas personas, un 4.5% viviría en pobreza extrema (disminuyó a la mitad en relación al 2011).

[cita]Lo anterior se ve reforzado con otro excelente paso que por fin hemos dado: comenzaremos a medir la pobreza de manera multidimensional, es decir, observaremos lo que le sucede a quien vive en pobreza y pobreza extrema, no sólo desde los ingresos económicos que tiene, sino también desde su educación, salud, vivienda, trabajo y seguridad social, reconociendo con ello los diversos ámbitos de la existencia humana en los cuales se juega de manera dramática muchas veces la exclusión social y pobreza. [/cita]

Lo anterior se ve reforzado con otro excelente paso que por fin hemos dado: comenzaremos a medir la pobreza de manera multidimensional, es decir, observaremos lo que le sucede a quien vive en pobreza y pobreza extrema, no sólo desde los ingresos económicos que tiene, sino también desde su educación, salud, vivienda, trabajo y seguridad social, reconociendo con ello los diversos ámbitos de la existencia humana en los cuales se juega de manera dramática muchas veces la exclusión social y pobreza.

Al identificar estas dimensiones y analizarlas a partir de la Casen 2013, comprobamos que un 20.4% de los chilenos se ve impactado por la pobreza muldimensional, un 4% menos que hace dos años (en el 2011 era un 24.3%). Vamos bien encaminados, sin embargo, uno de cada cinco ciudadanos de este país aún hoy está afectado por esta pobreza que se debe principalmente a la privación de oportunidades en dimensiones claves para el desarrollo. Si nos salimos de los promedios y observamos lo que sucede a las personas más excluidas, comprobamos que no reciben la educación que requieren para su desarrollo, su condición de salud es muy desigual, las viviendas y los barrios no los han ayudado a una existencia más digna, y los salarios siguen siendo altamente injustos.

Quedó pendiente incluir una quinta dimensión en la nueva medida de pobreza multidimensional, que es realmente importante en la vida de cada ser humano, aquella que se refiere a “entorno y redes”. En efecto, no es lo mismo vivir en un barrio integrado que segregado, con equipamiento que sin él, seguro que inseguro, etc. En el caso de las personas y familias más excluidas y pobres, esta es una dimensión fundamental para el libre desarrollo de sus capacidades, para la inclusión en la sociedad y para la movilidad social. De lo contrario, se ven brutalmente violentados en barrios de exclusión en las periferias de nuestras ciudades, asistiendo a escuelas con una educación segmentada de baja calidad, con graves dificultades en la atención y resolución de temas de su salud, y con una gran fragilidad en los lazos sociales producto de la tensión que se vive en estos guetos.

Por último, el gran tema no resuelto en este período sigue siendo la alta desigualdad. En particular en el ingreso autónomo, la desigualdad sigue estando instalada en la construcción de nuestros vínculos sociales, arraigada culturalmente y con hábitos que afectan la estructura salarial, los espacios geográficos que se habitan, los lugares donde nos educamos y, por supuesto, los patrones de consumo. En este sentido las importantes reformas aprobadas (tributaria y la educacional) y las por discutir (laboral) darán un nuevo horizonte de mayor desarrollo y libertad a los ciudadanos, en particular a los más postergados; con una mirada a largo plazo el paso más significativo en educación (gracias a los recursos de la reforma tributaria) será la universalización de la educación inicial, lo que impactará positivamente en el despliegue de capacidades de todos los/as niños/as de Chile, atacando una de las fuentes más perversas que han sostenido la desigualdad.

Para avanzar con certeza en esta búsqueda de un país mejor, más libre, justo y seguro, queda, eso sí, un molesto ámbito pendiente: la construcción de nuestras ciudades. No es socialmente sostenible la acentuada segregación que experimentamos, esa incapacidad crónica del Estado por ejercer su rol de justicia y de los ciudadanos por efectivamente incluirnos socialmente. Tenemos que darnos cuenta que, por un lado, la política de los subsidios en manos del mercado ha fracasado entre los más pobres, porque ha terminado por destruir el ya frágil tejido social, deteriorando dolorosamente la vida de miles de familias; y que, por otro lado, nos ha generado nuevos obstáculos socioculturales que acentuaron el abismo social (¡ya nadie quiere vivir al lado de los más pobres!).

El país no se levanta con acciones aisladas ni con comunidades divididas, si queremos un país la única vía factible para edificarlo es promoviendo la justicia social allí donde se vulneran los derechos de las personas. Esto hay que hacerlo desde la participación y la cohesión social, ampliando las libertades sin exacerbar individualismos y aportando creciente confianza a nuestras comunidades en ambientes de desarrollo y seguridad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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