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En defensa de la ciudadanía: las ONG y el control del Poder

Ezio Costa Cordella
Por : Ezio Costa Cordella Abogado, Msc. en Regulación. Investigador del RegCom de la U. de Chile y Director Ejecutivo de FIMA
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Los episodios de las últimas semanas nos muestran lo fundamental que resulta el rol de las ONG. La corrosión de las instituciones es a veces demasiado grande como para permitir que el juego de contrapesos políticos partidistas sea suficiente para defender a la ciudadanía y, por lo mismo, es un buen momento para recordar la importancia de estas organizaciones y su rol para proteger la democracia.  


La definición sobre los roles de las Organizaciones No Gubernamentales, Corporaciones, Asociaciones o Fundaciones (ONG todas) es tan variado como de estas organizaciones encontremos. Cada cual en su tema, con su misión, visión y objetivos (tomando el discurso organizativo predominante) busca representar un interés público –normalmente difuso– y cumplir un rol en satisfacer ese interés. Así, existen ONG que se dedican al cuidado de las personas sin hogar o de los inmigrantes, las que tienen por objetivo la construcción de parques y espacios públicos, las que intentan proteger el medio ambiente y a los consumidores y las que abogan por políticas públicas de inclusión de minorías, por nombrar algunos ejemplos.

Una clasificación posible de estas organizaciones es entre aquellas que tienen vocación de asistencia y las que tienen vocación de control del poder. Las que tienen vocación de asistencia son las que prestan directamente un servicio a personas necesitadas, generalmente supliendo o complementando la labor del Estado en este sentido y satisfaciendo derechos sociales como la salud, la educación e incluso la protección de la vida. Las que tienen vocación de control de poder en general velan, por una parte, por que el Estado genere políticas públicas para satisfacer esos derechos sociales y, por otra, fiscaliza la manera en que lo hace, poniendo presión donde pueda; tienden hacia la satisfacción de intereses públicos de una manera más indirecta. Las hay, por supuesto, muchas que cumplen con ambos roles, porque al corto andar del asistencialismo muchos se dan cuenta que hay un vacío en el nivel superior, y viceversa. Pasando de lo concreto, el rol de las ONG en la estructura social se complejiza y diversas teorías tienen diferentes comprensiones del fenómeno; no abordaré los diferentes enfoques, pero los reconozco como punto de referencia de esta reflexión.

[cita]Los episodios de las últimas semanas nos muestran lo fundamental que resulta el rol de las ONG. La corrosión de las instituciones es a veces demasiado grande como para permitir que el juego de contrapesos políticos partidistas sea suficiente para defender a la ciudadanía y, por lo mismo, es un buen momento para recordar la importancia de estas organizaciones y su rol para proteger la democracia.[/cita]

Las ONG tienen entre sus funciones la de representar intereses difusos, vale decir, aquellos que a la vez son públicos y privados de una serie indeterminada y numerosa de personas. El rol de las ONG es representar ese interés que de otra manera difícilmente se vería representado, pues las personas afectadas no tienen el interés individual suficiente ni la capacidad para representarlo. Pensemos en la defensa del medio ambiente o, para ser más precisos, de la calidad del aire. A todos y cada uno nos interesa que el aire se mantenga de una calidad adecuada para no dañar nuestra salud y nuestra vida. Sin embargo, nadie por sí solo tiene las herramientas para procurarse ese aire; probablemente no tenga el conocimiento suficiente; y además, a pesar de que su interés en proteger su salud sea alto, este cede ante su interés inmediato de satisfacer sus necesidades. En pocas palabras, necesita trabajar para vivir y, por lo tanto, no dispone ni del tiempo ni del dinero para defender la calidad de su aire, de tal forma que si el Estado dicta una norma que le es perjudicial, difícilmente podrá defenderse solo. Lo mismo pasa con los glaciares, la transparencia en la política, los abusos contra los derechos del consumidor y un largo etcétera. Uno de los roles de las ONG, entonces, es representar estos intereses difusos y enfrentarse al poder –estatal o privado– en la defensa de ese interés.

Diversas organizaciones cumplen con ese rol de distintas formas, ligadas a sus creencias, valores institucionales y sus posibilidades. Habrá quienes lo hacen desde la protesta, quienes lo hacen desde el diálogo o quienes usan las vías institucionales disponibles, habrá quienes lo hacen de manera mixta. Lo que en todos los casos es cierto, es que las ONG juegan un rol que tiende al equilibrio, a la justicia, pues le dan fuerza a una posición que de otra manera no la tendría y por lo tanto frenan la imposición de una postura, de una idea, de un interés. De cuando en cuando se escucha la crítica a las organizaciones sociales de ser obstruccionistas o de atentar contra valores superiores –generalmente el crecimiento económico–, pero esas críticas tienen que ser descartadas con fuerza por la simple razón de que cualquier valor superior que, para ser satisfecho, requiera de una imposición forzosa que silencie sus críticas, no es más que un atentado a la democracia y un intento de imposición totalitarista que daña a la sociedad. Un verdadero valor social superior necesariamente es el fruto de una deliberación, donde a pesar de que algunos puedan finalmente estar en contra del resultado, habrán sido representados. Sin eso no hay democracia, ni legalidad ni libertad. Por eso en sistemas de poder concentrado como el nuestro, el rol de las ONG es vital.

Pero las ONG tienen al menos dos problemas. El primero es global; en la estructura actual de la sociedad las organizaciones tienden a tener una vocación hacia un solo tema: protección del medio ambiente, de la vejez, de los niños, de vivienda, etc. Y a veces los árboles no dejan ver el bosque. En las semanas pasadas, por ejemplo, casos gravísimos de corrupción han azotado a nuestro país y la respuesta de la sociedad civil no ha pasado de ser tibia. Ciudadano Inteligente, una de las pocas con vocación por este tipo de temas, ha hecho un esfuerzo enorme por visibilizarlo, pero aunque sus esfuerzos sean ingentes y muy valorables, pareciera que tiene que haber más. El ejemplo tiene el dato adicional de que, como los casos han amenazado a toda la clase política, su propia acción para condenar los casos y darles la importancia que realmente merecen ha sido menor. Penta, SQM y Dávalos han producido una especie de paralización.

La falta de respuesta de la Sociedad Civil me lleva al segundo problema, más nacional. Las ONG en Chile parecieran no tener en la conciencia colectiva la importancia que merecen. Esto es especialmente cierto cuando nos referimos a aquellas con vocación de control del poder. Mientras las de corte más asistencialista generan al menos cierto nivel de apoyo permanente –pues realizan labores concretas y no significan un desafío en términos de organización social– las demás, si bien cuentan con apoyo moral de una parte importante de la población, en general carecen del apoyo mínimo necesario para realizar sus labores. Se les deja a su suerte. Las ONG de este tipo en Chile son pequeñas en cantidad de personas y en financiamiento, el que normalmente proviene exclusivamente del extranjero. Ni existe una voluntad general de apoyar la labor de las ONG –quizás por incomprensión– ni ha existido una voluntad estatal de generar las herramientas necesarias para asegurar ese apoyo. Especialmente difícil si consideramos que las ONG que representan intereses difusos normalmente no querrán o no podrán recibir donaciones de aquellos que representan los intereses contrarios y, por lo tanto, deberían depender más que nada de los ciudadanos.

Este análisis envuelve un triple llamado. El primero es a valorar el rol de las ONG; el poder no está tan repartido como algunos analistas pretenden y si bien la opinión rápida en las redes sociales puede tener algún impacto, todavía se requiere del trabajo serio y constante de personas que puedan recoger los intereses difusos y representarlos frente al poder, para lograr una sociedad más equilibrada y justa. En ese mismo sentido, el segundo llamado es a apoyarlas, de la manera que sea y a la que usted prefiera. El tercero es un llamado hacia las propias ONG; que la dispersión de temas no permita el olvido de la verdadera vocación común a todos, que es impedir el abuso por parte de aquellos que hoy detentan el poder, sean quienes sean. El compromiso tiene que ser con el equilibrio, tiene que ser en contra de la imposición, del totalitarismo.

ONG más fuertes y profesionalizadas tienden hacia mejores resultados de gobernanza y, por lo tanto, a largo plazo a mejores resultados para toda sociedad, incluyendo al Estado, los privados y los ciudadanos. La precarización no impide sus funciones, pero las vuelve menos eficientes para el sistema en general, que sin una sociedad civil fuerte se priva de la posibilidad de que se representen más intereses en los diálogos y, en consecuencia, pierde la oportunidad de mejores resultados. Por último, esto no es algo que sea sustituible por la política partidista, porque mientras aquella tiene vocación de poder, la vocación de la sociedad civil debería ser la de controlar ese poder, no de detentarlo.

Los episodios de las últimas semanas nos muestran lo fundamental que resulta el rol de las ONG. La corrosión de las instituciones es a veces demasiado grande como para permitir que el juego de contrapesos político-partidistas sea suficiente para defender a la ciudadanía y, por lo mismo, es un buen momento para recordar la importancia de estas organizaciones y su rol para proteger la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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