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Chile: androcentrismo y androcracia

Jaime Vieyra-Poseck
Por : Jaime Vieyra-Poseck Antropólogo social y periodista científico
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El nivel de desarrollo de un país ya no se mide únicamente en sus cifras micro y macroeconómicas, la situación social de la mujer, en cuanto a la disminución de los niveles de discriminación que padecen, es una variable de primer orden y una de las más importantes. Esta variable muestra con exactitud “cómo estamos por casa” en cuanto a los derechos humanos de las mujeres y el grado de democratización y desarrollo social que ha alcanzado la sociedad. Porque las mujeres son más del 50 por ciento de la población en casi la totalidad de los países. Es hora de que estén representadas en todos los ámbitos de la sociedad en igualdad de condiciones que el hombre.


Con el genérico “hombre” se abusa demasiadas veces de él al limitarlo sólo a la esfera masculina. Este solo genérico reproduce y perpetúa el androcentrismo en el idioma y, como sabemos, éste es el que en gran medida determina el pensamiento y, por lo tanto, tiene una importancia crucial en nuestro sistema mental simbólico.

El androcentrismo ha sido verificado en prácticamente todas las sociedades, tanto originarias como contemporáneas, hasta ahora estudiadas por la Antropología Social y su hija, la Antropología de la Mujer, con algunas importantísimas excepciones. Esta realidad casi universal se plasma en una situación social de supremacía del ser humano hombre: la androcracia.

Las excepciones –sociedades que no son androcráticas– tienen una trascendencia total, ya que la existencia de ellas echa abajo el determinismo reduccionista de la tesis biológica, basada en datos paleontológicos, etológicos –extrapolados a la conducta humana– antropológicos e históricos. Este postulado explica las causas de la discriminación de la mujer  y su inferioridad social por la existencia de un comportamiento innato en el ser humano hombre que estaría radicado en un componente genético. Muchos biologistas llegan a plantear que la hormona masculina testosterona impulsaría al hombre a ser más agresivo, permitiéndole la supremacía sobre la mujer que carece de esta hormona. La causa biológica haría que la inferioridad de la mujer sea una Verdad Universal irreversible por pertenecer a la condición humana, presentándose, por lo tanto, en todo el planeta y en todas las épocas; lo mismo que verdades universales como, por ejemplo, tener relaciones sexuales, dormir o comer.

[cita]El nivel de desarrollo de un país ya no se mide únicamente en sus cifras micro y macroeconómicas, la situación social de la mujer, en cuanto a la disminución de los niveles de discriminación que padecen, es una variable de primer orden y una de las más importantes. Esta variable muestra con exactitud “cómo estamos por casa” en cuanto a los derechos humanos de las mujeres  y el grado de democratización y desarrollo social que ha alcanzado la sociedad. Porque las mujeres son más del 50 por ciento de la población en casi la totalidad de los países. Es hora de que estén representadas en todos los ámbitos de la sociedad en igualdad de condiciones que el hombre.[/cita]

Si así fuese, refuta la Antropología de la Mujer y ambientalistas en general, que basan sus argumentos en el estudio de la naturaleza y el desarrollo de los rasgos sociales humanos, no habría excepciones. Y las hay. Por lo tanto, la discriminación contra la mujer no es innata en el ser humano ni es una Verdad Universal: se han encontrado en África algunas sociedades originarias donde la mujer tiene una posición social de supremacía con relación al hombre. El desafío es encontrar una explicación acertada de por qué algunos seres humanos hombres son agresivos y opresores contra la mujer y otros, la mayoría, no. (Si la razón fuese biológica, serían todos agresores y opresores contra la mujer y no habría excepciones.)

Fuera de estos potentes argumentos irrefutables, se postula que el volumen de discriminación sexual varía según la sociedad y la época: la discriminación que sufre la mujer chilena de ese país no es la misma que padecen las mujeres en Uganda; y la de este país es también diferente a la que se da en EEUU. Lo mismo sucede con la época: en la sociedad clásica grecorromana, la mujer tenía casi el mismo estatus social que un esclavo; en la Edad Media, la mujer dejó de ser casi una esclava y pasó a tener un rol de importancia social por participar activamente en la producción doméstica del alimento. O sea, los socialantropólogos y ambientalistas en general, postulan que la discriminación contra la mujer es histórica: cambia según el tiempo y el lugar  y, por ello, es reversible. Esto quiere decir que el factor sociocultural es más relevante que el genético, sin negar que la contribución de este último está presente en todas las conductas humanas, pero en ninguna la define plenamente; los genes nunca operan en el vacío, siempre hay un ambiente que determina poderosamente el comportamiento; las dos dimensiones, genética y ambientalista, son importantes y no tienen por qué excluirse mutuamente; pero la genética por sí sola no explica por qué existe la discriminación del hombre contra la mujer y contra los homosexuales. Esta es una de las más importantes conclusiones a que ha llegado la Antropología Social y de la Mujer.

El androcentrismo y la androcracia han reproducido y perpetuado por milenios la posición social de inferioridad de la mujer. La eliminación de esta injusta y antidemocrática asimetría entre hombres y mujeres, sólo será posible cuando se replantee en su totalidad el sistema sociocultural opresor: el patriarcado que crea el androcentrismo y la androcracia. Eso ya comenzó a principios del siglo XX, y se ha transformado en una revolución imparable en la casi totalidad del planeta.

Sin ningún género de dudas, el siglo XX será recordado por su más importante revolución social: el movimiento de liberación de la mujer. Después de haber sufrido una discriminación milenaria, la subordinación de la mujer con relación al hombre comienza a tener grandes derrotas por la rebeldía organizada de las propias mujeres. Ésta, la más importante revolución social del siglo XX, anima al optimismo frente a las amenazas de la civilización actual. Los gobiernos democráticos del mundo, presionados por el potente movimiento de liberación de la mujer, están mostrando, voluntaria e involuntariamente, sensibilidad social y de género y voluntad política para desencadenar acciones encaminadas a continuar corrigiendo, cambiando y eliminando el sistema represivo y discriminatorio actual contra la mujer. El caso chileno al respecto no es una excepción. Enhorabuena.

Este gran cambio social minimiza cada día más la expresión cultural patriarcal y predispone las condiciones y mecanismos para potenciar la igualdad entre mujeres y hombres. Es importante consignar que esta igualdad de género no quiere decir necesariamente que las características específicas de la mujer (y del hombre no agresor ni opresor) vayan a perderse y nos convirtamos en una sociedad totalmente androginista. Cuando se habla de igualdad entre hombres y mujeres quiere decir igualdad de oportunidades sociales reales, independientemente del sexo biológico con el que se ha nacido, y tanto en la esfera pública como en la privada. De lo que se trata, es de crear una sociedad donde se respeten y se acepten las particularidades de la mujer (y del hombre no agresor ni opresor), sin que éstas determinen posiciones socioculturales represivas y discriminatorias para ninguna esfera sexual, especialmente en la femenina, que es la discriminada. Por lo tanto, la igualdad sexual no supone el final de la diversidad ni de ningún tipo de reducción arbitraria de la especificidad de la mujer y de hombres.

En suma, hombre y mujer son diferentes, pero esta diferencia no tiene por qué asignarle posiciones sociales de desigualdad a la mujer ni convertir al hombre en un ente opresor y agresor.

El nivel de desarrollo de un país ya no se mide únicamente en sus cifras micro y macroeconómicas, la situación social de la mujer, en cuanto a la disminución de los niveles de discriminación que padecen, es una variable de primer orden y una de las más importantes. Esta variable muestra con exactitud “cómo estamos por casa” en cuanto a los derechos humanos de las mujeres  y el grado de democratización y desarrollo social que ha alcanzado la sociedad. Porque las mujeres son más del 50 por ciento de la población en casi la totalidad de los países. Es hora de que estén representadas en todos los ámbitos de la sociedad en igualdad de condiciones que el hombre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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