Publicidad

Televisión y fútbol: cómo distribuir los ingresos entre los clubes

Nuestro fútbol estableció años atrás un modelo de distribución de utilidades como excedentes de «CDF», que significa que los 3 clubes grandes se llevan un 25% de los ingresos. El resto de los clubes de primera división, un 57%. Para los clubes de la Primera B, un 18%. Esto significa, que un club grande recibe, aproximadamente, un 8,33%, un club no grande, un 3,8%, y un club de Primera B, un 1,2%. Todo lo anterior significa, creo yo, una franca perpetuidad en el resultado, infinita desigualdad competitiva y, finalmente, debilidad de la Liga como un todo.


La TV alimenta con una inmensa suma de dinero a la industria del deporte pero genera desigualdad entre los clubes si el entorno no es competitivo.

El deporte es un tremendo negocio. Considerado entre las industrias más grandes, junto a la tecnológica, de alimentos y farmacéutica, entre otras, su crecimiento está íntimamente ligado hoy, por cierto, al marketing deportivo.

Pero no es sino con el ingreso de la televisión, y antes la radio, que la industria deportiva comenzó un proceso de masificación y, con ello, un aumento sustancial en sus recursos. Lo anterior ha incrementado en algunos clubes el éxito deportivo. Pero asimismo, y por contraste, engendrado enormes desigualdades.

En consecuencia, estamos en presencia de dos polos opuestos. Pocos clubes grandes, frente a una maraña de pequeños y medianos; clubes ricos, poderosos, o bien chicos e insolventes; ligas competitivas e inciertas en su resultado, o bien concentradas y cuyo resultado es más bien predictible. Finalmente, dependiendo de las latitudes o continentes, la óptica como se maneja tal industria cambia y el tratamiento que se da a los ingresos que se genera, sobre todo por concepto de televisión, varía, limitándose, incluso, libertades como derechos de propiedad. Por lo tanto, la manera en que los países enfrentan este acápite en la industria, que en muchos casos es materia de libre competencia, logra explicar en parte el éxito o no de los proyectos deportivos en cuestión.

[cita] Nuestro fútbol estableció años atrás un modelo de distribución de utilidades como excedentes de «CDF», que significa que los 3 clubes grandes se llevan un 25% de los ingresos. El resto de los clubes de primera división, un 57%. Para los clubes de la Primera B, un 18%. Esto significa, que un club grande recibe, aproximadamente, un 8,33%, un club no grande, un 3,8%, y un club de Primera B, un 1,2%. Todo lo anterior significa, creo yo, una franca perpetuidad en el resultado, infinita desigualdad competitiva y, finalmente, debilidad de la Liga como un todo.[/cita]

 Deporte en USA

Como ninguna, la industria del deporte de los EE.UU. ha logrado demostrar que el colectivo, es decir, la Liga, prima por sobre lo individual (los clubes). En otras palabras, es más importante el fortalecimiento de la Liga como un todo, que la de determinados clubes.

Esto se ve reflejado en que, por ejemplo, y para el sólo efecto de buscar dicho equilibrio, clubes pequeños tienen prioridad por sobre los grandes para adquirir pases de jugadores en el «draft» o bien se limita el número de jugadores como salario por equipo, se negocian colectivamente derechos de televisión y se constriñe la exhibición por TV a determinados horarios como localidades de los partidos. Se limita, así, la libertad individual de los clubes.

Este «colectivismo» no ha estado exento de polémica, y ha desafiado la normativa antitrust de dicho país. Sin embargo, la jurisprudencia en la materia reforzó este contenido desde la década de los 50 y la promulgación de la Sports Broadcasting Act de 1961 definitivamente confirió cierta inmunidad en orden de competencia para el fútbol, béisbol, basquetbol y hockey, entre otros, en lo relativo a determinados contratos de TV.

¿Qué está detrás de dicho raciocinio? Es curioso que, por decir lo menos, en un país tan apegado a las libertades individuales, se limite el ejercicio de la misma. La respuesta la encontramos ya, de partida, en la rica jurisprudencia de dicho país, como, por ejemplo, en un caso conocido en 1953 denominado «United States v. NFL». En este fallo, el juez Grim consideró que los clubes deben competir, y «sacarse la cresta», por así decirlo, exclusivamente en el ámbito deportivo (cancha), mas no en el comercial, donde definitivamente debían colaborar y fortalecerse mutuamente, evitando con ello que el débil sucumba frente al poderoso. Dice el fallo más menos así:

«El futbol profesional es un negocio particular, y que, igual que otro tipo de deportes profesionales organizados, presenta características disímiles a otras industrias». Estas últimas –sostiene el fallo– «concentran sus esfuerzos en vender tantos productos como servicios puedan y, con ello, logran desbancar como sacar del mercado a sus competidores. Lo anterior, no complica al empresario.

Sin embargo, el caso de los clubes deportivos es diferente, toda vez que no deben competir con tal agresividad en la esfera comercial. En la cancha, por cierto, deben hacerlo y todo el tiempo. No obstante, en el mundo de los negocios dicha competencia no sólo es innecesaria sino que indeseable, toda vez que si todos los clubes compitieran en la esfera comercial, los grandes, probablemente, conducirían a los pequeños al despeñadero financiero». Y he aquí, creo yo, lo relevante: agrega el fallo que «si lo anterior ocurriese, no sólo fracasarían los clubes pequeños sino que también la Liga, como un todo, y con ello, los clubes más poderosos. Porque, no es sino que al alero de una Liga, que los clubes pueden organizarse, competir y obtener ingresos…».

Por tanto, agrega en un acápite, «el efecto final de no imponer restricciones a la libre competencia en el orden comercial es, probablemente, incrementar cada vez más las desigualdades entre los clubes, en segundo lugar la quiebra de los clubes menores y, con ello, finalmente, la destrucción de la Liga».

Fútbol mundial

Detrás de este raciocinio –reconocido también, entre otros, en un fallo de la Corte Suprema de dicho país el año 1984 (NCCA v. Universidad de Oklahoma)–, más o menos está la razón, creo yo, de por qué la industria deportiva norteamericana es tan potente e igualitaria, si la comparamos a la industria del fútbol.

En otras palabras, la industria del deporte en USA es más competitiva. Las restricciones en pos de un colectivo, en particular en materia de ingresos de TV, han significado un mayor dinamismo competitivo entre los clubes. Con ello, se han generado beneficios adicionales, como, por ejemplo, aumentar la incertidumbre en el resultado, y la presencia de monopolios en la consecución de títulos es, si no más improbable, al menos desafiante. Todo lo anterior, atrae y atrae mayor cantidad de hinchas, fans y mayores ingresos.

En Europa, por su parte, la gran industria del deporte se mueve en torno al fútbol ( y luego la F1). Asimismo, para la gran mayoría de los clubes de fútbol europeos, la fuente de recursos es la televisión. Con ello, la realidad del fútbol es distinta, toda vez que la distribución de los mismos es, a veces, muy desigual.

La Liga Premier y alemana son, por lejos, las más igualitarias, y siguen, más menos, el modelo estadounidense, donde los estadios están llenos y las asistencias no se ven mermadas como consecuencia de la televisión (muy distinta realidad de la de Italia, donde Juventus es el único club que logra llenar los estadios, cada vez más vacíos en la península). Alrededor del 50 por ciento de los ingresos en Inglaterra (basado para ello en el Founder Member’s Agreement, de 1991) por concepto de TV se distribuyen equitativamente entre los clubes Premier. En torno al 25 por ciento restante varía dependiendo del resultado y posición en la tabla, y el resto varía dependiendo del número de veces que se hayan exhibido los partidos. La distribución paritaria se extiende, más menos, a la transmisión hacia el exterior. Lo anterior motiva que los ingresos por concepto de TV de Liga Premier entre el primero y el último no sea dramática, ni menos sustantiva. Redunda lo anterior en una mayor y mejor competencia entre varios clubes por el primer lugar, tanto a nivel local como europeo, cual ha quedado demostrado recientemente tras las conquistas de Chelsea, Liverpool o bien el Manchester United.

Disímil realidad es la española, hoy muy discutida frente a la promulgación de la Ley del Deporte que pretendería obligar a los clubes a negociar colectivamente los derechos de TV, y no individualmente, como lo hacen exclusivamente hoy el Real Madrid y Barcelona, con las consabidas desigualdades deportivas que ello implica. De manera tal que los clubes que más ingresos perciben por la venta de sus derechos audiovisuales, Real Madrid y Barcelona FC, suman aproximadamente el 40% del total. Si a ellos se suma el Atlético de Madrid, el porcentaje se incrementa al 50% aproximadamente. En la actualidad, la Comisión de Competencia de la Comunidad Europea está conociendo el caso español tras una denuncia de FASFE.

Realidad nacional

Podemos afirmar que en España, prácticamente, no hay competencia en la cancha. De no ser por el Atlético de Madrid estaríamos hablando de un duopolio, y donde la distribución de recursos de la televisión ha influido, sustancialmente, en la desigual forma de competir. En consecuencia, la equiparidad no es parte integrante de su modelo de desarrollo. Algo parecido ocurre en la industria del fútbol en nuestro país.

Dicha industria ha crecido sostenidamente los últimos 10 años. Muy ligado a ello está «CDF», vehículo de negocio exitoso como original en su concepto. Pertenece tanto a los clubes profesionales como al socio fundador. Es hoy por hoy una fuente de ingresos muy sustantiva para una gran mayoría de clubes, representando alrededor de la mitad de los ingresos totales para un club de «Primera A» , no grande.

Nuestro fútbol estableció años atrás un modelo de distribución de utilidades como excedentes de «CDF» que significa que los 3 clubes grandes se llevan un 25% de los ingresos. El resto de los clubes de primera división, un 57%. Para los clubes de la Primera B, un 18%. Esto significa, que un club grande recibe, aproximadamente, un 8,33%, un club no grande, un 3,8%, y un club de Primera B, un 1,2%.

Todo lo anterior significa, creo yo, una franca perpetuidad en el resultado, infinita desigualdad competitiva y, finalmente, debilidad de la Liga como un todo. No hay un marco de competencia adecuado en la cancha, donde el resultado sea incierto, a pesar de haber, como digo, en cancha 11 jugadores. Entonces, la certidumbre no genera un mayor interés en el producto final.

Siguiendo el modelo anglosajón, lo anterior puede ser contrarrestado de haber una mayor equiparidad en la distribución de los ingresos y generar competencia entre los clubes en la cancha. Ello es necesario para fortalecer la competitividad de los clubes y con ello la Liga en toda su extensión. Estados Unidos principalmente, e Inglaterra en menor medida, dan muestra de ello. El referido fallo del juez Grim nos ilumina en el por qué los clubes deben competir, como decimos, hacia adentro, pero cooperar entre ellos hacia afuera. Y la Liga Premier, no obstante las críticas hoy de clubes grandes como Liverpool –que por cierto ven limitados sus ingresos inmediatos, pero no indirectos–, ha progresado en los últimos 25 años como ninguna otra de las grandes.

Para el caso chileno, el modelo actual sólo perpetúa una industria muy concentrada y con poco valor agregado, que no enriquece la Liga sino que a unos pocos. En definitiva, no hay competencia en la cancha, ni menos en el ámbito comercial. El peor de los mundos.

*Quien suscribe la columna es asesor del Club de Deportes Santiago Morning S.A.D.P.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias