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Vulnerables, invulnerables y el principio de igualdad

Rodrigo Baño
Por : Rodrigo Baño Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología Universidad de Chile.
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Los hay que piensan que estamos cada día más idiotas, pero el ingenio sigue mostrando una capacidad de inventiva impresionante… al menos en el juego de las palabras. Pinochet, en una de sus primeras muestras de ingenio, declaró que ya no habría más obreros, sino que todos serían trabajadores, con lo cual se terminó la clase obrera de un paraguazo. Pero no sólo Pinochet tenía ingenio en el juego de las palabras, después desaparecieron los ciegos, transformados en no videntes; los cojos, transformados en movilidad diferente; los enanos transformados en talla pequeña; y ya hay algunos que proponen llamar a los pelados como de cabellera diferente y a los guatones como de negativamente cóncavos. Para terminar definitivamente con los pobres la capacidad imaginativa del ingenio ha sido mayor. Se transformaron en gente en situación precaria, negativamente privilegiados, de escasos recursos, señora juanita, de los primeros quintiles, vulnerables.

El que inventó lo de vulnerables está ganando el juego, aunque el término tiene sus complicaciones, porque si hay vulnerables también tiene que haber invulnerables. Usted, en su sagacidad, ya adivinó quiénes son los invulnerables. Porque, aunque por momentos tengan algunos problemitas, que llenan de santa indignación y esperanzas de castigo a los resentidos de siempre, seguirán siendo invulnerables aunque tengan que sacrificar a algún chivito expiatorio.

Para bien o para mal, la sociedad chilena, constituida políticamente en el Estado, se compone de vulnerables e invulnerables. En consecuencia, los derechos que se establecen son para todos, sin considerar si son vulnerables o invulnerables. Si la educación fuera un derecho el Estado tendría la obligación de proveerla gratuitamente sin hacer distinciones, porque por los derechos no se paga. Habría educación pública, pública-pública, habría que decirlo como el café-café, porque el ingenio en las palabras ha llevado a sostener que la educación privada es pública (sic).

Alguien, que trabaja pacientemente por una segunda oportunidad, dijo que la educación es un bien de consumo y algunos se escandalizaron. Pero la educación se compra en el mercado al contado, a crédito o mediante una donación que hace el Estado o alguna institución benéfica para los vulnerables que no están en condiciones de pagarla. Eso en todos los niveles. También en todos los niveles los invulnerables compran buena educación al contado, que para eso tienen plata.

Tenemos la pretensión, un poquito pedante, de que cada ser humano es único e irrepetible. Lo que nos hace iguales son los derechos: la igualdad de derechos. Si la educación fuera un derecho, las promesas sobre educación del 21 de mayo no habrían desatado la disputa por quien es el dueño de los vulnerables. Si la educación fuera un derecho, es el Estado el que tiene que asumir la obligación correlativa, porque lo primero sería la educación pública, que es de todos, para todos y financiada por todos. Si la educación fuera un derecho, nos habríamos dado cuenta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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