Alrededor de la medianoche, Yerko ingresa por un costado del escenario. El programa se detiene, las anécdotas de los invitados quedan en el aire, y las “copuchas”, al siguiente bloque. ‘Vértigo’, el estelar de Canal 13, suspende, por cerca de media hora, la indagación en las vidas privadas de sus invitados. Luz roja a la farándula; luz verde a Yerko.
Durante su bloque, el comediante acapara la total atención de los presentes, y los ausentes que en esos momentos sintonizan el canal. Su rutina, perfectamente ejecutada, pareciera moverse entre la improvisación y un guion cuidadosamente elaborado.
Pero más allá del talento del actor, Daniel Alcaíno, Yerko, se ha transformado en una instancia única de interpelación política. Media hora en la que el comediante dispone de numerosas cámaras y planos para combinar elementos cómicos con la realidad política, con el fin de entregar un mensaje directo a quienes nos gobiernan.
La performance constituye un espacio protegido: la manifestación del sentimiento popular y mayoritario no corre riesgos en el estudio de televisión. La fuerza policial no tiene acceso; Yerko no puede sufrir el capricho de un uniformado que dispara desde un guanaco a quemarropa, ni tampoco el reemplazo de un empleador que observa cómo sus trabajadores han decidido irse a huelga por causas legítimas. Los únicos límites provienen de la línea editorial; límites que el propio personaje se encarga de estirar y estirar.
En este espacio, Daniel Alcaíno, es más que un comediante, es el vocero del pueblo. Restriega, semana a semana, la corrupción en la cual ha caído la clase política. Apunta con el índice a todos aquellos que han preferido vincularse con el dinero desde la política.
Pero hay más. El rol de Daniel Alcaíno no se limita sólo a transmitir un mensaje desde las mayorías a los políticos sino, también, de traducir el escándalo a las propias mayorías. Aquello que los medios, engorrosamente y cargado de tecnicismos tributarios y del derecho, cuentan, Yerko es capaz de sintetizarlo y simplificarlo en unas cuantas frases, permitiendo que todos entiendan a qué han estado jugando los políticos y sus asociados. Así, mediante el discurso, delata la corrupción.
Yerko viene a revivir una figura que parecía olvidada en el cuarto de atrás de la historia. Las sociedades monárquicas, permitían la existencia de un personaje cuya imagen suele ser asociada a la bajeza y la humillación, pero que escondía un gran poder. Se trata del bufón. Combinando la humorada y el discurso, el bufón era el único capaz de enfrentar al rey verbalmente, de obligarlo a oír las verdades que no quería oír, y que todos callaban con tal de mantener sus cabezas adheridas al cuerpo (¡ay de aquellos que osaran alzar la voz en contra de su propio rey!).
Con un cuidadoso discurso, disfrazaba el clamor popular con la broma, sin desestabilizar las pasiones del soberano. Dominaba el arte del humor, y es que el mejor humorista es aquel que es capaz de decir la verdad en contextos donde esta está prohibida. No sólo es maestro de la risa, es maestro de la verdad.
Tal como una válvula de escape, la comedia renueva los ánimos allí donde la indignación está por desbordar. Permite que los individuos decanten su frustración y reflexionen sobre los hechos, no como un sedativo sino como un reafirmante de la situación, pero bajo otra mirada.
Contar con un espacio donde el humor es capaz de enfrentar al poder político, es indispensable: aquellos que gobiernan están conscientes de que Yerko no sólo hace reír, también informa. Más aún, se debe blindar al bufón en un contexto donde al rey se le ha antojado cortar más cabezas de lo normal. Si, hoy por hoy, las garantías de poder manifestarse públicamente sin ser violentado están en entredicho, entonces la comedia es una aliada que no se debe perder de vista.
No caben dudas, Daniel Alcaíno, investido como vocero del pueblo, tiene una gran responsabilidad: debe desenmascarar al poder con la comedia. Pero, hasta el momento, podemos decir que el actor se ha lucido.