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Todos somos Vidal

Todos somos Vidal

«El chileno, en general, no conoce la lealtad y está ‘siempre listo’, pero para ‘darse vuelta la chaqueta’. Dicho estrictamente autóctono, puesto que nació de la conducta que un bando observó en la Revolución de 1891 para simular que vestía el uniforme del otro, que era blanco como el forro de la chaqueta de los derrotados, y al cual éstos querían plegarse a última hora para evitar las consecuencias de la derrota».


Lo de Vidal sucede, para fortuna de él, cuando Chile está frente a la realidad de sí mismo como tal vez nunca antes lo estuvo. Por sucesivos avatares del destino, la verdad de lo que somos ha sido descarnadamente expuesta de manera pública. Para sintetizarla en pocas palabras, ha quedado en evidencia que la mayoría de los chilenos hace trampas, viola leyes y burla reglas, falta a la verdad verbalmente y por escrito, ofrece sobornos y los acepta, adopta posiciones públicas por conveniencia y no por principios y está lista para quedarse con lo ajeno a la primera oportunidad. El chileno, en general, no conoce la lealtad y está “siempre listo”, pero para “darse vuelta la chaqueta”. Dicho estrictamente autóctono, puesto que nació de la conducta que un bando observó en la Revolución de 1891 para simular que vestía el uniforme del otro, que era blanco como el forro de la chaqueta de los derrotados, y al cual éstos querían plegarse a última hora para evitar las consecuencias de la derrota.

Es cierto que hay conductas sublimes en la historia del país, como las de Prat, Carrera Pinto y sus hombres, pero ya no son representativas del ser nacional, si es que alguna vez lo fueron. Pues en un reciente concurso abierto a todo público, Salvador Allende fue elegido por sobre aquéllos héroes como “el más grande chileno de todos los tiempos”. Es ocioso, a estas alturas, detallar el escandaloso absurdo moral de tal elección.

Entonces todos somos Vidal, porque ya no queda en el país ni siquiera una brizna de autoridad moral de casi nadie. La gente lo sabe, como que en las encuestas más serias manifiesta, en un 87%, desconfiar de sus conciudadanos. Y tiene toda la razón, porque uno puede comprobar a diario que, en ese porcentaje, no se puede confiar en ellos.

Los testimonios de la corrupción del carácter nacional han salido a luz últimamente por todas partes. Altas autoridades y referentes nacionales gustan de hacer como que tal corrupción no es generalizada, pero resulta sintomático que la Presidenta se haya visto impulsada a expresar, en su reciente gira a Europa, que “Chile no es un país corrupto”. ¿Qué pensaría usted de alguien que se ve precisado a decirle, sin una razón ostensible y presente, “yo no soy un ladrón”? Obviamente, que es sospechoso de haber robado. Y la verdad es que Chile ES un país corrupto. Quien no se haya dado cuenta es porque vive en una burbuja o no lee los diarios. Y aunque lea los diarios a veces ni siquiera así se va a enterar de episodios pletóricamente sugerentes de corrupción, porque ellos son disimulados. Como el caso de meses atrás en que el oficialismo contaba con 41 votos a favor contra 30 de la oposición para hacer aprobar en la sala un informe de una comisión investigadora de la Cámara que ponía en duda la prescindencia de una ex autoridad en un caso en que debía legalmente observarla, pues tenía un interés económico propio envuelto. La ex autoridad es un político opositor rico y poderoso. Sin explicación plausible, la mayoría oficialista se trocó en minoría y el informe fue rechazado. Sólo en un país corrupto algo así puede suceder sin que nadie diga nada. Y aquí nadie dijo nada, salvo el diputado Juan Luis Castro (PS), cuya sorpresa por el número de votos parlamentarios que “se dieron vuelta la chaqueta” fue recogida apenas en un suelto de crónica secundario y publicado en un solo medio.

He visto una encuesta de Canal 13 a través de Facebook donde el 49% aprueba el perdón del entrenador a Vidal, versus el 44% que lo desaprueba. Por supuesto. La gente sabe que el país no tiene autoridad moral para condenar a Vidal. Si Jesucristo estuviera entre nosotros, nos diría: “el chileno que nunca haya ingerido cuatro copas de vino (lo necesario para arrojar 1,2 gramos de alcohol por litro de sangre) y después conducido un automóvil, que margine a Vidal de la selección”. No habría quórum.

Cuando las más altas jerarquías políticas, parlamentarias y judiciales atropellan pública y ostensiblemente las leyes y la verdad, y hasta, como el pleno de la Corte Suprema, en su Informe de 27 de marzo de 2015, oficio número 33-2015, apartado quinto, al Parlamento, lo confiesan con un cinismo asombroso, quiere decir que el país carece de autoridad moral para marginar a Vidal de la selección nacional. Y para reafirmar el cinismo moral ambiente, añadamos: “Sobre todo que no nos conviene”.

Eso es lo que somos. Ni más ni menos. Si nos queda todavía un pequeño resto de sinceridad, confesemos que todos somos Vidal.

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