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Los hijos del relativismo

«Las familias asaltadas dicen que ya no pueden vivir tranquilas y organizan un gran ruido de cacerolas para pedir protección. Pero el relativismo es sordo, no las va a oír. Los habitantes de la Araucanía y los agricultores claman por lo que llaman “estado de derecho”. Pero ¿en qué país creen que viven? Si el “estado de derecho” ahora es un concepto relativo. ¿Quién les dijo que tenían “derecho” de propiedad sobre sus cosas? ¿Y por qué los demás no, sobre esas mismas cosas?»


Si pones bencina en una bomba autoservicio y tu auto es bueno, es muy probable que aparezcan cuatro chiquillones, te apunten con un arma o amenacen con un fierro o un cuchillo, te tiren al suelo y después de patearte, golpearte y sacarte la billetera, se lleven el auto. Duración: 20 segundos. Si la policía los llega a pillar, ten por seguro que un juez los dejará libres para volverte a asaltar.

Si tu casa tiene puertas o ventanas no muy gruesas, más temprano que tarde aparecerán los chiquillones que las romperán, te golpearán y amenazarán a las mujeres de tu casa (últimamente las obligan a desnudarse) y se llevarán todo lo de valor que encuentren, y naturalmente tu auto, no sin antes golpearte e insultarte por ser viejo (más que ellos, por supuesto) y no tener más plata a mano.

Ellos son los hijos del relativismo y se están tomando el país. El relativismo dice que el bien y el mal, el orden y la legalidad, la propiedad y los derechos, no existen como tales sino que son “relativos”. Saben que nadie les hará nada y no tienen cargos de conciencia porque sus profesores comunistas o similares les han enseñado que la sociedad es injusta con ellos porque no tienen suficiente dinero para drogarse ni comprar buenos autos. Y si la policía llega a apresarlos, comparecerán ante jueces que les confirman que la sociedad es la culpable y los dejarán libres. Porque el delito no lo han cometido ellos, sino “el establishment”, que ha definido el bien y el mal, la legalidad y los derechos a su antojo y es un monstruo que les veda tener lo que otros tienen gracias a ese abuso. Y entonces quedan listos para volver a asaltar con la conciencia perfectamente tranquila.

Ya tú no puedes ni siquiera pensar en ir al estadio, porque tu última oportunidad fue la Copa América, donde el precio de las entradas te aseguraba que podías ir con toda la familia, debido a que el público era sólo A y B, educado en colegios particulares pagados, donde enseñan que el Bien y el Mal existen, que deben respetarse las leyes y los derechos de los demás y que no debes agredirlos ni asaltarlos. No como enseñan los profesores comunistas y similares de la enseñanza estatal que en los raros momentos en que no están en huelga enseñan que todo es relativo, que “la propiedad es un robo” y que si tomas algo ajeno están contribuyendo a disminuir la desigualdad y haciendo justicia. Entonces, cuando el precio de las entradas es normal, ya no puedes ir al estadio y ni siquiera pueden jugarse los partidos, porque los “hijos del relativismo” y de la cultura dominante destruyen los asientos, se los lanzan a los carabineros, ponen en fuga a los guardias privaos y atacan a la brava brava adversaria, que también es hija del relativismo y contraataca y jura que cuando sus agresores vayan al estadio de ellos sí que van a ver lo que es canela.

Los jueces chilenos, también “hijos del relativismo”, velan por los derechos de los delincuentes y terroristas, porque las nuevas leyes que se han dictado son para protegerlos, debido a que son víctimas de la desigualdad y de la “violencia institucionalizada”, como la llamaba ya Allende, cuyo “legado” Michelle Bachelet declaró que iba a completar. La “violencia institucionalizada” consistía en que las fuerzas del orden reprimían a los que cometían asaltos o pretendían tomar el poder por las armas. Los “violentos” eran los que no dejaban a los comunistas y socialistas tomarse el poder. Bueno, ahora éstos llegaron al poder y hacen lo que quieren, porque son “víctimas”. Por eso están remediando las injusticias de toda la estructura jurídica antigua, y la han reemplazado por otra que vele por “defender sus derechos humanos”.

El industrial español al que golpearon con un fierro, patearon y luego intentaron aplastar con su propio auto los jóvenes “hijos del relativismo” ha escrito elocuentes cartas a los diarios preguntando quién defiende sus derechos. La respuesta es “nadie”, porque son “relativos”. Las familias asaltadas dicen que ya no pueden vivir tranquilas y organizan un gran ruido de cacerolas para pedir protección. Pero el relativismo es sordo, no las va a oír. Los habitantes de la Araucanía y los agricultores claman por lo que llaman “estado de derecho”. Pero ¿en qué país creen que viven? Si el “estado de derecho” ahora es un concepto relativo. ¿Quién les dijo que tenían “derecho” de propiedad sobre sus cosas? ¿Y por qué los demás no, sobre esas mismas cosas? Para eso se quiere cambiar la Constitución, en el fondo. El derecho “a la” propiedad es de quienes desean tenerla. El auto valioso es de los que no tienen auto o tienen un cacharro. Los “derechos” antiguos ya no existen, hay otros. Por eso están todos los terroristas libres y cobrando pensiones y cada día más militares presos por haberlos combatido hace 40 años. Ahora se llama “estado de derecho” NO aplicar las leyes en los juicios. En eso todo el mundo está de acuerdo. Por eso la Revista del Colegio de Abogados no me quiso publicar un artículo en que yo denunciaba un fallo de la Corte Suprema que NO aplicó las leyes (y, para el caso, tampoco la verdad de los hechos) a tres almirantes, un oficial de carabineros y un detective.

Los “hijos del relativismo” representan la “modernidad”, el “nuevo derecho”, la igualdad, la “inclusión”. Representan al 62% que votó por Bachelet. Usted y yo representamos el “integrismo”, creemos que la ley y el orden deben respetarse, que la propiedad es un derecho, que deben reprimirse y castigarse la delincuencia y el terrorismo, que la justicia está hecha para proteger a la gente honrada de los delincuentes y no al revés; que quienes están en punta Peuco nos salvaron de los que hoy están libres, cobran indemnizaciones millonarias por habérseles impedido tomar el poder por las armas y han engendrado a la generación de jóvenes relativistas que ya no nos dejan ir a los estadios, poner bencina tranquilos y hasta estar en nuestras casas teniendo la seguridad de que nadie va romper la puerta para llevarse lo que tenemos y que ahora todos dicen que era sólo relativamente nuestro.

No hay remedio, creemos en el bien y el mal, somos minoría frente al relativismo y no sé qué diablos estamos haciendo aquí.

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