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Política ficción y restauración conservadora

Andrés Cabrera
Por : Andrés Cabrera Doctorando en Sociología, Goldsmiths, University of London. Editor Otra Frecuencia Podcast.
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Uno de los efectos más curiosos desencadenado por la irrupción del ciclo de protestas durante el período 2006-2011 es la dinamización del escenario político. La emergencia de los nuevos movimientos sociales no solo resquebrajó la legitimidad del modelo social neoliberal alzando su emblemática consigna “No al Lucro”, sino que, también, aceleró vertiginosamente el proceso de descomposición que afecta a la aún vigente política transicional. Este último proceso, expresión de las resonancias de onda larga provocadas por la explosión de las mayorías.

El fenómeno “acelerador” resulta hasta paradigmático: la Concertación tardó 20 años en revelar que la alegría que había prometido nunca llegó (por el contrario, había traído “malestar”). A la Nueva Mayoría le bastaron solo dos (1/10) para defraudar las expectativas de un 25% de apoyo electoral a un programa de gobierno extremadamente ambiguo y cuya laxitud ha permitido las más diversas significaciones. Evidentemente, esto no ha sido un impedimento para que impere dentro del pacto gobernante la interpretación conservadora: la misma que el 2014 “cocinaba” la reforma tributaria y que un año después vuelve a reformar la misma reforma.

Y mientras la política ficción acontece –aquella que atribuye al discurso de la Presidenta en el cónclave y a las respuestas de la misma en una entrevista en La Tercera, una derrota de los “realistas” a manos de los “s/n renuncia”– la política restauradora se manifiesta imponente. Hace unas semanas, en esta misma plataforma, Eugenio Rivera (Fundación Chile 21) consideraba que “el cónclave había reafirmado la voluntad reformadora del gobierno”. ¡Pamplinas!

[cita] ¿No ha pasado lo mismo con nuestra emblemática “transición a la democracia”? ¿No ha quedado la modernización de las últimas décadas expuesta, develada? Los síntomas se volvieron nítidos, una vez que el son de “la alegría ya viene” comenzó a volver como malestar generalizado, como corrupción y contubernio de nuestra elite política-económica, como justicia en la medida de lo posible, como usufructo irregular de los recursos soberanos, etc. [/cita]

Los que querían ver al realismo en un espacio decisional más concreto se deleitarán al observar cómo el realismo aterriza desde el Ministerio de Hacienda al Senado para definir las líneas directrices de la reforma laboral.

Si el famoso llamado a forjar una virtuosa Alianza Público-Privada fue la atmosfera discursiva que cubrió el avance restaurador en el contexto de la reforma tributaria, hoy la apuesta semántica no es otra que la de “equilibrar” la reforma laboral; como todos saben, un simple y llano eufemismo para echar por tierra la posibilidad de concretizar el fin del reemplazo en huelga (entre otras medidas que permitirían fortalecer el poder “real” de los sindicatos).

Replicando para nuestro contexto una de las ideas claves transmitidas por el pensamiento alemán (Hegel/Marx), las coaliciones y dirigencias políticas tienden a aparecer en la escena histórica dos veces: una como tragedia y otra como farsa. La Concertación revestida de Nueva Mayoría. Michelle Bachelet erigiéndose como la sostenedora de nuestra institucionalidad política y ella misma deviniendo en farsa tras la estocada provocada por el Caso Caval.

Han quedado en el olvido los gloriosos días en que la actual Mandataria podía pasearse por las comunas del sector poniente de la capital arriba de un camión (el “Bachemóvil”) en plena campaña electoral. Las “salidas a terreno” con delantales blancos y cascos de minero pronto pasarán a ser parte del degradado panteón que comienza a coleccionar la política ficción; por cierto, aguardan ahí también su sitio los “avant premieres” y papeles en blanco con inscripciones rojas fetichizadas.

Con todo, lo importante es esto: sin política ficción el pragmático “realismo restaurador” queda expuesto, develado: “¡La mandataria y su comité político están desnudos!”.

¿No ha pasado lo mismo con nuestra emblemática “transición a la democracia”? ¿No ha quedado la modernización de las últimas décadas expuesta, develada? Los síntomas se volvieron nítidos, una vez que el son de “la alegría ya viene” comenzó a volver como malestar generalizado, como corrupción y contubernio de nuestra elite política-económica, como justicia en la medida de lo posible, como usufructo irregular de los recursos soberanos, etc.

Mientras la política ficción se diluye topándose con el hastío ciudadano, la celeridad que impregnan los “tiempos de la politización” se enfrenta a un predominio restaurador que va quedando rápidamente desprovisto del maquillaje otorgado por el marketing político. Junto a este proceso, comenzará a emerger un nuevo espectro que exorcizará el reagrupamiento del “partido del orden” durante los próximos años. Dicho espectro no es otro que el avance del populismo democrático.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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