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El laberinto de Burgos

Rodolfo Quiroz
Por : Rodolfo Quiroz Departamento de Geografía Universidad Alberto Hurtado
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Cuando los eslóganes comienzan a desafectarse por su ridículo contenido –La Nueva Mayoría-, cuando la imaginación sociológica fácil se anula por sus entregas y renuncias, cuando se subestima la inteligencia social y se piensa la política como si fuera una encuesta de satisfacción con reformas deformas, o cuando ya el viejo árbol deja de ser útil y fiable porque la carga es demasiada pesada y hedionda –La Concertación-, es quizás el tiempo o la llegada de un nuevo laberinto. Recordemos, un laberinto -según el socialista wikipedia- “es un lugar formado por calles y encrucijadas, intencionadamente complejo para confundir a quien se adentre en él”. Se trata, pues, de la recreación interna del poder y sus viejas rencillas. O más evidentemente, son las viejas o internas disputas que hoy tensionan a la Moneda, producto de los confusos mensajes y contradicciones entre las dos máximas autoridades de gobierno. Por supuesto, que sean viejas disputas no quiere decir que fuesen idénticas o equivalentes, cada periodo tiene sus propias huellas y criaturas.

Precisamente el 25 de Agosto se conmemoraron los 30 años del «Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia» suscrito en 1985. Sin ninguna mención al arcoíris o la “unión restauradora” de la Nueva Mayoría, a la cita acudieron el ex Presidente Sebastián Piñera, ex Presidente Patricio Aylwin (DC), el titular del Senado Patricio Walker (DC), el senador Andrés Allamand (RN) y, por supuesto, el Ministro del Interior Jorge Burgos, la nueva criatura y propietaria del laberinto. Nótese que no se trata de simples representantes del espectro político, sino que son figuras claves e íconos del bloque de conducción de los últimos 30 años.

[cita] Es de esperar que el laberinto de Burgos termine por auto-sofocarse en su propia trampa y su evidente propósito: arrinconar y resquebrajar cualquier pizca o remanente progresista que pudiera defender el programa presidencial. Después de tres décadas de una revolución ultraliberal que económicamente domina la política y socialmente anula la autonomía ciudadana, sigue siendo agresiva la desigualdad discursiva. [/cita]

Un aspecto significativo de la jornada fue el ambiente de excesiva cortesía y muestras de cariño. Incluso, no faltó la autoayuda flagelante o la admiración autocomplaciente entre los dirigentes. Como una novela principesca, se develó así, la necesidad de un nuevo paisaje político que permita sostener un rejuvenecido consenso nacional. Obviamente, comandado por la DC y la nueva expresión ultraliberal que surja tras la tormenta judicial que tiene a Jovino Novoa en su casa y una UDI desmoralizada. De allí el encantamiento de la fotografía que nuevamente reunió a  Allamand con Piñera, escoltando a Patricio Aylwin en el centro.

Ahora bien, lo interesante de todo ello es que fue en este coro aristocrático y de animosas voluntades, pero con un tono estadístico y sentimental, que habló Burgos: «el acuerdo nacional fue un buen momento, pero han pasado muchas cosas y muy buenas para el país (…) A Chile le ha ido mucho mejor con reformas que con revoluciones, con reformas sustentables y estructurales. Las revoluciones son siempre dolorosas». Si bien cada uno podrá sacar sus propias analogías del sentido negativo que adhiere Burgos a las revoluciones, lo cierto es que desde sus palabras da la impresión de que podríamos estar cerca de una. Pero, a su vez, dada la experiencia histórica y dolorosa, lo mejor sería distanciarse.

No es la primera vez ni seguro será la última ocasión que por la tarea de cautelar un renovado y poderoso consenso nacional, se construyan ficciones. No obstante, cuando dichas imaginaciones dejan de ser efectivas y pedagógicas, se convierten en descalabro. Y, en efecto, es un descalabro mayúsculo y ordinario, lleno de hipocresía y soberbia, pensar que el programa de Michelle Bachelet podría acercarnos a una revolución o alentar las condiciones de una transformación radical de la sociedad chilena –como muchos personeros de la DC han insistido con sus retóricas del shock o del miedo-. Es soberbia e hipocresía porque con profundo conocimiento, tratan de dar forma rebelde a un contenido que es sumamente respetuoso. Y es un descalabro sin sentido, además, porque no solo se arrastra una supuesta realidad catastrófica donde por excelencia ellos –la DC- son los héroes, sino porque más inteligentemente desplazan el problema central que los compromete: la renuncia cómplice o la negación absoluta de crear una sola política pública destinada a garantizar los derechos sociales universales de todos y cada uno de los chilenos durante tres décadas.

“Ni un paso atrás mil adelante” dijo Radomiro Tomic, un brillante demócratacristiano que aceptó y comprendió su derrota con Allende. Es de esperar que el laberinto de Burgos termine por auto-sofocarse en su propia trampa y su evidente propósito: arrinconar y resquebrajar cualquier pizca o remanente progresista que pudiera defender el programa presidencial. Después de tres décadas de una revolución ultraliberal que económicamente domina la política y socialmente anula la autonomía ciudadana, sigue siendo agresiva la desigualdad discursiva. Sobre todo cuando se trata de uno de los niños símbolos del viejo orden concertacionista. Sería sensato entonces que el Ministro explorara en su visión negativa de la revolución e imaginara qué relación tienen sus empresas personales con La revolución capitalista de Chile (1973-2003) del historiador Manuel Garate. Quizás ahí comprenda lo dramático o afortunado que puede llegar a ser una revolución cautelada por militares y diseñada por grupos empresariales universitarios que se integran hasta su propia casa ministerial. Quizás ahí despierte en la ridiculez que protagoniza cuando supone equiparar metafóricamente lo que fue el proyecto de la Unidad Popular y lo que significa la Nueva Mayoría: la procesadora de los populismos liberales.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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