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Los fracasos de la victoria

«Falta de imaginación política extendida en el presente, sin embargo, parte del supuesto de que el orden actual triunfa, incluso cuando se evidencian sus tensiones, por el simple hecho de que puede perdurar en su fracaso, a diferencia de otros órdenes posibles, que piensa como fracasados de antemano».


“Que todo siga así es la catástrofe”, Walter Benjamin

I. Una reciente noticia publicada en el diario El País, tan derechista como su nombre (y, por ende, inmune a todo cuestionamiento de propaganda anticapitalista), reitera lo que solo para los incautos podría ser una novedad: en el mundo neoliberal, la desigualdad sigue creciendo, al punto que este año alcanzó un nivel tan escandaloso que supera las cifras antes conocidas: El 1% de la población mundial concentra la misma cantidad de riqueza que el restante 99%. Es claro que nada indica que, en algunos años más, la tendencia a la acumulación no siga creciendo. Incluso en tiempos de crisis del desarrollo neoliberal, acaso más que nunca en su crisis, este solo puede subsistir con la simultánea creación de enriquecimiento y empobrecimiento.

II. Es bastante frecuente oír que el socialismo fue un fracaso histórico. Si bien deben realizarse múltiples precisiones para aseverar tal posición en unos y otros casos, es indiscutible que no logró desplegar los ideales de justicia y libertad que prometía. Igualmente claro, pero mucho menos reiterado, es el hecho de que tampoco el capitalismo, tras un tiempo de desarrollo muchísimo mayor que el del no tan largo siglo XX socialista, ha logrado construir un orden social capaz de valerse de las capacidades técnicas producidas por la humanidad para construir una mejor vida para ese 99% cuyo trabajo y empobrecimiento no podrían generarse las riquezas que se suelen destacar para ejemplificar las bondades de las nociones neoliberales de desarrollo. Para ponderar las virtudes o defectos del orden actual no debe observarse tanto a las economías metropolitanas -como lo suele hacer, torpemente, quien compara a Estados Unidos con Cuba- sino a las periféricas que deben ser, una y otra vez, desposeídas. La progresiva multiplicación y complejización de metrópolis y periferias no contradice este punto. Todo lo contrario, que hayan barrios pobres en ciudades ricas muestra que ni siquiera en una ciudad el capitalismo puede reproducirse sin producir desigualdad.

III. Dicho de forma más breve: La realidad de África no participa menos del orden capitalista que los vaivenes de Wall Street, aun cuando el imaginario desplegado desde este último nos hace pensar que la pobreza africana se explica en que “aun” no ingresa en la modernización capitalista, en lugar de notar que su modo de ingresar es del modo subordinado en que lo han hecho, históricamente, las colonias. La crisis económica producida por la especulación revela la irracionalidad imperante en las zonas de pobreza y riqueza. El énfasis en estas últimas revela los límites de la crítica progresista, como si el problema fuese el desorden de los mercados financieros por sobre la pobreza que genera la primacía de la especulación que constituyen tales mercados, tan creciente que incluso en tiempos de crisis de las grandes economías siga creciendo el deseo de migrar hacia los centros de concentración de riquezas. Lo que el humanismo bien intencionado hoy llama “crisis migratoria” no es sino un síntoma, ciertamente radical, de los procesos desiguales del orden mundial. No se trata, por tanto, de una cuestión de migrantes, sino de desposeídos por las tensiones políticas y económicas que genera el orden mundial en el cual deben desplazarse.

IV. La falta de imaginación política extendida en el presente, sin embargo, parte del supuesto de que el orden actual triunfa, incluso cuando se evidencian sus tensiones, por el simple hecho de que puede perdurar en su fracaso, a diferencia de otros órdenes posibles, que piensa como fracasados de antemano. Esta posición es tan clara en el Partido Socialista chileno que ni siquiera es necesario discutirla, si no fuese porque la radicalidad de esta posición se ha vuelto a manifestar en la coyuntura. A saber, en torno a las vacilaciones sobre una posible Asamblea Constituyente, las que muestran que ya no solo consideran imposible otro orden social, sino incluso otro modo de política dentro de éste. Y es que una posible Asamblea Constituyente hoy, en Chile, difícilmente habría de atentar contra los pilares del orden (lo cual no implica, por cierto, que haya que rechazar su idea, sino simplemente ponderar políticamente con mayor claridad, desde la izquierda, los delirios y expectativas en torno a su posible concreción). Pese a ello, y en el marco de un Parlamento radicalmente deslegitimado, prima el supuesto de que incluso en el momento de forjar otro orden constitucional no existe más modo de hacerlo que desde la institucionalidad consignada por la Constitución que se objeta.

V. Una de las tantas lecciones dejadas por Marcelo Bielsa en Chile, es la explicación que da a un periodista de El Mercurio de la diferencia entre táctica y estrategia. Allí, el entrenador argentino deja claro que resulta un error, tan característico de medios como el que allí objeta, concentrarse en un elemento en particular para comprender el desempeño de un colectivo. Su lucidez adelanta la torpeza de los análisis que basan los fracasos o éxitos (si es que existe algún éxito) del presente gobierno en torno a Bachelet y sus eventuales cansancios, vicios, simpatías o dubitaciones1. Más allá de algunos puntos más o menos en encuestas o elecciones, que ciertamente pueden ser decisivos en términos del triunfo en una elección, el fracaso de la supuesta perspectiva transformadora de la Nueva Mayoría ha de leerse en su predecible imposibilidad de ruptura con el bloque histórico de la Concertación y los intereses sociales y políticos que éste ha desplegado desde el 90. Las fuerzas que habrían de cuestionar esa continuidad han sido derrotadas en la disputa interna, al punto que varias de ellas parecen erigirse como un recambio generacional de la Concertación antes que como una tentativa política. Las otras, que se sumaron a un bloque histórico al que otrora combatieron, solo pueden creer que allí triunfan al ratificar el diagnóstico del fracaso del socialismo desde el cual se constituye la Concertación. Así, pueden alardear un avance en la educación pública cuando se consolida su mirada desde la perspectiva del mercado. Parafraseando al siempre contemporáneo Doctor Freud, sus triunfos solo pueden ser fracasos. Mas, a diferencia de lo descrito por este último, esto no se debe a consigan lo deseado, sino porque, tanto más problemáticamente, lo que consiguen se opone al deseo que mueve su convicción, celebrando las derrotas como triunfos. A ello vale también oponer la prédica del maestro Bielsa: “No permitan que el fracaso les deteriore la autoestima. Cuando ganás, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo y eso deforma tanto. Y cuando perdés sucede todo lo contrario, hay una tendencia morbosa a desprestigiarte, a ofenderte, sólo porque perdiste. En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, eso sí es lo importante; lo importante es el tránsito, la dignidad con que recorrí el camino en la búsqueda del objetivo. Lo otro es cuento para vendernos una realidad que no es tal”.

VI. Samuel Beckett señaló que siempre se puede fracasar nuevamente, e incluso fracasa mejor. Con ello, pareciera expresar cierta ludicez que recorre cierto pensamiento contemporáneo, justamente desde Freud en adelante, que ha insistido en la imposibilidad de la victoria, si es que esto significa una verdadera manifestación de nuestros deseos en el mundo, de una sociedad sin fisuras o cualquier ilusión similar de plenitud. Un memorable personaje de Piglia, en efecto, refiere a la extraña lucidez de quienes, tras haber fracasado lo suficiente, aprenden que nada deja su huella en el mundo (Piglia 161). En la política, sin embargo, nunca se ha fracasado lo suficiente: siempre se puede volver a fracasar, justamente porque siempre resta alguna huella desde donde, en la discontinuidad que nos constituye históricamente, continuar. Lo cual, por cierto, no implica que haya que festejar la derrota desde una perspectiva moral que celebra el hecho de aislarse de la disputa. Al contrario, justamente porque ningún triunfo se basta definitivamente, resulta necesario pensar la política como el juego por imponer otras reglas, siempre perecederas, del triunfo. Asumiendo la insuperable insatisfacción que constituye una vida que se precie de ser tal, que es posible construir otra experiencia, contra quien pudiese equiparar fracaso y desmovilización.

VII. De lo que hemos intentado sostener, en estas notas tan dispersas, no se sigue una crítica moral a quienes han fracasado o triunfado en el actual gobierno, sino a la ilusión de que el vencedor ha vencido tan definitivamente que puede imponer sus términos sin fracaso alguno, y que el único triunfo posible se da en los marcos que ha impuesto. En términos más concretos, en creer que el orden neoliberal es insuperable, y que en sus términos es posible vencer. Asumir el fracaso de los socialismos del siglo XX no ha de llevar, por tanto, a contentarse en ese fracaso, sino a otra concepción de la victoria que, en su modestia, no pueda contentarse con uno u otro triunfo, ni ceda ante los fracasos impuestos, de antemano, por quienes, en su pretensión de triunfo, se derrotan a sí mismos y a quienes lucharon contra sus presentes victorias: “quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en cada caso favorable para el dominador del momento. El materialista histórico tiene suficiente con esto. Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo”. (Benjamin 23)

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Para la anécdota quedará que una Fundación, de esas que dicen investigar el mundo, y con algo de marxismo, ha publicado, en los últimos días, un instructivo en torno a los posibles mecanismos de renuncia. Ejemplo más coyuntural de una comprensión tristemente coyuntural se le podría haber ocurrido ni al más creativo de los psiquiatras.

*Publicado en RedSeca.cl

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