Publicidad

Chile en pelota


Felizmente se cayó el ideal. Enhorabuena se están viniendo abajo las grandes e inalcanzables catedrales. A Dios gracias y mediante colusiones, abusos, boletas falsas, corrupción, soborno y arreglines de todo tipo, Chile ha quedado al descubierto. Toda esa mugre que arrastrábamos hace años está ahora ahí mismo, a la vista de quien quiera asomarse al basural.

Y aunque suene contradictorio, a mí me gusta este Chile. Este país sin cirugías, con celulitis y estrías en exhibición. Esta tierra con sus canas, arrugas y verdes ojeras, sin maquillaje. Miles de chilenos con sus heridas al aire. Me gusta Chile en pelota, con toda su porquería en vitrina. Así nadie se engaña, nadie se ufana, nadie se jacta de algo que no somos. ¡Bienvenida realidad!

Me gusta Chile feo. Así nos enteramos de que somos frágiles como la escarcha y rascas como la última pelusa del ombligo. Si alguna vez pensamos en ser jaguares, nosotros mismos nos hemos encargado de convertirnos en un gato callejero, famélico y maltrecho. Menos agraciado, pero infinitamente más auténtico y real.

Me entusiasma el Chile de los caídos, de esos superhéroes que hoy tropiezan enredados en sus propias capas. Nos revelan una verdad gigante: que nadie es tan poderoso para ser reverenciado y puesto en pedestales de mármol ni nadie tan penca para ser humillado y marginado. Si hay algo que jamás podremos olvidar, es que estamos todos cortados con la misma tijera. Ahí sí que hay igualdad.

Me ilusiona este Chile imperfecto. Ya quedó claro que los caraduras están en la derecha, el centro y la izquierda. Ni crucifijos, rosarios y un trabajado discurso por los derechos humanos los salvan. Todos han caído en el mismo saco. Ellos y nosotros. Ya nadie se anima a tirar la primera piedra. Al fin, las clases de moral pueden emprender la retirada.

[cita tipo=»destaque»] Me gusta Chile feo. Así nos enteramos que somos frágiles como la escarcha y rascas como la última pelusa del ombligo. Si alguna vez pensamos en ser jaguares, nosotros mismos nos hemos encargado de convertirnos en un gato callejero, famélico y maltrecho. Menos agraciado, pero infinitamente más auténtico y real.[/cita]

Es bueno ver a Chile confundido, caminando en el desierto, desorientado y sin salida segura. Después de tantos años andando obedientes como manada, hay que ver con esperanza el renacer de las preguntas, los cuestionamientos y tantas dudas flotando en el viento. Las respuestas llegarán. Con la primavera seguro llegarán.

Están asomando nuevos tiempos. Estamos siendo privilegiados testigos de una época de cambios. Frente a los escándalos y la desilusión, no hay que derrumbarse y desistir. Podemos indignarnos y hastiarnos con justificada razón, pero no podemos bajar los brazos y dejar que el desánimo gane la batalla. No debemos desafectarnos y perder el interés por Chile, sus instituciones y su gente. Chile como nunca nos pertenece y tenemos que comenzar a hacernos cargo.

No es justo que unos pocos nos arruinen la fiesta. No es bueno que un puñado les haga sombra a curas formidables, empresarios honestos, políticos correctos, fiscales valientes, jueces que hacen justicia y hombres y mujeres que se la juegan por Chile, todos los días. Debemos ganarle algunos metros a la queja, abandonar nuestros pequeños y cerrados círculos y salir allá afuera a prestar ropa y dar la pelea. No podemos seguir, patudamente, esperando que otros arriesguen su pellejo.

Cuando la marea está alta y las aguas agitadas no hay que abandonar el barco. No hay que caer en la tentación de mandarlo todo a la cresta. Yo al menos me quedo. Contra todo pronóstico, me quedo. A pesar de la tormenta, me quedo. Así, en pelota, yo me quedo. Pueden contar conmigo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias