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Ciencia, conocimiento y voluntad de desarrollo

Iván Salinas
Por : Iván Salinas Ph.D. Enseñanza y Educación de Profesores. Investigador en Educación en Ciencias. Fundación Nodo XXI.
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Dicen que los científicos están (estamos) enojados. Los sectores más conservadores de entre estos vienen empujando hace ya años la idea de que Chile necesita más financiamiento para alimentar este modelo. Los sectores algo más progresistas insisten en la necesidad de un ministerio de ciencia y tecnología. Ambos grupos defienden sus posiciones desde argumentos gerencialistas («la ciencia necesita mejor gestión»), desde argumentos efectistas («los países desarrollados tienen ministerios de ciencia») o desde argumentos ingenuamente ontológicos («la innovación requiere ciencia básica basada en la curiosidad»).

Los científicos aciertan en algo: hay una crisis en la ciencia. Sin embargo, para superar las comisiones de expertos, es posible requerir otros diagnósticos y otras soluciones, y también comprender que la crisis excede a la ciencia y se trata sobre la relación entre el desarrollo del país y el conocimiento. Ambos conceptos, desarrollo y conocimiento, son abstracciones de cada tiempo. Por lo mismo necesitan construirse como historia y no como definiciones estáticas objetivas. Son, por tanto, definiciones políticas que se inscriben más en la lucha por el poder que en el racionalismo ilustrado.

La conceptualización de desarrollo que ha primado en el diseño de los instrumentos públicos que regulan el sistema de producción de conocimiento en Chile es la que nos entrega la teoría del Capital Humano. En esta, el desarrollo se iguala a crecimiento económico (haciéndolo sinónimo de ingreso per cápita) y el conocimiento se equipara mecánicamente con «capital». En esa medida, quienes son (somos) los trabajadores del conocimiento somos considerados «capital humano», destinado a “ser la inversión” para “producir más capital» para el aumento del ingreso per cápita del país.

Bajo la perspectiva de la teoría del Capital Humano, el conocimiento no es el resultado de una actividad humana desinteresada, sino un «bien de consumo», una medida de inversión, algo intercambiable que implica «retornos» individuales para quien se lo apropia y lo «posee». De allí la obsesión por hacer métricas asociadas al retorno económico de cuestiones como la educación, la elección de escuelas, la elección de carreras universitarias o técnico profesionales, de postgrados o certificaciones.

[cita tipo=»destaque»] Quizá sea hora de que los científicos dejen de distinguirse de los demás investigadores, aprendices, educadores y trabajadores del conocimiento y busquen organizarse políticamente junto a otros para proponer un nuevo modelo de desarrollo de Chile.[/cita]

A nivel de Estado, la concepción del Capital Humano se traduce en numerosos instrumentos de política pública destinados a potenciar la privatización del conocimiento producido con fondos públicos. La estandarización educativa, los vouchers, el patentamiento, los fondos concursables individuales, el gasto focalizado y la desorientación estratégica del gasto público en investigación son ejes sobre los cuales se estructura el sistema de producción y transmisión del conocimiento en Chile. Así, la actividad de investigación queda reprimida por una comprensión cosificada del conocimiento –por la «teatralidad del desempeño»– que se manifiesta en medidas como puntaje en pruebas estandarizadas, productividad de «papers ISI», patentes inscritas, proyectos concursables ganados, u otros formalismos academicistas considerados como mecanismos de validación del conocimiento. El sistema está diseñado para perseguir el éxito y la “calidad”, determinados por la Teoría de Capital Humano.

El Capital Humano, como orientación de la labor del conocimiento, también potencia una relación unidireccional de los científicos con el resto de la sociedad. Las pretenciones de distinción social “natural”, evidentes en los argumentos por un ministerio de ciencia y tecnología, se manifiestan con la orientación a la «difusión» de las ciencias como la relación que debe existir entre ciencia y ciudadanía. Esta es promovida por los mismos instrumentos de financiamiento de la ciencia alojados en la institucionalidad pública actual.

Cuando la difusión se piensa a nivel de mercado, la relación adquiere el nombre de «innovación», procesando así la equiparación entre conocimiento y capital, y entre investigador y “emprendedor”. Por ejemplo, es posible que un grupo de investigadores pueda incorporar en el mercado un tratamiento como cura para el cáncer. Esto genera dividendos privados a través de la inscripción de patentes. Es un éxito del emprendimiento y productividad. Sin embargo, no podemos asegurar que sea un éxito para los sistemas de salud globales, ni mucho menos locales, que tienen problemas más básicos que las vanguardias médicas del mundo. La resolución de los problemas locales requiere conocimiento, que probablemente sea imposible incorporar a través del mercado.

El Capital Humano es el marco que hoy organiza la institucionalidad del conocimiento en Chile, y vale la pena preguntarse si reside allí el origen de la crisis que denunciamos los científicos. Necesitamos una lectura crítica respecto a la interacción del conocimiento y el desarrollo, una que exceda a la expresada por las demandas por financiamiento o por un ministerio de ciencia. Por sobre todo, la comunidad científica necesita politizarse y abrirse a ser considerada como parte de otras luchas que contienen los mismos elementos de crítica al modelo económico sobre el cual hoy trabajadores y emprendedores del conocimiento se desempeñan. La precarización de los becarios e investigadores de CONICYT, la «Ciencia sin Contrato», la inhabilitación «por secretaría» de investigadores, y la falta de planes serios de reinserción académica-productiva para becarios de postgrado, son todos problemas que hablan de algo más allá de la «gestión» de la ciencia. Más que distinguirse como científicos, sería relevante que pudiéramos vincularnos con otros sectores sociales que ven afectado el sentido de su existencia frente al actual modelo de desarrollo.

La lucha por el derecho a la educación tiene en su seno una rica discusión sobre el valor público del conocimiento, del rol docente en Chile, del currículo escolar, de la institucionalidad para el bien común más que para la acumulación desigual de capital. También hablan de desarrollo, de visiones alternativas, de formas de organización social diferentes. Pero falta harto. Toda la energía intelectual que ofrece el conocimiento de avanzada daría muchísimo vigor a un nuevo proyecto de desarrollo y a las luchas sociales que alberga. Quizá sea hora de que los científicos dejen de distinguirse de los demás investigadores, aprendices, educadores y trabajadores del conocimiento y busquen organizarse políticamente junto a otros para proponer un nuevo modelo de desarrollo de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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