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¿Ha comenzado la tercera guerra mundial? Opinión

¿Ha comenzado la tercera guerra mundial?

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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La guerra tampoco puede circunscribirse ya a una zona del planeta adonde una potencia envía sus drones cargados de explosivos en una operación sin respuesta. Las bombas en Irak, la destrucción de las Torres Gemelas, los atentados en el metro de Madrid y en los buses de Londres; los misiles que explotan en Siria, en Afganistán, en Yemen; los atentados de París… son una misma cosa, parte de las mismas guerras, de una sola guerra.


La troisième guerre mondiale a-t-elle commencé?”, titulaba hace un mes L’Obs, la revista heredera del Le Nouvel Observateur que fundara el gran analista político Jean Daniel. Aquí en París se ha dado anoche el peor escenario. La guerra está adentro y ha dejado más de 120 muertos civiles inocentes, la mayoría en la discoteca Bataclan y el resto en explosiones y baleos callejeros y en tres restaurantes. De los ocho atacantes muertos, siete se hicieron estallar con sus cinturones explosivos. El Presidente Hollande tuvo que ser “exfiltrado” por sus guardaespaldas desde el Estadio de Francia cuando en las cercanías un kamikaze voló despedazado. A medianoche el Presidente habló al país con voz atragantada y rostro demudado.

Esta mañana, desde la ventana de mi hotelito del quinto distrito veo a tres policías con chalecos antibalas: un blanco, uno negro y uno de rasgos arábigos, y a la distancia diviso un camión militar. En la panadería, un letrero con plumón anuncia que abrirán a la 10. A esa hora me recibe el olor del pan saliendo del horno en el instante en que la panadera alsaciana comenta con varias señoras y un par de jubilados que el ayudante no llegó a trabajar y que su marido –todo panadero alsaciano comienza a fabricar el pan a las dos de la madrugada– se quedó hasta tarde “pegado al televisor”.

Ingresa una compradora cubierta con un pañuelo islámico y se hace el silencio. La panadera distiende el ambiente: “Bonjour, mademoiselle Djamila” y le entrega una baguette tostadita. En las calles casi vacías se respira un aire extraño. Un caballero de corbata que ha sacado a mear a su cocker spaniel y una vecina que se prepara para recoger las deyecciones de su poodle, en vez de hablar de perros cuchichean con miradas temerosas… De los tres cafés que hay en el cruce de calles, solo uno ha abierto esta mañana y en el cine que queda a la vuelta un letrero indica que las funciones se suspenden hasta nuevo aviso.

¿Qué está pasando?

La cruenta e interminable guerra multipolar iniciada con la invasión de Irak en 2003 se ha trasladado al corazón de Europa, a la ciudad de París donde me encuentro. Francia, al igual que otras potencias, ha criado a sus propios enemigos.

La población de Francia incluye a cuatro millones de árabes o descendientes de inmigrantes árabes, en su mayoría musulmanes, de las ex colonias de Argelia, Marruecos y Túnez. Entre los jóvenes árabes de las barriadas periféricas, que padecen la discriminación y una cesantía superior al 40 por ciento, el extremismo islámico ha cundido en forma vertiginosa. Hasta hace poco descargaban sus frustraciones quemando autos o pifiando La Marsellesa, el himno de Francia, en el estadio. En el último tiempo, los más violetos se han volcado a las filas del jihadismo internacional más fanático.

Hace seis meses el gobierno calculaba que 1.750 jóvenes franceses, en su mayoría de origen árabe, formaban parte de esas redes. Más de 500 se preparaban para partir a Siria o Irak y 450 ya estaban combatiendo allá en las filas del Estado Islámico, el grupo más extremista, conocido aquí en Francia por la sigla árabe Daesh. Por su organización y manejo de las subametralladoras Kalashnikov y de los explosivos, y por su decisión de morir, se estima que los autores de los atentados de este viernes son jóvenes curtidos en los campos de batalla de Oriente Medio.

[cita tipo=»destaque»]Cuando Bush y su compadre Tony Blair, con el aplauso del español José María Aznar, decidieron lanzar la guerra de Irak para “llevar la democracia” al Oriente Medio y de paso echar mano a sus fuentes petroleras, se toparon con Francia y Alemania. El presidente Chirac les dijo que “no”, fiel a la doctrina de De Gaulle, que siempre se negó a someter a Francia a los planes de la OTAN, la organización militar del Atlántico Norte mangoneada por Estados Unidos.[/cita]

El 27 de septiembre pasado, Hollande, que andaba a gatas en las encuestas con imagen de blando, decidió sumarse a la coalición militar contra el Daesh y envió cinco aviones Rafale a que bombardearan un campo de entrenamiento en Deir Ezzor. Misión cumplida: Hollande había mostrado su músculo y metido a Francia hasta el cuello en las guerras petroleras e islámicas, rompiendo con una tradición impuesta por el general Charles de Gaulle y prolongada por el presidente de derecha Jacques Chirac, un tema en que los chilenos tenemos algo o mucho de que enorgullecernos.

Sí, porque cuando Bush y su compadre Tony Blair, con el aplauso del español José María Aznar, decidieron lanzar la guerra de Irak para “llevar la democracia” al Oriente Medio y de paso echar mano a sus fuentes petroleras, se toparon con Francia y Alemania. El presidente Chirac les dijo que “no”, fiel a la doctrina de De Gaulle, que siempre se negó a someter a Francia a los planes de la OTAN, la organización militar del Atlántico Norte mangoneada por Estados Unidos. Junto a Chirac, también resistió la presión el primer ministro socialdemócrata de Alemania, Gerhard Schröder. Y aquí entramos los chilenos: en momentos en que Chile formaba parte del Consejo de Seguridad de la ONU, nuestro Presidente Ricardo Lagos respondió a Bush con un “no” en el teléfono cuando le pidió apoyo para la farsa de las “armas de destrucción masiva de Sadam Hussein”, inventada para justificar la guerra.

En cambio, al igual que otros socialistas franceses y que los gobernantes ingleses, Hollande es “atlantista”, dado a seguir las líneas trazadas desde ultramar por Estados Unidos, y así lo ha hecho al bombardear las posiciones del Daesh. Sin que ello implique una defensa de Daesh, cuyos hombres exhiben con orgullo sus crímenes abominables, amén de destruir obras milenarias que pertenecen al patrimonio de la humanidad, en las propias filas del partido de Hollande y en amplios sectores de la sociedad francesa, el ingreso de su país a esta guerra ha sido fuertemente criticado. Como han sido criticados por una débil oposición rusa los bombardeos ordenados por Putin en Siria, respondidos con la voladura de un avión ruso de pasajeros.

¿Cuál es el problema de fondo que revelan los atentados de París? Parecería que en este siglo XXI en que todos los habitantes del planeta estamos intercomunicados, la pobreza ya no puede convivir pacíficamente con la opulencia; no puede haber países ricos y países pobres, sin que los habitantes de los países pobres se rebelen ante las imágenes del lujo que ven en sus teléfonos celulares.

La guerra tampoco puede circunscribirse ya a una zona del planeta adonde una potencia envía sus drones cargados de explosivos en una operación sin respuesta. Las bombas en Irak, la destrucción de las Torres Gemelas, los atentados en el metro de Madrid y en los buses de Londres; los misiles que explotan en Siria, en Afganistán, en Yemen; los atentados de París… son una misma cosa, parte de las mismas guerras, de una sola guerra.

Que una guerra ya no puede existir a la distancia lo demuestran los atentados de París y la actual “crisis de los refugiados” provenientes de Siria, Afganistán, Irak, Eritrea, así como del África, un éxodo incontrolable, “una avalancha”, como ha dicho el ministro alemán Wolfgang Schäuble desde su silla de ruedas.

La semana pasada, antes de viajar a París, en la flamante Estación Central de Viena, la capital austríaca, a cinco minutos a pie de donde me encontraba, vi a hombres de todas las edades, mujeres, niños deambular con la vista perdida a la espera de una ración de comida, una botella de agua, un pasaje de tren para seguir hacia Alemania, el paraíso. En un mismo día, más de diez mil refugiados atravesaron Austria.

Junto con el terrorismo, lo que hoy se abate sobre Europa es una migración masiva de poblaciones que huyen de las guerras iniciadas en el Oriente Medio por las grandes potencias o de la miseria y los conflictos de África. Vienen obreros, comerciantes, profesionales, campesinos, estudiantes, artistas y también aventureros y pillos, hombres y mujeres que han llegado con lo puesto, a veces sin documentos de identidad, tras caminar en condiciones inhumanas o navegar en barcazas destartaladas. Y vienen niños, muchos niños, cuyos padres en algunos casos solo alcanzaron a meterlos por la ventana en un tren repleto. El ambiente es de precariedad ambulante, el aseo personal es un lujo, a lo más una llave de agua por aquí, una letrina química por allá, y por doquier el denso olor de la miseria.

Pero además de los que han llegado, varios millones se aglomeran en las fronteras y los campos de refugiados de Turquía, El Líbano, Jordania, Grecia… El gobierno ultraderechista de Hungría levanta un muro de cuatro metros, los de Croacia, Eslovenia y Macedonia ponen vallas y multiplican los controles. Hasta Ángela Merkel, que había dado la bienvenida a los recién llegados consciente de que su país necesita mano de obra porque pierde medio millón de habitantes al año a causa de la baja tasa de natalidad, ha debido imponer ciertas limitaciones.

Hay escenas emocionantes de acogida que a los antiguos exiliados chilenos nos recuerdan la forma en que un día nos recibieron. En el Ring, la avenida circular que rodea el centro imperial de Viena, no pude contenerme y, recordando mi llegada como refugiado político a Europa, me sumé a la vibrante marcha de las organizaciones sociales que animan la solidaridad hacia los que llegan, y grité con los manifestantes “Ein Europa ohne Mauern!”,  a favor de una Europa sin muros. Allí en Austria, los jóvenes activistas de Train of hope y de Refugees.at viven conectados con sus celulares, listos para acudir de día o de noche a los puntos calientes donde los refugiados necesitan ayuda.

Chile no está ausente: la Presidenta Bachelet informó que en 2008, 117 palestinos que vivían en Irak fueron acogidos en nuestro país. Entre 2014 y 2015 se han otorgado 277 visas a ciudadanos sirios y la Presidenta anunció que nuestro país recibirá a un número no determinado de refugiados.

Pero los atentados de París y la crisis de los refugiados tienen una cara oscura. Como reacción, se viene un alza de las fuerzas chovinistas y los partidos racistas que llaman a rechazar a los extranjeros y cerrar las fronteras. En su primera reacción ante los atentados, Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional de ultraderecha, ha llamado a que Francia restablezca “sus medios militares, policiales, de la gendarmería, de información y de aduanas” y a que garantice “nuevamente” la protección de los franceses.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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