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La seguridad global como dilema para la gobernanza en el mundo


Son varios los ámbitos en los que pueden surgir riesgos para la seguridad global: conflictos bélicos, la lucha por los recursos naturales y la energía, la corrupción y el crimen organizado, la proliferación de armas de destrucción masiva, el terrorismo o el ciber-crimen, por nombrar algunos.

La seguridad global constituye uno de los principales dilemas para la gobernanza en el mundo. Centrémonos ahora en los ciber-riesgos, la corrupción, el crimen organizado y el terrorismo.

Nuestra dependencia del sistema informático parece absoluta, esto puede apreciarse a simple vista y en cualquier lugar. Si observamos a nuestro alrededor veremos a muchas personas conectadas a sus equipos portátiles, como si se tratara de una extensión de su corporalidad. Lo que puede parecernos irrelevante a escala particular, puede transformarse en un importante factor de vulnerabilidad a escala global, si por ejemplo logra afectar los sistemas de gestión de infraestructuras críticas.

En este sentido, los ciber-ataques son, hoy día, una de las mayores paradojas relacionadas con la seguridad global, pudiendo ser utilizados como herramientas ofensivas, como lo demostró el ataque al programa nuclear iraní a través del virus Stuxnet –en la que cooperaron diversas agencias de inteligencia-, o como amenaza. Bastaría recordar los casos WikiLeaks, Sony Pictures, o los ataques de activistas rusos en contra de organismos públicos, periódicos y bancos en Estonia –a raíz del traslado de la imagen del Soldado de Bronce-.

Si bien, el uso de esta clase de armas es preocupante en manos de algún Estado, esta amenaza no es nada comparado con los riesgos que supone el uso de esta clase de herramientas o conocimientos en manos de grupos terroristas o criminales. Entre los Estados, existe una cierta proporcionalidad en el uso de esta clase de medios, pero si llegase a convertirse en una herramienta efectiva en manos de terroristas, los ataques podrían tener efectos devastadores en todo el mundo: accidentes aéreos, pánico financiero como consecuencia de la automatización de los intercambios bursátiles, acceso a información estratégica militar o a los datos de empleados estatales, por nombrar algunos casos.

Por otro lado, la corrupción y el crimen organizado, a pesar de ser una de las amenazas más relevantes para la seguridad al interior de los estados –especialmente democráticos-, es también, uno de los aspectos más subestimados por la opinión pública. Al tratarse de un mundo de vinculaciones sombrías, a menudo escondidas entre actividades aparentemente legales, sin conexiones terroristas (aparentemente), la preocupación pública sobre esta problemática sigue siendo baja considerando su magnitud, pues sólo el impacto económico que suponen estas amenazas, representa aproximadamente un 10% de la riqueza en todo el orbe (según cifras de la ONU).

A nivel político, hasta hace algunos años, nuestro país parecía un oasis en medio del desierto. Al menos en este aspecto, existía consenso en cuanto a la responsabilidad en el actuar público y el cuidado a las instituciones. Pronto, aprendimos que la corrupción en la política y los negocios, son manchas que han acompañado las pueriles prácticas de nuestra alicaída democracia representativa y de las que poco conocíamos debido al velo con el que generalmente se tratan los asuntos del pueblo. Es justamente esta condición la que tiene en tela de juicio la credibilidad del sistema político nacional.

Pero no es sólo nuestro el problema, la corrupción es un peligro para la gobernanza global y a nivel sur-continental está fuertemente presente en países como Argentina, Venezuela o Brasil. Este último en una escala todavía más profunda, que tiene a su presidenta al borde de la dimisión y lo que es aún más preocupante, a miles de ciudadanos exigiendo la intervención de fuerzas militares.

De igual modo, la amenaza del crimen organizado se observa en prácticamente cada latitud, generando economía sumergida a nivel mundial que compite deslealmente con negocios legítimamente establecidos. El avance tecnológico y la globalización han rebajado las barreras del crimen organizado, especialmente la capacidad de blanquear las ganancias obtenidas ilegalmente. La estimación es que el impacto negativo para la economía mundial, es entre el 8 y 15% del PIB, considerando narcotráfico, falsificación de productos, delitos ambientales, trata de personas y blanqueamiento de dinero. La cifra global supera los 3 billones de dólares que contrasta con el valor del comercio mundial legítimo, que se sitúa alrededor de los 12 billones de dólares (según cifras del World Economic Forum).

Los efectos de esta amenaza global no son sólo de carácter económico, como lo demuestra el tráfico de inmigrantes en el mediterráneo durante los últimos meses, o el tráfico de seres humanos para fines de explotación sexual.

El terrorismo se sitúa sistemáticamente como una de las principales amenazas de la población. El impacto mediático del terrorismo es muy superior al de la corrupción y crimen organizado, aun cuando estos últimos se presentan con mucha mayor frecuencia. Posiblemente esto se debe a que, mientras la corrupción y el crimen organizado demandan hermetismo, el terrorismo exige exhibición. El terrorismo es una amenaza de primer orden a la gobernanza global, no sólo a nivel disruptivo, sino también político especialmente en países con instituciones débiles.

Hay, sin embargo, algunos escenarios en los que realmente puede generar efectos perniciosos a escala global, uno de ellos se genera a partir de la reacción de aquellos países afectados por un ataque terrorista, las guerras de Afganistán e Irak tienen su génesis en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Hay otro escenario que podría tener un enorme potencial disruptivo global, este sería el uso de armamento de destrucción masiva, especialmente nuclear.

[cita tipo=»destaque»]Así como las grandes revoluciones, los momentos de crisis tienen esa doble operacionalidad, a la vez que se presentan como revelaciones, inspiran a la gente bajo la pretensión histórica de configurar de nuevo el espíritu del pueblo. La historia nos enseña, sin embargo, que al poder le gusta sumergirse en la masa y adoptar desde ahí sus formas universales.[/cita]

Tras la obtención de armas nucleares por parte de países como Pakistán o Corea del Norte y el riesgo de que, a mediano plazo, Irán también las tenga, puede producir una nueva carrera armamentista nuclear en Asia y Oriente Medio, acrecentando la tensión global, como de hecho, ya está ocurriendo en las relaciones entre Norcorea y Estados Unidos.

El terrorismo amenaza cada rincón del planeta, como la sombra de la muerte ha dejado a su paso millones de víctimas en todo el mundo, sembrando la violencia y promoviendo el odio entre diferentes pueblos y culturas, La trágica muerte de más de un centenar de personas en Bélgica, Pakistán e Irak, durante estos días en que la iglesia católica celebra la pascua de resurrección, es el gesto latente de una amenaza ciega y brutal, que se alza como la forma más radical de nihilismo activo, la que niega valor absoluto a la vida.

Las confluencias de tendencias e intereses variopintos explican en cierto modo el carácter acéfalo y la ausencia de articulaciones estables en estos grupos. Prueba de ello son las fuertes disputas como las que actualmente enfrentan a facciones Yihadistas del Estado Islámico y Al Qaeda, en la frontera sirio-libanesa. De igual forma, este carácter explica la facilidad que tienen para multiplicarse y atraer especialmente la participación de jóvenes entre sus filas.

El terrorismo no sólo está presente a través de la muerte, la violencia puede ejercerse por medio de otras formas. En alguna otra columna sostuve que los principales efectos de la crisis económica mundial, no deben buscarse en la profundización del desastre del sistema financiero y el consecuente declive de los mercados, sino más bien en su dimensión humana, en la crisis de sentido, en la falta de rumbo, en el abandono a las propias convicciones «morales».

Europa en siglos recientes, se levantaba como el gran bastión de la cultura occidental, distinguiendo barbaros de civilizados, aun cuando las mayores atrocidades de la historia del hombre ocurrieran generalmente en sus fronteras. Los países occidentales emergentes, como el nuestro, han adoptado los estándares y modelos de bienestar social europeos como parte de sus propias y más altas aspiraciones.

Sin embargo, el rescate de las instituciones financieras –mismas que propiciaron activamente el desastre-, impulsado por la Unión Europea aún a costa de renunciar abiertamente a muchas de las convicciones sociales alcanzadas, no de manera fortuita sino más bien como consecuencia de una conquista histórica basada en la voluntad soberana, es la señal más clara de desconcierto y repudio a las instituciones. Indignación que se prolonga hasta nuestros días, luego de saber que la política monetaria seguida por la UE aumentó (según cifras del Banco de Pagos Internacionales) las desigualdades entre ricos y pobres en países desarrollados afectados por la crisis.

La indiferencia es también una de las formas más crudas de violencia y terrorismo. En este sentido, más que tratarse de grupos excluidos que buscan incorporarse a una modernidad occidental, como propone el sociólogo francés, Michel Wieviorka, sobre el surgimiento del terrorismo, se trata más bien de una oposición a la vida en comunidad, que surge en el seno del desarrollo mismo del pensamiento moderno, como consecuencia de la miseria, el abandono, la indiferencia, las divisiones y odiosidades que la propia modernidad ha dejado a su paso, un odio con historia de la cual nadie se hace cargo.

También hay un aspecto político disruptivo, esbozado en más de alguna columna del sociólogo chileno, Juan Francisco Coloane, para quien la empresa subcontratista es un fenómeno creciente en la actividad terrorista, y es posible que parte de los ataques al régimen Sirio, por ejemplo, respondan a esta lógica. En dicho escenario, lo realmente peligroso del terrorismo, a mi juicio, no es estar a merced de un grupo de personas irracionales, sino por el contrario, es estar a merced de grupos perfectamente organizados que tienen un alto nivel de preparación, financiamiento y la convicción o determinación para alcanzar sus objetivos a cualquier precio. Cuestión que dejo planteada para otra ocasión.

La alternancia no siempre es la solución de una crisis, en ocasiones es también su profundización. Vemos el desconcierto institucional que tiene en ascuas el resultado de la elección presidencial en España, el surgimiento de una nueva clase de liderazgo político en la figura controversial de Donald Trump en Estados Unidos o el renacer de movimientos ultra nacionalistas por doquier. También hemos visto gestos importantes que de algún modo refuerzan la necesidad de mantener la estabilidad geopolítica en la región, me refiero particularmente al caso cubano.

Así como las grandes revoluciones, los momentos de crisis tienen esa doble operacionalidad, a la vez que se presentan como revelaciones, inspiran a la gente bajo la pretensión histórica de configurar de nuevo el espíritu del pueblo. La historia nos enseña, sin embargo, que al poder le gusta sumergirse en la masa y adoptar desde ahí sus formas universales. Ya hemos visto, por ejemplo, como el florecer árabe de una primavera rebelde se marchitó fugazmente dando paso a un invierno sombrío de represión y tortura. Los efectos y consecuencias de este nuevo curso histórico son igualmente contradictorios, después de todo, cuando las personas se refugian en la desesperación, normalmente ensayan caminos desesperados que dejan marcas insoslayables en su acontecer.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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